Crueldad sin fin en el homicidio de niña Fátima

28/11/2017 05:18 Lydiette Carrión Actualizada 16:35
 

Cuando Lorena Gutiérrez encontró a su niña Fátima, no supo el grado de sevicia y tortura a la que fue sujeta. La fiscalía mexiquense se limitó a darle un documento en el que se acreditaba que la niña de 12 años había muerto por “traumatismo craneoncefálico severo”. Nada más. 

Fue un año y medio después, durante el juicio a los tres jóvenes responsables, que escuchó al médico legista que examinó el cuerpo. El doctor relató cómo es que tres jóvenes mayores que ella, lo primero que hicieron fue tirarle todos los dientes  y sacarle un ojo.

Todavía viva, se la llevaron, caminaron varios metros hasta una zona boscosa, y en el trayecto la picaron aproximadamente unas 90 veces, no para matarla, sólo para someterla. No contentos con esto, mientras la violaban anal y vaginalmente, le rompieron las muñecas, le abrieron el pecho y dejaron una herida de 30 centímetros en la entrepierna, heridas de 10 centímetros, fracturas de muñecas, piernas… Nada de ésto mató a la niña de, repetiremos, 12 años y alumna de excelencia de secundaria. No. Todavía estaba viva y estaba consciente. Cuando los individuos se cansaron de violarla, le aventaron tres piedras en la cabeza, una de ellas de más de 60 kilos. 

Después de dar su declaración, el médico legista se acercó a la madre de Fátima, y le dijo: “Señora, discúlpeme por lo que ha tenido que escuchar. La verdad, una muerte así yo no la había visto”. 

Así fue el feminicidio que sufrió  Fátima Quintana Gutiérrez el 5 de febrero de 2015, en la comunidad de Lupita Casas Viejas, Lerma, Estado de México, un pueblito que se creía ajeno a la violencia de la zona conurbada o de otros municipios como Naucalpan. Incluso, dos de los violadores y asesinos la conocían desde que nació, eran vecinos de toda la vida, a veces hasta iban a la casa. 

Se trata de los hermanos Luis Ángel y Josué Atayde Reyes, que en ese entonces tenían 19 y 17 años. El tercero, sin embargo, era otra cosa. José Juan Hernández Cruceño, de entonces unos 23 años, tenía dos años que vivía en la comunidad, proveniente de Naucalpan. El muchacho era conflictivo, violento. 

YA NO REGRESÓ A CASA. Aquel 5 de febrero las cosas eran como cualquier día. Fátima había ido a la escuela temprano, con su pants de secundaria color beige y su mochila. Caminaba unos metros de una zona campestre y llegaba a la carretera, ahí tomaba un camión, y el trayecto hasta la secundaria era de unos 20 minutos. Generalmente regresaba entre 20 y 15 para las tres, y alguno de sus padres la esperaba en la parada. Pero aquel día no ocurrió así. Lorena Gutiérrez, mamá de Fátima, se entretuvo haciendo la comida. Cuando faltaban 20 minutos para las 4, se percataron de que no llegaba y salieron a buscarla, junto con vecinos del pueblo. “Fue ahí que comenzó la pesadilla”, recuerda la mujer.

Los hermanos Luis Ángel y Josué vivían a unos 100 metros de la casa de la familia Quintana Gutiérrez. Casi enfrente de la casa de los hermanos, Lorena encontró la sudadera de su hija, llena de sangre. Se acercó a llamar a los hermanos. Vio a Josué (que entonces tenía 17 años) bajar con la mochila de Fátima y salir corriendo; vio a José Juan salir corriendo también con la ropa llena de lodo y sangre. Sólo quedó en la casa Luis Ángel. 

Lorena trató de alcanzar a los que huían, pero no pudo. Habló a su esposo y le dijo que retuviera a Luis Ángel. “Ellos saben dónde está Fátima”. 

HALLAN CUERPO. Y Lorena siguió buscando, junto con unos vecinos y uno de sus hijos, el de 11 años. Se internaron en  la zona arbolada. Entre las 5 y las 6 de la tarde vieron un piecito que se asomaba de la hojarsca. 

“Primero pensé que le habían cortado el pie a mi hija, no veía nada más” de su cuerpo. “Pero mi hijo de 11 años que estaba conmigo, me gritaba: ‘¡Mamacita, saca a Fátima de ahí porque se está ahogando!’, pero yo me bloqueé. Me fui caminando, salí a la carretera y me senté un momento. Luego paré un tráiler y le dije que me ayudaran, que acababan de matar a mi hija”.  

El cuerpo de Fátima estaba a no más de 140 metros de la casa de los hermanos, del lugar donde estaba tirada su sudadera. Esa misma noche, los vecinos del lugar capturaron a los tres sospechosos y los golpearon. “Los iban a linchar, ¿sabe? Los iban a quemar vivos. Yo lo impedí. Yo los entregué vivos a la policía. Y ahora me arrepiento. Me siento una mala madre”. 

El autor intelectual  del feminicidio actualmente está libre de todo cargo. El menor de edad está por salir de prisión y sólo uno de ellos ha sido condenado. En cambio, la familia ha tenido que irse del Estado de México por amenazas de muerte. Actualmente busca asilo en otro país. Continuará... 

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