Los niños nos dan lecciones de vida

29/04/2014 03:00 Víctor Jiménez Actualizada 22:04
 

Incorporar algunos aspectos perdidos de la niñez haría nuestras vidas más disfrutables y menos complicadas. Es por esto que deseo, en este elogio de la niñez, resaltar lo que podemos aprender de las “niñerías” de los pequeños.

Los niños se expresan sin inhibiciones. ¿Cuándo fue la última vez que cantaste en voz alta, que bailaste, que saltaste de gusto o que le dijiste a alguien, con lágrimas en los ojos, lo que te duele? Seguramente has escuchado que “los niños (y los borrachos) dicen la verdad”. Esto es porque se expresan sin inhibiciones, sin el temor de los adultos a la crítica ajena.

 

Los niños piden lo que quieren con todas sus fuerzas. Muchos adultos desarrollan tal temor al rechazo, que simplemente no se atreven a pedir lo que quieren, no sea que se los nieguen. Se rigen por el “qué tal si…”, y se paralizan. A veces no se atreven a pedir ni siquiera a las personas más cercanas o queridas, por ejemplo, que les den un abrazo o que les digan que los quieren. Todo por el “y si…”.

 

Los niños exploran sin temor. Los adultos pensamos demasiado en las consecuencias de nuestros actos, al punto en que nos paralizamos. Muchos de nuestros temores son excesivos, innecesarios, limitantes e ilógicos, por ejemplo, el temor a lo desconocido, a ser juzgados o a lo que podría suceder en el futuro. 

 

Los niños son fieles a sí mismos. Por el deseo de quedar bien con otras personas, los adultos nos olvidamos de ser nosotros mismos. Tememos no ser aceptados, por lo que estamos dispuestos a dejar nuestra esencia y recurrir a una máscara de todopoderosos, exitosos, perfectos, conocedores o salvadores, con tal de ser aprobados.

 

Los niños viven el presente. Hay que observar cómo los niños viven al máximo y aprender de ellos. Los adultos regresamos mentalmente al pasado, tememos que se repita y nos deprimimos; nos adelantamos al futuro y el temor de lo que podría suceder nos angustia. Los mejores maestros para vivir aquí y ahora son los infantes.  

 

Los niños se maravillan. Al crecer, perdemos la curiosidad natural de la infancia, dejamos de ver el mundo como especial y único. Volver a ser curiosos nos convertiría en seres más creativos. Debemos permitirnos imaginar y fantasear para explotar al máximo nuestra creatividad sin miedo al “qué dirán”.

 

Los niños son entusiastas. No se dan por vencidos. Cuando están aprendiendo a caminar, se levantan después de caer una y otra vez. Ellos son optimistas, alegres y espontáneos; viven en el corazón, no en la mente como los adultos; son felices sin ninguna razón en particular. 

 

Los niños aman incondicionalmente. El amor infantil es un amor que no espera nada a cambio. Los niños son amables con quienes son amables con ellos y, al contrario de los adultos, perdonan fácilmente; no tienen sentimientos de venganza ni son violentos. 

 

Los niños ríen a carcajadas. Encuentran disfrute en lo que los rodea y expresan su gozo a través del juego, la risa y las “niñerías”. Para ellos, la vida es un juego que no se gana ni se pierde, sólo se disfruta. No se toman en serio a sí mismos, mientras que los adultos creen que tienen que actuar con “madurez” y seriedad. Olvidamos que podemos ser maduros sin perder el gozo característico de la niñez. 

 

Los niños saben soltar. Muchos adultos guardan rencor por largo tiempo, pues creen firmemente que, si acumulan resentimiento, no los volverán a ofender o que estarán más seguros. Los niños son más sabios: pronto olvidan lo ocurrido, se mueven hacia adelante con facilidad y ligereza, pues saben que no tiene caso quedarse estancados en el pasado. 

 

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