La muerte del volcán

LEO AGUSTO

OPINIÓN 30/09/2019 09:57 LEO AGUSTO Actualizada 11:57

Hasta antes del sábado, nadie sabía con certeza dónde estaba José José, cosa de disputas familiares. Hasta que nos enteramos del fallecimiento del cantante este fin de semana, duelo para sus hijos, su familia, con el deseo de millones por una pronta resignación, porque también el pueblo de México y el mundo de la música de habla hispana están de luto por la muerte del Volcán de colonia Clavería, donde el cantante vivió hasta antes de convertirse en el Príncipe de la Canción.

La noticia fue dada a conocer por su hija de 25 años, Sara Sosa, desde Miami, Florida, donde el cantante pasó sus últimos días dando la batalla contra el cáncer de páncreas. En medio de la consternación, nos hemos enterado de que José Joel y Marysol no han visto a su padre desde hace más de un año y que ahora no saben dónde será el servicio funerario. 

La disputa es un fiel reflejo de la violencia intrafamiliar que se vive en México (especialmente contra la población vulnerable), donde ni siquiera el DIF hace el intento de acercarse a la familia Sosa, cuya discordia es pública.

Hemos normalizado y asumido como sociedad la descomposición de las familias, incluso ahora que alcanza al mundo de la música. Y antes llegó al mundo del arte con el célebre pintor y escultor José Luis Cuevas. El gobierno de la Cuarta Transformación tiene que afinar sus políticas públicas para fortalecer a la familia sin retrocesos ni mocherías; por ejemplo, poner a consulta derechos civiles como el aborto y el matrimonio gay. El pleito entre “Sarita” y sus hermanos debe ser una alerta para ver qué está pasando en el tejido social mexicano. Los alegatos han alcanzado el tema de la cesión de regalías a “Sarita” y, por lo pronto, es ella quien debe dejar que sus hermanos se despidan de su padre y permitir que el pueblo se despida de su ídolo en Bellas Artes o donde sea.

Periscopio. Las marchas están saliendo de control en la Ciudad de México, los actos de vandalismo han vuelto cuando creíamos que se habían acabado con el cambio de partido en el gobierno de la ciudad, hay veces que ‘El Gordo’ es ingenuo de más, usted dispense. El mundo sigue rodando sin que se sientan los vientos de la Cuarta Transformación en la capital del país y la administración de la doctora Sheinbaum será puesta a prueba nuevamente cuando se conmemore la masacre del 2 de octubre que, como se sabe, será con una marcha a la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.

Es tarea y responsabilidad del gobierno de la ciudad ubicar a los titiriteros de los grupos de choque infiltrados, nada más para salir de la duda respecto a si los “anarquistas” son conservadores del “PRIAN” o enviados de algún morenista en un rudo juego de patadas bajo la mesa. 

Radar de lo absurdo. Sigue de moda la aplicación de una vieja estrategia política: “cómo hacer que todo se trate de mí y mi papel de víctima”. De visita en su natal Tabasco, el presidente López Obrador recordó los días cuando fue delegado del Instituto Nacional Indigenista, esto allá en los lejanos años 70 del siglo pasado. AMLO comentó que, según la ficha que le elaboró la extinta DFS, fue vigilado por Miguel Nazar Haro, director de la temida Dirección Federal de Seguridad. El recuerdo llega memorioso en un momento donde Manuel Bartlett es cuestionado por su inexplicable riqueza familiar.

Vaya paradoja, como secretario de Gobernación en los tiempos de PRI cámbrico, Manuel Bartlett fue el último jefe de la DFS, quien como gato ha caído, pero de pie de sexenio en sexenio, desde tiempos añejos hasta nuestros días.

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