¡Viva la diversidad!

Sexo 30/06/2017 05:00 Raúl Piña Actualizada 05:02
 

Cuando tenía 20 años, conocí en el desaparecido y legendario Bar Le'Barón (entre el Parque Hundido y Félix Cuevas) a Alexis. No tendría nada en especial conocer a alguien en una noche de antro, de no haber sido porque este jovencito era un hombre con capacidades especiales. Alexis había nacido con una discapacidad, era "medio" sordomudo. Es decir, en la escala del 1 al 10, su nivel estaba en el 5. Podía emitir sonidos y algunas palabras y su audición era un poco mejor todavía, pero sin llegar  a lo que llamamos "normal".

Desde pequeño hacía natación para fortalecer las cuerdas vocales y con el tiempo se dedicó a levantar pesas y a correr maratones de largo alcance.  Todo eso lo llevó a conseguir un cuerpo espectacular que hacía que todos voltearan a verlo y a todo lo anterior, lo acompañaba una cara de facciones cuasi perfectas. Era blanco, de sonrisa espectacular y siempre estaba de muy buen humor. Bailaba en la pista como todos y trataba de seguir el ritmo con lo poco que alcanzaba a escuchar. Se le veía siempre feliz. 

Empezamos a 'andar' y aunque siempre tratamos de comunicarnos era bastante difícil, pues yo no conocía el lenguaje de señas y para ser sinceros, nunca lo intenté. De habernos conocido en estos tiempos, hubiera sido mucho más fácil por correos electrónicos o por mensajes de texto.

Después de 'terminar' nuestro breve noviazgo me lo encontré una vez en el mismo bar con un muchacho tan guapo como él y con las mismas características. Ambos eran sordomudos. Ni modo, me lo perdí por no hacer la lucha de aprender su lenguaje.

Años más tarde y a insistencia de unos amigos que estudiaban sicología en la UVM me presentaron a  Antonio. Hombre guapísimo y muy elegante.  Era mayor que yo, pero me gustó mucho cuando lo vi y yo a él.

Toño era un hombre muy culto, muy simpático, fino y de modales perfectos. Un verdadero caballero.  De vez en vez, soltaba sus "palabrotas", pero en él sonaban muy divertidas y pícaras. Cuando mis amigos lo conocieron, me dijeron que no dudaban de  por qué me había entusiasmado tanto con él. 

Bailábamos mucho en las fiestas de mis amigos de la universidad y siempre la pasamos de lujo cuando íbamos él y yo solos a escuchar trova en un bar del sur de la ciudad. 

Toño era como cualquier chavo de su edad. La única diferencia era que cuando niño padeció de polio, y eso lo llevó a tener problemas al caminar y usaba bastones para sostenerse. Nunca fue impedimento para él y mucho menos para mí. Nos queríamos tanto, que eso nunca fue tema de conversación entre nosotros.  Siempre fue un hombre muy respetado en su ámbito laboral, y llegó a tener puestos muy importantes como maestro en sicología y en neurociencias. Nos separamos —muy a nuestro pesar— porque yo recibí una oferta de trabajo (mi primer trabajo serio y con buenas oportunidades) en Puerto Vallarta, y me dejó volar. Gracias, siempre Toño (in memoriam).

Muchas veces damos por ganado lo que la vida nos dio y no le damos mucha importancia a cosas que tenemos seguras en nuestro cuerpo.  Estos hombres que te cuento, como muchos que seguramente hay,  son ejemplo de lucha, de vida y superación, a pesar de los obstáculos que han tenido que superar y que no por eso han dejado de llevar una vida tan normal como la que tenemos los demás.

Sirva ésto como un homenaje a ellos y a lo mucho que debemos de aprender de su fuerza y determinación para vivir. Dentro del enorme abanico de posibilidades que hay en nuestro ambiente (y no sólo en el gay) hay campeones de vida de los que aún nos queda mucho por aprender. ¡Viva la diversidad!

 

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