Sobreviven a torturas

La roja 27/04/2017 05:00 Arturo Ortiz Mayén Actualizada 05:00
 

Ana María la llamaba mamá, aunque en realidad fuera su abuela y de ella sólo hubiera recibido golpes y humillaciones. 

La encadenaba, le azotaba un tubo en la cabeza, le quemaba la lengua con un encendedor y después para no escucharla llorar, le ponía un calcetín en la boca.

A pesar de sus escasos siete años, Ana María no se doblegaba. Se mantenía firme y la encaraba como si no supiera lo que iba a pasar. “Si la ves no creerías lo que vivió, sorprendente cómo alguien que pasó una experiencia así pueda reír y mostrarse alegre”, dijo un allegado a las investigaciones.

Cuando la Policía la encontró el 22 de diciembre de 2016 en el hospital Pediátrico de Moctezuma su estado generaba indignación. Horas antes, la había abandonado su abuela Carmen “N”, en el camellón de Calzada Ignacio Zaragoza, a la altura de la esquina Calle 6, en Iztapalapa.

El parte médico detallaba una infinidad de heridas recientes y antiguas, huellas de encadenamiento en las muñecas, deformaciones por los golpes en su cuerpo, pero además anemia, sarna y sífilis.

Ese último diagnóstico les hizo temer que la niña hubiera sido víctima también de abuso sexual, pero los estudios médicos arrojaron que no fue así. Es probable que la enfermedad se la haya desarrollado por las condiciones antihigiénicas en las que estaba, pues hacía del baño en la misma habitación donde estaba cautiva.

Con los datos confusos que aportó, Policías de Investigación buscaron en el Registro Civil a su familia, también recorrieron varias colonias en el oriente de la ciudad y en el Estado de México.

Fueron días enteros de investigación, hasta que se hallaron registros en los que concordaban los apellidos de la abuela y la madre biológica.

Dieron primero con el abuelo materno, quien les dijo que la niña era cuidada por su ex pareja, les dio un domicilio en Ixtapaluca, donde el 3 de marzo pasado la detuvieron con base en una orden de aprehensión. Con ella estaban otros tres menores de 5, 8 y 9 años, a los que no golpeaba ni humillaba.

Ana María dijo que eran sus hermanos, aunque en realidad eran sus primos. Sus madres, al igual que la de Ana María, se dedicaban al sexoservicio y los dejaron al cuidado de la abuela. Pero a ella la maltrataba porque su madre no le daba dinero como sus otras hijas. Además, le molestaba que la niña “fuera rebelde”.

Los vecinos dijeron que tenía mucho que no veían a la niña, cada que le preguntaban a Carmen sobre ella, les decía que el DIF se la había quitado.

Los primos de Ana confirmaron los maltratos que sufría. También contaron que otro de sus primos, de casi 5 años, también era golpeado de manera similar. A él lo mantenía en un baño, pero un día, aseguraron, su abuela lo mató a tubazos.

Esos tres menores fueron llevados al albergue de la Procuraduría capitalina, mientras se enfocaban en la búsqueda del otro niño  ue mencionaron las víctimas. En una entrevista con la imputada supieron que no murió y que se lo entregó a su madre, a quien localizaron en la delegación Gustavo A. Madero.

Él también tenía las marcas de la violencia: lesiones en manos y pies por ataduras prolongadas, heridas y cicatrices en la cabeza y rostro, falta de dientes, deformidad en brazo derecho por fractura no atendida. 

Lo llevaron a un hospital al igual que a Ana. Días después cuando se reencontraron, ambos se abrazaron sonrientes, sin recelo ni miedo.

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