Estaba bien dotado

Lulú Petite sexo sexualidad

(Foto: Archivo, El Gráfico)

ZONA G 15/08/2019 05:44 Lulú Petite Actualizada 13:44
 

Querido diario: Recapitulando. Te conté el martes que estaba con un cliente escultor. Un tipo maravilloso. Mientras hacíamos el amor se fue la luz. Pensamos que era el sistema de ahorro de energía de las llaves del hotel, pero al terminar el palo pude averiguar, llamándole a otro cliente que estaba esperándome en una de las habitaciones del mismo hotel, que el apagón era en todo el edificio y que, al parecer, se debía a un incendio en la planta baja. Me asomé a la ventana y allí estaban un camión de bomberos y una enorme columna de humo que salía de la zona de recepción. Con todo el susto de mundo, mi cliente el escultor y yo salimos de la habitación.

En el pasillo no veíamos nada. Las luces apagadas y sin ventanas, apenas podíamos imaginar por dónde corríamos, medio a tientas, bajamos por las escaleras. Al fin en el lobby nos encontramos con los demás clientes apanicados. Algunas parejitas y uno que otro soltero que, seguramente, estaban esperando la llegada de algún “servicio” como el mío.

Al menos al llegar, vimos que fuego no había y el humo venía del estacionamiento en el sótano. Preguntamos. La noticia buena: Sólo había sido un corto general en el transformador, no hubo fuego ni daños. La noticia mala: El humo hacía imposible respirar en el estacionamiento y, con el apagón, no se veía nada. Dicho de otro modo, todo iba estar bien, pero nuestros carros, por el momento, no podrían salir del estacionamiento. 

Los del hotel se portaron súper. A los huéspedes les rembolsaron su dinero y en el lobby, el asunto pasó del susto al cotorreo. Yo fui la primera en decir a la administración que, aunque el reembolso estuvo bien, tenían que sacar el bolillo pal susto. Como la respetable concurrencia secundó mi idea y no había bolillos disponibles, decidieron repartir cervezas (La verdad, las chelas también quitan los sustos). Con algo tenían que entretener a los huéspedes en lo que podíamos rescatar nuestros coches. En eso, sonó mi teléfono. Era el cliente que me había avisado del incendio.

Llamó para preguntar si había podido bajar, pero como él también estaba allí, en el grupito del lobby, cuando sonó el teléfono y le contesté, nos vimos. Me propuso que no dejáramos lo que teníamos planeado y, en lo que podíamos sacar nuestros coches, nos fuéramos a otro hotel. Le dije que sí.

En ese momento estaba con el escultor y, aunque eso no suele pasar, los clientes se conocieron. Como en principio estaba con el escultor, cuando oyó que la chamba que parecía cancelada se había repuesto, me dijo que me fuera. Le apenaba que pudiera enfadarse el otro chicho. El caso es que, al final, en lo que nos decían qué onda con los coches, casi se hicieron cuates.

Cuando llegó el segundo cliente nos fuimos a otro motel. Él era un hombre joven, atractivo, divertido y, sobre todo, bien chiludo. Tenía una herramienta de esas que te ponen a hacer viscos. 

Me tomó de la cintura y me dio un beso. Pasó su mano por mi espalda y comenzó a tocarme. 

Me abrazó y sentí que bajo su pantalón crecía algo enorme. Lo tomé con mi manita para tantearlo y sí.

Nos desnudamos. Se movía rico en la cama, entre besos y caricias, separó mis piernas. Yo acaricié su miembro por el tallo y le puse el condón, separando mis muslos para darle entrada. Me clavó como un alfiler en una mariposa. Me sentí empalada, sin embargo, cuando comenzó a moverse lo hizo delicioso. El dolor de su tamaño se me olvidó cuando llegó el orgasmo.

Regresamos al hotel por nuestros coches. En el camino de regreso me llegó un mensaje de mi escultor con una foto de su trabajo. Es un chingón. La neta.

Hasta el martes, Lulú Petite

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