El alto precio del machismo

ZONA G 28/02/2017 03:00 Víctor Jiménez Actualizada 03:00
 

La energía masculina se caracteriza por la iniciativa, el empuje, la persecución de objetivos y la acción. Es una energía positiva que le permite al hombre (y a la mujer) alcanzar sus metas. El machismo, por otra parte, es una masculinidad tóxica. Es una actitud fomentada socialmente que lleva al hombre a actuar de manera violenta, sexualmente agresivo, y a tener poco contacto con sus emociones.

La familia, pareja y los hijos del varón machista conocen bien las consecuencias de estas actitudes. En apariencia, la masculinidad tóxica sólo afecta a quienes rodean al hombre, pero no es así. Afecta especialmente a quien la practica: recibe demasiada presión para “comportarse como un hombre”; acorta su vida; contribuye al riesgo de suicidio y lo hace más violento.

Al hombre se le exige rudeza. Desde temprana edad, el varón es objeto de presión constante para hacerse “fuerte”. Debe probar constantemente que es rudo, aunque no lo sea. Se le hacen una serie de exigencias y se le obliga a pasar por pruebas de su hombría: hacer deportes que no le interesan, exigirse tener un gran desempeño sexual y exponerse a situaciones muy peligrosas. Quizás no se le exija matar un venado en una noche de cacería. Pero sí se le orilla a que aniquile su emocionalidad. Algunos salen de esta etapa traumatizados o deprimidos. Y si al leer esto piensas, “eso es porque son unos debiluchos o maricones”, quizás has integrado la masculinidad tóxica a tu esquema de pensamiento.

El hombre vive menos que la mujer. Un hombre vive en promedio diez años menos que una mujer y no parece haber una razón genética para esto. La conducta y las actitudes masculinas explican esta diferencia en longevidad. Como al hombre se le exige ser rudo, tiende a descuidarse física y emocionalmente. Hacerlo sería admitir su debilidad y tiene bien arraigada la idea de mostrarse invencible, macizo, poderoso. Tarda más en buscar ayuda, y si es psicológica o emocional mucho más. Es más, la busca sólo cuando ya no puede más o la afección ha avanzado demasiado. Además, no sigue el tratamiento tan bien como una mujer; por tanto, tiene mayor riesgo de recaer o le toma más tiempo mejorar.

El hombre no tiene permitido sentir. No es que el hombre tenga menos emociones que la mujer, sino que se le enseña a suprimirlas. Ser fuerte es incompatible con mostrar sentimientos. En su esquema mental, el enojo es la única emoción permitida. En la comunicación con otros hombres, la pareja y la familia hay una regla clara: no incluir emociones. Sufre solo, pues piensa: “Si revelo mi dolor, fallo a mi hombría. Debo ser independiente, racional, dominante, competitivo, poderoso e invulnerable”. Niega las dificultades. Y claro, la tristeza, ansiedad, impotencia, incertidumbre e indecisión se oponen a la imagen que quiere transmitir.

El hombre tiene mayor riesgo de suicidio. Las emociones reprimidas no desaparecen. Permanecen latentes y se convierten en agresión a sí mismo y los demás. Al enmascarar las emociones, un varón tiene más riesgo de caer en depresión, aunque  no la reconoce como tal. La presión social y económica, la ira y la depresión oculta lo ponen en mayor riesgo de suicidio. En México, por cada 100 mil personas, se suicidan 8.5 hombres y 2.0 mujeres. 

Los métodos más utilizados por el género masculino son ahorcamiento, estrangulamiento o asfixia. Con estos métodos se asegura de no sobrevivir. El machismo tiene consecuencias negativas especialmente para quien lo practica. 

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