En busca de carne fresca, sin compromisos

Sexo 04/11/2016 05:00 Raúl Piña Actualizada 05:00
 

Ya se acerca la temporada alta en los lugares de esparcimiento mexicanos.  Algunas playas de nuestro país  son internacionalmente reconocidas  como destinos gay.  En esta categoría, entran Acapulco, Cancún y Puerto Vallarta, sólo por señalar a las más conocidas.

Nuestros vecinos de Estados Unidos  y Canadá ya preparan maletas y la libido de los "gringuitos" sube de temperatura nada más de imaginar a los bellos mexicanos piel morena, ojos oscuros y cuerpos de tentación. 

Los extranjeros arriban a su destino listos para pasar noches interminables de lujuria, placer, alcohol y mucho, pero mucho sexo, con los jóvenes locales. 

Los anfitriones esperan con ansia estas fechas para conocer al que puede ser el gran y verdadero amor que se los lleve a vivir a California, Vancouver o Seattle.

Los antros revientan de cuerpos sudorosos sin camisa, de movimientos eróticos y de cachondeo sin parar. La playa es el sitio de reencuentro para el ligue de anoche, y por qué no, para uno nuevo.

Los lugareños se preparan todo el año para estar en forma e impresionar  a las nuevas conquistas.

Las tiendas locales ‘hacen su agosto’ vendiendo los trajes de baño más reveladores, ropa de moda y los gimnasios están atiborrados marcando la figura, y los efectos del señor Sol se hacen evidentes en esas pieles doradas y llenas de sensualidad.   

Algunos ya tienen ‘amigos’ de planta que vienen cada temporada a visitarlos; es muy común ver a estos chavos gays mexicanos, presumiendo a su ligue a dondequiera que van.  Te miran por encima del hombro y el estar con un gringo parece ser que les da un estatus diferente y los pone por arriba del resto, de esos que no ligaron nada.

Sueñan con que éste sí es el efectivo, el que se lo llevará a su país y le pondrá una casa con jardines, perro y salidas a cenar todas las noches. 

Si supieran que esos "güeritos" ahorran todo el año para hacer su viaje.   Trabajan en fábricas de donas, son cajeros en tiendas de ropa de segunda mano o de plano, son empleados de alguna oficina 'equis', donde ganan el mínimo, y comparten su departamento con otros tres,  porque no les alcanza para pagar una renta completa ellos solos.

La otra parte de estos viajeros  son hombres ya retirados que viven de una pensión modesta que les permite vivir cómodamente, y que sus dólares  rinden más en México,  de acuerdo con el cambio de moneda.

Un amigo de Toronto me dice que los gays canadienses de dinero, los que sí tienen billete, se van a París, a Mykonos o a Dubai.  Hasta en los peseros hay rutas.  Pos cómo no.

Pero ahí están nuestros mexicanos ilusionados, pensando que este fulano de Nueva York o de Montreal  lo va a sacar de vender tiempos compartidos y/o de meserear en los restaurantes caros del puerto.

Muchos hemos pasado por esa fantasía que de tan cercana, se antoja imposible.  No existe, no pasa.  Y a los que les llega la suerte de irse algún día con uno de ellos, se da con la nariz en la pared, al darse cuenta que su 'gringuito' no vive como él pensaba y que tiene también cuentas que pagar y prisas para alcanzar el autobús que lo lleve al trabajo.

Pero nada cambia, cada año  es lo mismo.  Los traen de cama en cama, de hotel en hotel, de cuerpo en cuerpo.   Pero hablar de amor y matrimonio, ¡jamás!

Una vez que se descongela la nieve en los países del norte, se acaban las vacaciones y parte el último avión, las ilusiones se quedan ahí, esperanzadas, a que la próxima temporada sí va a llegar el bueno.

 

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