Si quedamos bajo los escombros

Al día 28/09/2017 08:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 08:00
 

Esa alerta sísmica puede ser la última que nos ponga los nervios de punta. Esa ambulancia tal vez no llegue a tiempo. Ya no quiero dormir a medias, con las pestañas atentas. Quiero dormir profundamente y soñar con mi infancia y reír como loco persiguiendo un pequeño remolino de viento. Quiero dormir a pierna suelta y olvidarme del miedo a no despertar jamás. Pero si quedo bajo los escombros, quiero que sepan que amé la vida sin etiquetas. Quiero que sepan, si me sacan entero o incompleto, que amé cada parte de mi cuerpo: mis dedos largos, la nariz imperfecta y mi cabello medio crespo. No, aquí miento, en realidad siempre odié mis ojos tristes y el ceño fruncido. Pero esas son nimiedades a estas alturas.
Si quedo bajo los escombros quiero que sepan que amé la solidaridad de todos en la desgracia: el niño que donó agua, el albañil incansable, el hipster con la pala, el topo y su línea de la vida, la señora que preparó alimentos, los estudiantes que cargaron cascajo, los perritos rescatistas y también los civiles que van y vienen, los que donaron ropa, herramientas, tortas o víveres. También amé al profesor y al obrero o el policía, a las madres de familia, a los ciclistas y choferes, a la enfermera profesional y la improvisada, a todos los brigadistas, a cada bombero. Amé la forma en que se unieron y se unirán en caso que yo o tú o la abuela quedemos bajo los escombros.
Quiero que sepan que amé las cuatro paredes en las que viví durante tantos años. Y amé este colchón cóncavo y cada rincón de la sala y la ventana cuando llovía. Amé a la araña inofensiva que de vez en cuando descendía desde aquella esquina. Amé el ruido que se colaba por el balcón y también el sol que entraba por la rendija de la cortina. Amé estos metros cuadrados en los que siempre me sentí a salvo. Amé a mi perro y su mirada curiosa cuando me veía llegar del supermercado. Amé a mi gato y el pelaje que dejaba por todos lados. Amé a mis mascotas y la compañía que nos hacíamos en otoño y sobre todo en los inviernos o los domingos melancólicos.

> > >

Si quedo bajo los escombros quiero que sepan que amé tu cuerpo desnudo y la cereza de tus senos. Te amé con el corazón y las palmas de mis manos. Te amé con lujuria y también con paciencia y esta locura que sólo tu comprendías. Te amé con pasión y en la calma del huracán y en el ojo de la tormenta. Amé tus malos ratos, tus manías, tu piel tersa y esos labios que sabían a todas las primaveras.
Amé cada etapa de mi vida: la niñez y juventud, los años fabulosos y los meses grises, la madurez y aquel semestre que tiré a la basura. Amé al niño que fui, callado y audaz, el que trepaba a los árboles y se lanzaba cuesta abajo en avalancha. Amé mis pantalones cortos y el viento en mi cara mientras andaba en bicicleta. Amé el helado napolitano y volar papalotes, el árbol del columpio y mi guarida secreta en la azotea.
Siempre amé los abrazos medicinales de mi madre y su bendición antes de salir de casa, también sus albondigas al chipotle y los buñuelos con miel. Siempre amé a mis hermanos, desde que los vi o los cargué por primera vez. Y así también amé a mis hijos, uno a uno, conforme fueron llenando de sonrisas nuestras fotografías. Amé a los primos, a mis sobrinos, a la tía Marina y a mi familia casi completa, salvo un par de cretinos que nunca volveré a mencionar.
Amé el primer beso de mi adolescencia. Y la música de otras décadas y los libros que me acercaron a la poesía. Amé a un equipo de futbol y sus colores. Amé a mi maestra de inglés con sus ojos luminosos y sus pechos en mis fantasías. Amé a la hermana guapa de mi amigo y también las cartas que nunca me atreví a entregarle. Amé a la mujer con respeto y admiración, aunque no siempre me comporté como todo un caballero.

> > >

Si quedo bajo los escombros, sepan que amé los días de escuela, la prepa y la universidad y las tortas de la cafetería, las canciones de Joaquín Sabina y Caifanes y Soda Stereo. Amé los consejos de Mario Benedetti y la poesía de Dante Guerra. Amé los cuentos de Juan Rulfo, las aulas que me dieron conocimiento y hasta los exámenes no aprobados.
Ya lo describe perfectamente Dante Guerra: “Este polvo y estos trozos de cemento/ no son obstáculo digno/ para la esperanza de la gente./ Esos hierros retorcidos/ no son ningún impedimento/ para las manos que trabajan y hacen callos./ Esos escombros y la neglicencia,/ no sepultarán la solidaridad/ que otra vez nos ha germinado./ No podrán, los discursos o los pretextos,/ derrumbar tanta y  tanta fuerza/ que nos prodigan los jóvenes,/ las amas de casa o los voluntarios/ o el obrero y las profesoras./ No podrán derrumbarnos la esperanza./ Es hora de que otros tiemblen:/ los malnacidos y corruptos, por ejemplo”.
Si quedo bajo los escombros, sepan que amé mi infancia y mi juventud, la madurez y los días que comenzaban a hacerse añejos. Amé los viejos remordimientos y los recuerdos nuevos. Amé el mar y las puestas de sol, las bugambilias de la abuela y su café de olla.
Si muero bajo los escombros o de cualquier otro modo, quiero que sepan que amé mi vida como se ama lo que ha estado contigo por mucho tiempo. Si muero y no puedo escribir más, quiero que sepan que echaré de menos todo lo que amé desde niño, como los abrazos curativos de mi madre y el retrato con mis hermanos y los "te quiero" tan constantes que me regalaron mis hijos. Si muero de cualquiera manera, si mi cuerpo queda intacto o en ruinas, quiero que sepan que siempre amé el viento sobre mi cara mientras rodaba en bicicleta. Y que amé ser mexicano, como ahora y desde siempre. Si quedamos bajo los escombros, tú, yo y cualquiera de nosotros, confiamos en que muchos acudirán a rescatarnos.
Así que gracias, gracias a todos por dar la mano, por la fuerza y el espíritu inquebrantables, por las lágrimas y la herramienta, por los víveres y la esperanza. No decaigamos. No claudiquemos.

[email protected]

 

Google News - Elgrafico

Comentarios