La tristeza nos va contaminando

Al día 17/05/2018 08:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 08:00
 

Escribo con estos dedos huesudos, ya sin tacto hábil desde que las ideas se extraviaron. Escribo con las cuencas vacías, que no saben mirar si no es hacia el abismo. Escribo con dificultad, como si usara una máscara antigases en una película mala. Escribo desde estos paisajes urbanos, tan poblados y al mismo tiempo tan desiertos. Escribo desde esta noche árida, seca como el sonido de las ambulancias, quemante como el dolor de los que lloran a sus desaparecidos.
Escribo con ardor de garganta, con el corazón en llamas y me declaro incompetente para entender por qué este país se hunde en la indiferencia, por qué se ahoga en oleadas de sangre. Me asumo un incompetente por no comprender que la muerte habla al oído de los adolescentes y viaja en el transporte público.
Me reconozco estupefacto porque la tragedia merodea en cada esquina, en cada parque, a la salida del colegio. Me asumo indignado porque las autoridades se hacen invisibles, tramitan amparos, mientras las jovencitas desaparecen, se esfuman, en el Estado de México, en la frontera, en cualquier urbe con tufo a corrupción.
Escribo con estos dedos tristes, con esta depresión que me mueve como en un teatro guiñol, como una marioneta deshilachada.  Y me declaro un imbécil por no encontrar sentido a mis días, ni calma en mis noches. Me reconozco idiota porque me abruman mis defectos y me cuesta trabajo lidiar con mis inseguridades.
Soy rehén de mis propias fronteras y casi nunca llego a ningún lado. Soy un perfecto imbécil y me escudo en los silencios para no gritar mientras me devoran las ansiedades. Me declaro incapaz de lidiar con mis otros yo: esos que me dictan locuras, al tipo rudo que me asesora, al hombre sensible que me gobierna, al cursi que me cobra la renta. Todos los yo que no se hace uno. Malditos incompetentes. Maldito yo, por perder el tiempo dando vueltas en círculos.
Soy tan parecido a mí que a veces me doy miedo. Soy el espejo que me recuerda que esta barba hirsuta habla de bipolaridades, de extremos que nunca se tocan, de días nublados y tardes calurosas. Me declaro inepto ante las cosas más simples, como el amor y las fiestas de cumpleaños y los abrazos cotidianos y un simple “te quiero”. Ya lo ha cantado muy bien Gustavo Cerati: "La espera me agotó./ No se nada de vos./ Dejaste tanto en mí./ En llamas me acosté/ y en un lento degradé/  supe que te perdí/ ¿Qué otra cosa puedo hacer?/ Si no olvido, moriré/ y otro crimen quedará,/ otro crimen quedará/ sin resolver./ Una rápida traición/ y salimos del amor. Tal vez me lo busqué".
Soy el saboteador de mis propias promesas, de todo lo que postergo, de lo que a veces sueño, de lo que me queda a la mano, de lo que nunca podré alcanzar por más que me lo proponga. Me declaro un idiota por sentarme a fantasear, por renegar de mi futuro, por escribir mi epitafio cuando debería de pulir mi primer libro. Escribo estas líneas con dedos entumidos por la rutina.
Escribo con estos dedos flacos que ya no saben de caricias ni cursilerías. Soy el perfecto inútil que maldice los noticieros, que colecciona poesía y archiva recuerdos y juega poker con el destino a sabiendas de que acabará en bancarrota. Me reconozco el Maquiavelo de mi lado bueno, el terrorista de mis momentos sanos. Soy este pobre estúpido que ha jubilado sus sueños antes de tiempo, el torpe que no aprendió a lidiar con el amor, el usurero que esconde su corazón dentro del congelador, el miserable que ya no sonríe frente a su reflejo.
Escribo con estas manos resecas que sólo saben decir adiós con ademanes desganados. Nada raro, pues me he titulado en cursos de verano, me he graduado como iluso, me ha doctorado en decepciones, y aún no encuentro mi vocación en un mundo regido por el dinero. Soy mucho más de lo que he contado, mucho menos de lo que pretendo. Llevo una máscara antigases en este baile decadente y por supuesto que todos me miran raro.
Escribo con estos dedos que no se cansan de teclear poemas de Dante Guerra: "Soy demasiado inepto,/ para este mundo complicado./ Soy un domador inútil/ y también el león domesticado./ Soy un idiota recurrente,/ soy un libro sin prólogo ni final,/ soy aquel niño sin recreo,/ un Volkswagen descontinuado./ Soy una máquina de café en la funeraria/ o un ataúd clausurado./ Soy como tú, ni más ni menos/ como todas las aves que caen/ en el parque o en el asfalto/ por el monóxido de carbono/ o tal vez por la tristeza”.
Escribo con las manos delirantes de los que duermen pocas horas: "Soy una ambulancia que rasga  el silencio./ Soy lo que puedo, lo que duele,/ lo que más odio y lo que detestas,/ soy lo que nunca sueñas en tus desvelos/. Soy mi génesis y mi punto final./ Soy como un indocumentado/ en un país sin esperanza./ Soy una explosión de rabia/ que se estrella en el muro/ de todas las indiferencias./ Soy un barco de papel olvidado,/ mientras llegan las lluvias,/ la temporada de tormentas".
Escribo desde la madrugada, como si fuera mi última posdata antes del apocalipsis: Soy como tú. Soy tan poco yo. Soy tan demasiado común. Soy una simple lágrima. Soy estos ojos abiertos que miran hacia la nada. Me quedan pocas risas. Nulas esperanzas. Sólo quiero ser menos vulnerable. Sólo quiero dormir en silencio. Y no volver a escuchar la alerta sísmica. La locura se pasea desnuda y se acuesta en mi cama. Hace frío y tengo más pesadillas que me visitarán de madrugada. Me quedan pocas historias por escribir. Me sobran motivos para odiar. Me declaro incompetente para entender todo esto que pasa. Han dinamitado nuestra calma. Y escribo como si a alguien le importara un carajo. Me declaro imbécil, igual que ayer, peor que mañana.

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