Le abrí las piernas

Lulú Petite sexo sexualidad

(Foto: Archivo, El Gráfico)

Sexo 11/04/2019 05:18 Lulú Petite Actualizada 19:44
 

Querido diario: Me tocó apoyar una mano abierta en el espejo apenas sentí cómo la boca de Héctor me recorría la cara interna de los muslos. 

Él me tenía de piernas abiertas, inclinada sobre la cómoda frente a la cama, mi pecho subiendo y bajando al ritmo de mi respiración. 

Me mordí el labio, gimiendo despacio cuando percibí que se arrodillaba para quedarse ahí, enterrado en el hoyito caliente que el espacio entre mis muslos le ofrecía. Mis piernas se removieron de arriba abajo, pero el cuerpo se me fue hacia adelante con el roce de su lengua directamente sobre mi entrada. Él, queriendo saborearme hasta el fondo, me sujetó firme por las pantorrillas para mantenerme quieta mientras paladeaba mis jugos directamente de mis labios sensibles y abiertos para él. 

En el espejo, una versión ruborizada y jadeante de mí misma me devolvió la mirada. Me vi arquearme de placer, los ojos entrecerrados, todo gracias a que Héctor había dado con mi clítoris y no parecía dispuesto a dejarle en paz. Podía oírlo masturbarse debajo de mí, el roce frenético de su mano contra la piel caliente de su erección, y la sucesión correspondiente de jadeos que escapaban de él.

Él siguió presionando hasta que alcancé un orgasmo fortísimo, el mismo que me puso a lloriquear contra el espejo. El cristal se empañó de vaho mientras yo me estremecía, mortificada por las oleadas de placer, pero aún entre los espasmos me di cuenta de que Héctor permanecía en el suelo.

—Hola —me dijo al oído después de levantarse, atajándome por la cintura para servirle de apoyo a mis piernas desvanecidas. Nos sonreímos a través del espejo, y mi sonrisa se ensanchó, y también se volvió boba, una vez sentí que la cabeza de su miembro penetraba en mi umbral. Me arqueé de nuevo, en esta ocasión contra su pecho tibio y desnudo, lista para entregarme a la ronda de embestidas que desató contra mí. A cada una respondí con un gemido, tan agitada por dentro como por fuera. Si no hubiera sido por lo delicioso de la fricción constante, le hubiera pedido que se quedara enterrado en mí sin moverse.

Fue con esa mano que nos echó hacia atrás, a pasitos cortos retrocedió hasta aterrizar sentado sobre la cama revuelta. Yo me sostuve de sus muslos con las uñas, tratando de hallar algo de balance arriba suyo. Ya el cuerpo entero me cosquilleaba con expectación, que él se encargó de sellar con un beso al inicio de mi columna.

—Vamos, bonita —me azuzó, yo me estaba deleitando con la sensación poderosa de estar sentada y repleta de él. Entonces me vi, al otro lado del espejo, de frente, mientras me penetraba. Me vi empalada y sentí el orgasmo poseerme sin dejar de mirarme.

Hasta el martes, Lulú Petite

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