Con calor humano

Sexo 04/12/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 05:20
 

Querido diario: Incluso adentro de la habitación hacía algo de frío, o al menos eso le dije a  él, quejumbrosa, cuando vi que tenía el aire acondicionado puesto. Mientras lo apagó lo vi insinuarme con una sonrisa ancha, que muy pronto encontraríamos calorcito. No es que me moleste el frío de modo particular, pero cuando una tiene que encuerarse en cada chambita, un aire puede desembocar en un resfriado, y resfriada no puedo trabajar; así que hay que tomar precauciones.

—Mira con quién te viniste a juntar, señor volcancito—, lo molesté sentada en la cama, aprovechando para sacarme los tacones mientras hablaba. Él dice que es un Pokemon de hielo, lo que eso signifique, pero me explica que es porque nunca siente frío; por el contrario, odia tanto el calor que siempre trae el aire acondicionado en su coche. Así que se le hizo fácil esperarme como metido en una nevera. No sé si me esperaba a mí o quería cogerse a Chilly Willy.

Me imaginé que el rojo en mis labios resaltaría la expresión burlona pero de buena fe, en mi rostro. Por la forma en la que me miraba, me imaginé que igual era de su agrado. 

—Con la persona más friolenta que existe, tal vez—, terminó él por mí, y con razón. Cuando el aire estuvo apagado decidí quitarme el abrigo. De todas maneras, ya no pensaba tanto en el detestable invierno desde que lo vi desabrocharse la camisa. Un calor ya familiar para mí comenzó a subirme desde el vientre hasta el nacimiento de las tetas. Lo que hice fue morderme el labio inferior, pícara, y llamarlo, al tiempo que subía las piernas a la cama: —Ven a calentarme, entonces —.

Por supuesto que cumplió. Ya estaba desnudo de la cintura para arriba cuando se me unió arriba de las sábanas, y yo no tardé nada en encargarme del resto de su ropa. El frío quedó aplastado al igual que yo, debajo de la masa de calor que era su cuerpo, que palpé con las manos bien abiertas. Me encantaba que, al tacto, su piel siguiera igual de tersa que tibia, incluso cuando ya no quedó ropa. Mientras nos besábamos, recorrí entera su espalda, con los dedos, luego con las uñas, especialmente cuando empezó a empujar con las caderas contra mi pelvis. Le iba bien esa posición encerrada entre mis piernas abiertas. Él se incorporó un momento, de rodillas, para encajarse el condón en el miembro y yo aproveché para gatear sobre la cama con el sólido propósito de  besar su pecho. Y más abajo.

Fue una delicia sentirlo tensar el abdomen por la expectativa de mis besos en su vientre. Disfruté cada segundo previo a llevármelo entero a la boca. Le chupé la erección con un gemido, moviendo la cabeza de atrás hacia adelante para comérmelo bien, hasta la base. A él le temblaban los muslos, hacía fuerza para no desplomarse debajo de las trampas de mi boca y en mi entrepierna todo aquello se traducía en abundante flujo.

Él fue capaz de comprobarlo de entrada, cuando finalmente me tumbó, apoderándose de mi cintura para acomodarme debajo suyo. Me acarició el pelo con dulzura y los besos que me dio por la mandíbula seguían quemándome, cuando me separó las piernas para posicionarse dentro de mí. Y por Dios, si el frío continuaba afuera, no me enteré. Esta cogida lenta y caliente me bastaba para mantenerme en la temperatura correcta el resto de la noche.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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