Jadeamos bestialmente en la cama

Lulú Petite sexo sexualidad

(Foto: Archivo, El Gráfico)

Sexo 21/03/2019 05:18 Lulú Petite Actualizada 19:44
 

Querido diario: Esa noche, Rogelio y yo nos ubicamos al centro de aquella amplia cama que la habitación del motel nos ofrecía. De rodillas y con una evidente urgencia por devorarnos mutuamente la boca. 

La estancia se nos había inundado del ruido de nuestros besos y los suspiros que soltaba yo en cada pausa, en respuesta a cada caricia, aferrada con la mano derecha hecha un puño alrededor de la longitud imponente de su erección palpitante. Se la había recubierto con el forro de un condón a través de la gracia de una paja lenta, y ahora la sentía ponerse cada vez más gorda y ancha contra mis dedos. 

Ni bien entramos a la habitación, él me había agarrado por la cintura para atraerme a su cuerpo. Yo, encantada, volví el rostro en ese mismo instante y en su dirección, con una sonrisa para plantarle un beso fugaz en los labios. 

Me puse de rodillas, ya con las manos prestas a liberarle la erección de la presión de los pantalones. El primer preservativo de la noche se lo coloqué así, viéndole desde mi posición, hincada sobre la alfombra, recubriendo la punta colorada de su miembro con un torbellino de mi lengua. Rogelio terminó con la espalda apoyada contra la pared, jadeando a merced del vaivén de mi boca tibia, que sabía justo cómo moverse de adelante hacia atrás para acogerlo desde la base hasta la punta.

Él no me detuvo en ningún momento, y yo tampoco le ofrecí tregua. Me tragué su pieza entera, chupándola con ahínco mientras mis manos se le enterraban en la piel de los muslos. Descubrí muy rápido que Rogelio era asiduo a clavarme los dedos en la parte de atrás de la cabeza para quedarse hundido un rato más en mi garganta, y fue en la tercera ocasión de esas vueltas que terminó encorvándose hacia mí, con un gruñido. Yo seguí chupando con satisfacción mientras el condón se inundaba de los resultados de su eyaculación.

Fue en ese momento que trasladamos la fiesta a la cama. Nos fuimos desnudando en el camino, hasta el punto que mi vestido quedó hecho un lío junto a su pantalón y mis zapatos en el suelo, mientras él me comía los labios casi con desesperación. 

Alcancé a verle la sonrisa enorme que puso sobre mi hombro, mientras sus manos se plantaban en mis caderas para guiar cada ángulo de mi posición. 

—Me encanta coger de perrito— dijo acariciando mi espalda con los nudillos, como midiendo lo que iba a comerse.

Apuntó su miembro y antes de meterlo, se encargó de dejarme un beso lo suficientemente dulce en la nuca como para desatarme una calidez riquísima en el pecho y en el resto de la piel.

—Qué preciosa estás así —me dijo con la voz ronquita, al tiempo que la cabeza de su miembro me rozaba las terminaciones nerviosas con los jugos de mi excitación. Me di el gusto de soltar una risita complacida mientras me estiraba sobre las sábanas, clavando los codos en la cama para sostenerme durante la intensidad de la penetración. Que no fue para menos. Se me abrieron las piernas otro poco más mientras Rogelio se adueñaba del espacio adentro de mi sexo, dilatado y caliente para acogerlo como un guante.

Tanto él como yo jadeamos mientras hacíamos contacto, uno que al principio fue despacio, como para disfrutar cada milímetro. Pero luego se tornó tan bestial, como a mí me gusta.

Hasta el martes, Lulú Petite

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