El desamor siempre se paga a plazos

Al día 15/12/2016 05:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 05:03
 

Llena de dudas, acosada por sus inseguridades, Paula intentó por cuarta ocasión llamarle a Alan. La respuesta la decepcionó de nueva cuenta: “El número que usted marcó no está disponible o se encuentra fuera del área de servicio”. Ella buscaba una señal, un símbolo de tranquilidad. En automático pensó lo peor. Seguro que Alan está con su ex mujer, con la muy puta, con la idiota que nunca se da por vencida, con la estúpida que interrumpía a medianoche, a las dos de la madrugada para hacer preguntas obvias: “¡Hola!, ¿estás ocupado?”. En cuanto escuchaba la respuesta titubeante, “emm, sí, un poco”, la ignoraba. “Ay, bueno, es que, mmm, cómo te digo, estoy con unas amigas y justo estábamos escuchando una canción que me recuerda a ti”. Idiota, sí, idiota, eso reflejaba el gesto de enfado de . Y el tonto de Alan no tenía las agallas para colgar, mucho menos para mandarla al carajo. “Sí, ya sé, era Marian”, dice con enojo Paula, “pero ¿por qué no la mandas a la chingada?”. Alan sólo se encoge de hombros. Maldita sea, quién le manda andar con un pendejito que tiene un hijo con otra. Y así será forever. Y no habrá un refugio que salve a Paula de las estupideces, de las llamadas a deshora, de los argumentos comunes del tipo “es que el niño tiene fiebre y no sé qué hacer”. Y cada vez, como siempre, Alan sólo alzará los hombros en actitud de “es-que-yo-no-tengo-la-culpa”. Y Paula se encerrará en el baño, angustiada por cosas que no alcanza a comprender, temerosa de que cuando ella no esté la otra sonría después de hacer el amor con ese tonto que no ha podido dinamitar el pasado. La poesía no cabe, todos lo sabemos, pero hay dardos que son certeros: “Mientras tú te desnudas con pausa a su lado,/ habrá otra que vuele vertiginosa al ritmo de los orgasmos./ Yo no lo sé con certeza, no me atrevería a jurarlo./ Y sin embargo, creo que su corazón está atado,/ que su deseo está endeudado con otras caricias y otros labios”. Claro, es un poema desgraciado, como desdichadas son las dudas de una chava que cada que se mira al espejo encuentra una mirada triste y un cuerpo que ha dejado de ser deseado. Paula se mira al espejo y trata de descifrar la soledad. Y el espejo le devuelve el frío reflejo de la incertidumbre. Una mujer suspira ante su rostro sin maquillaje. Y la Navidad sólo es ese jodido frío y los adornos en el Walmart. Una mujer archiva tristezas, mes por mes, y no hay brindis navideño ni regalos de intercambio que le provoquen una sonrisa sincera. Una mujer se mira en el espejo y ya no se encuentra tan guapa. Ella sabe que los corazones rotos no tienen reparo. Paula sabe que el amor tarde o temprano genera intereses y recargos. Se lo aprendió a Dante Guerra: "Si usted aún confía en el amor/ no tiene remedio ni salvación./ Si usted aún cree en el amor,/ entonces prepárese para pagar/ a plazos o con intereses y recargos./ Si alguien finge que le entrega/ el corazón envuelto en celofán,/ póngalo en una maceta de barro/ riéguelo cada quince días/ y verá que florece un cactus".

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El celular suena una, dos, tres veces, hasta que Nayeli contesta de la manera más impersonal: “¿Qué pasó?”. Ricardo titubea y pregunta “¿qué pasó? No ha pasado nada. Quedaste de llamarme”. Del otro lado de la bocina se oye una exhalación y Naye revira “¿yo? Pensé que tú quedaste en llamarme”.  Ricardo aclara que no quedó de llamar él y llegan las interrogantes habituales: “¿Qué haces?, ¿dónde estás?”. La chica responde con desenfado que “aquí, como dice mi madre, deteniéndole el cigarro a un amigo” y suelta la bocanada. Ricardo  siente enojo y no puede evitar una punzada de celos “ah, sí, y cuál amigo”. La chava se ríe con cinismo “ay, pues con un amigo, qué importa, ¿qué no puedo tener amigos?”. Chingada madre. Ricardo quisiera teletransportarse o mandar un holograma en su representación para comprobar que ella no está mintiendo. “Bueno, al rato te hablo, porque tengo que ir a buscar a la maestra Martha”, argumenta Nayeli y apenas oye el “ok” cuando ya está colgando. Ricardo está atado al trabajo y no puede escaparse. En cuanto cierra el celular, ella le guiña un ojo a Pepe, quien a su vez se carcajea y le extiende los nudillos de la mano derecha en señal de chócalas. Y Nayeli también ríe, consciente del descaro y se acurruca en el pecho desnudo de su “amigo”. El engaño les parece divertido. Y mientras Ricardo ajusta las cuentas de la empresa y calcula los impuestos a pagar, esa mujer apaga el celular y se dispone a cabalgar en busca de otro orgasmo. Pepe la penetra, hace una pausa y pregunta “¿quién coge más rico?”. Naye se cimbra mientras responde “tú, tú, papi, claro que tú”. Pepe intensifica el vaivén: “No te escuché, ¿quién dijiste, quién?”. Ella se revuelve de placer y gime en vez de responder. Afuera del hotel empieza a oscurecer. Y una patrulla hace sonar la sirena mientras va en busca de alguien a quien estafar. Y en la radio de pared suena una balada que habla de lo doloroso que es el desamor. Y más tarde un novio desconfiado marcará a un celular y la voz en el contestador le dirá que deje su mensaje para una mejor ocasión. Desde la computadora de aquella oficina gélida, tan impersonal, la voz de Sabina entonará aquel gancho al hígado que duele mientras dicta: “A este ruido tan huérfano de padre/ no voy a permitirle que taladre/ a un corazón podrido de latir./ Este pez ya no muere por tu boca,/ este loco se va con otra loca,/ estos ojos no lloran más por ti”. Y Ricardo saldrá otra vez tarde, con la corbata desjustada y el corazón hecho un muñeco vudú. Volverá a marcar al celular de Nayeli, sólo para volver a sentir los alfileres de la desconfianza, la incertidumbre. Un hombre camina sobre una cuerda en llamas, mientras su mujer arde de deseos en una cama de hotel. Y un anuncio de neón parpadea en la letra "o", como si alguien tocara el timbre del purgatorio. Un hombre camina sobre una cuerda en llamas y el precipicio del dolor se asoma bajo sus pies. Que alguien le avise que Santaclós no tiene refacciones para el corazón. Un hombre camina con la vista en el piso. Y en diciembre el amor está en oferta: a 18 meses sin intereses. Y el desamor se paga a plazos.

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