Hice el delicioso con un chacal

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(Foto: Archivo, El Gráfico)

Sexo 16/05/2019 09:05 Lulú Petite Actualizada 19:43
 

Querido diario: Las cosas se nos precipitaron después de rasgar el empaque del primer condón, al punto que terminé en cuatro sobre la cama y con mi cliente bien ubicado detrás de mí. 

Él me azuzó toda la calentura que traía goteando en el sexo con una nalgada, y luego se adueñó de mi hombro con fuerza para impulsarse en la primera embestida. Por Dios, qué manera de entrarme. A mí me fallaron los codos en medio del intenso placer que me produjo sentirlo penetrándome, y los dos gemimos casi al unísono mientras él afianzaba las rodillas sobre el colchón. Ese segundo extra de tregua me permitió saborear el roce de cada centímetro de su pieza adentro de mí. Lo hice con los ojos cerrados, mojándome los labios en sonrisa con la punta de la lengua.

Entonces él comenzó a bombear contra mis caderas, enviándome hacia adelante con fuerza con cada embestida que se mandaba en mi dirección. Yo me apoyé con una mano sobre la pared frente a mí, la cual apenas podía vislumbrar porque cada golpe de su miembro contra mi carne me ponía los ojos en blanco. 

Me estaba mojando de una manera absolutamente grosera con esa entrada y salida indetenible de su pene; mientras su tronco me rellenaba entera todos los espacios que yo tenía adentro, su cabeza se aplastaba deliciosamente contra mi carne palpitante y sensible. Dios mío, no iba a aguantar mucho.

Él es… ¿Cómo te explico? Un hombre de cuerpo curtido, varonil, macho. Músculos firmes, manos fuertes, no esculpido en el gimnasio, sino con los putazos de la vida. De piel morena, cabello corto, ojos feroces y un ímpetu sexual tremendo. Si tuviera que describirlo con una palabra: Chacal.

El primer orgasmo me llegó cuando mi chacalito se inclinó sobre mí para besarme el hombro, y con una mano se adueñó de mi pezón izquierdo. La mezcla de esa suave tortura de sus dedos jugando con mi pezón erizado, y el golpeteo constante y pesado de su erección enterrada en mi sexo, me envió de ida y vuelta hasta la luna de golpe. Además, era una delicia oírlo jadear y gemir en mi oído, al punto que no estoy segura si realmente fue eso lo que me desató la cadena de espasmos en el vientre. Lo cierto es que me arqueé con violencia contra su pecho, el cual descansaba apoyado contra mi espalda, y soporté con un grito esas crudas olas de placer que sometieron mi cuerpo a temblores.

Mi chacal se irguió del tiro, soltándome el hombro para montarme con fuerza mientras el orgasmo me obligaba a retorcerme contra su cuerpo. Me vi arrastrada hacia sus caderas una, dos, tres veces marcadas, que bastaron para encenderme de nuevo la misma chispa desde los dedos de los pies y subiéndome por las pantorrillas. Estirándome sobre las almohadas con un suspiro tembloroso, tuve que admitir en ese instante que estaba en la misma gloria. Él jadeó a mis espaldas, pero lo que no esperaba que hiciera fue salirse de mí. Al final, se despidió de mi sexo acariciándolo y luego se lamió los dedos con lujuria y perversión.

Me asomé cuando él me separó las rodillas, todo para abrirse paso entre mis piernas. Dejando escapar un grito ahogado tanto de sorpresa como de placer, me sujeté a la pared una vez más para ayudarlo a posicionarse debajo de mí.

Un violento espasmo me subió por la espalda en lo que su lengua entró en contacto con mi sexo caliente. Eché el rostro hacia adelante, mientras se me llenaban las pantorrillas del claro cosquilleo de la tensión. El orgasmo fue tan pleno, que casi pierdo el sentido.

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