En la Ciudad de México

El concierto de Gorillaz en el Palacio de los Deportes como nadie te lo contó

La banda británica se presentó anoche ante más de 20 mil personas en el Palacio de los Deportes

(Foto: Sergio Flores, El Gráfico)

Espectáculos 25/10/2018 13:53 Sergio Flores Actualizada 17:13
 

Las emociones se cruzan una y otra vez: van de la ficción a la realidad, del apocalipsis a la fiesta, de la guerra a la paz, de la furia del rap y hip hop a la melancolía más agridulce del pop electrónico. Y así, Gorillaz lleva a su público entre canción y canción, de arriba a abajo, una y otra vez.

Por ello se vuelve tan simbólico cuando Damon Albarn, quien convocó este miércoles a más de 20 mil asistentes en el Palacio de los Deportes, se pone la máscara del personaje virtual '2-D' en un choque de dos mundos: el ficticio y el real. 

Por momentos la línea es muy delgada entre estas dos caras de la moneda: sobre la tarima se desarrollan complicadas melodías con sonidos que no se limitan en géneros musicales y que son bien ejecutados por una docena de talentosos músicos y coristas que recuerdan las glorias del gospel y el soul, pero detrás de ellos hay una pantalla gigante donde se proyecta una historia paralela en la que 2-D, Noodle, Murdoc y Russel se juegan la vida en aventuras siempre complicadas y peligrosas (sus vidas siempre están en riesgo). 

A las 21:30 horas las luces del recinto se apagan, y sobre la pantalla principal aparece y desaparece la palabra "Hello", un saludo que sí es completamente real y que marcará el inicio de esa bomba de contrastes, en la que no faltarán 'On Melancholy Hill', 'Hollywood', 'Feel Good Inc.', 'Clint Eastwood', así como los cortes abridores 'M1 A1' y 'Tranz'.

Damon Albarn, que antes de Gorillaz ya conocía las mieles del éxito mundial con su banda de britpop noventera Blur, aparece con las manos por lo alto, se mueve semilento por el escenario, viste una sencilla sudadera negra; su rostro refleja tranquilidad y control absoluto con todo y su diente de oro que hace más brillante su sonrisa.

El británico, líder absoluto de Gorillaz, comparte protagonismo con algunos raperos que van subiendo a lo largo del concierto. El público recibe con euforia a estos invitados, suben y bajan la mano al ritmo del rap, cantan con precisión cada estrofa y rima, se comen cada palabra y la vomitan como si de eso dependiera salir bien librado de un barrio ajeno. 

Luego de una veintenta de canciones (al final se interprerarán 27), ya no se sabe qué es realidad y qué es ficción. Todo se vuelve un mismo código de realidad virtual, una fiesta tecnológica en una suerte de apocalipsis. El vocalista pasará de la melódica al órgano, del micrófono al altavoz, de la guitarra al piano. La banda virtual irá nuevamente de la guerra a la paz, del caos al equilibrio.

Albarn ya tiene el rostro sudoroso, baja a la valla para sentir las manos de sus fans, su calor. Antes ya le habían lanzado la bandera de México, la cual se colocó en el cuello y espalda. Parece que flota entre las cabezas de los asistentes más cercanos al escenario, se los quiere llevar a su casa. 

En la pantalla aparecen Jack Black en el tema casi tropical 'Humility' y Bruce Willis en 'Stylo'. El actor de 'Duro de matar' y 'Pulp Fiction' aparece con un revólver y amenaza con aniquilar a quien se le ponga en frente. Ahora que lo pienso, morir en ese justo momento de un disparo, en ese clímax de sudor y entraga, de adrenalina y velocidad, no hubiera sido un mal final.

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