Es hora de deambular

18/05/2014 23:55 Mario Mejía Actualizada 23:55
 

Al poner un pie en la calle no eres nadie, sólo dos extremidades sobre la acera, que sostienen un cuerpo medianamente erguido que, al integrarse al contexto urbano, pierde cualquier rango académico o social.

Cuando caminas la gente te mira como tú la miras: sin interés y quizá con la única preocupación de que no te cruces por su camino. En la calle no eres el gerente, el albañil, el mensajero, el jefe de oficina, el mecánico, vamos, en la calle, todos somos peatones sin distinción.

Siempre se anda con la mirada en la meta inmediata, ya sea la de llegar al trabajo, a la escuela, a la casa, a la papelería, a una cadena interminable de objetivos mundanos que, sin excepción, nos distrae del goce de caminar.

Ahora se aprecia más la acción de llegar que de partir y ni se diga si le invito a deambular, se va a sacar de onda ya que es un verbo en desuso, pero tan enriquecedor como un buen masaje a mediodía.

Me explico: un día cualquiera almuerce al finalizar la mañana de modo que no tenga que invertir tiempo a la hora de la comida para ingerir alimentos y mejor deambule. Deambule por las calles cercanas y camine sin motivo. Mire a los peatones e imagine sus historias y piérdase en sus rostros.

Salude a la señora del puesto de dulces, al bolero, al organillero, y ofrézcale sus cincuenta centavos con pelusa. Pare en esa esquina donde compra su cigarro de dos pesos. Aspire profundo y siga caminando.

No, no piense en nada ni en nadie, esa es la regla principal al deambular y siga de frente; ¿a dónde? a ninguna parte, camine por el único placer de moverse, por el placer de que las cosas sucedan a su paso.

Ahora regrese a su lugar de trabajo y, aunque lo miren raro, siga sonriendo, usted acaba de deambular, un verbo ya en desuso.

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