Un recuento de sueños inconclusos

Al día 14/12/2017 08:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 19:14
 

Chingó el año. O te chingaste tú solito. O te jodieron hasta el corazón. Fin de año. Se acabó el 2017. Y no fue lo que esperabas. Con un pinche carajo. Fin de año y el recuento de sueños postergados. Los amores fallidos, el alma devaluada, los fracasos recientes, el corazón anestesiado, las horas muertas y los días sin trabajo. Llegas a un punto de quiebre y te preguntas si todo el dolor habrá valido la pena. ¿Dónde quedó aquella pasión por la vida? ¿A dónde fueron tus sonrisas? ¿Qué fue del adolescente que soñaba con tocar en una banda de rock? ¿Qué fue de la chica que deseaba viajar por el mundo?  Te quedaste estacionad@ en un sitio que parece no tener salidas de emergencia, en un pueblo fantasma que sólo recorren algunos perros flacos. Y tu panorama es una postal desértica. Trabajas más de ocho horas por un sueldo miserable. Y te aferras a los silencios en busca de respuestas. Eres la imagen viva de la neurosis. La ansiedad se come tus uñas. Jubilaste tu entusiasmo, guardaste la guitarra, la mochila, los proyectos. Y tu madre se congratula de que al fin seas un hombre de bien o una muchacha responsable. "Tan guapo que te ves de corbata", tu abuela te señala en una foto. Tan estúpido que te sientes ordenando balances, archivando tus aspiraciones. "Tan bonita que estás de falda", sugiere tu novio en turno. Y tu maldices el pinche frío. Fuiste educad@ para lo más absurdo: estudiar, conseguir un trabajo “decente”, casarte, tener hijos y soñar con un auto para dejar de viajar en Metro. Y la temporada navideña te recuerda que los rituales de las 12 uvas y sacar las maletas y ponerse calzones amarillos valen para un carajo. Y te emborracharás pensando que te han estafado, mientras te resistes para llamar a tu ex o mandarle un WhatsApp, mientras decides si borras las fotos que aún guardas en el celular. El invierno es un catálogo de deudas, un recuento de sueños postergados. Y quisieramos ser aves migratorias, para escapar del pinche frío. Como ha descrito Dante Guerra: "En diciembre soy un ave migratoria/ que sueña cosas estúpidas,/ mientras se le congelan las alas./ En diciembre sólo quiero volar,/ largarme lejos de tanta frivolidad".

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Y con las manos congeladas caminas hacia el desfiladero. La chica que te gusta no te pela, así que te conformas con besar a cualquiera en las fiestas de tus cuates. Y te emborrachas como desesperado. Y te propones que a partir del año próximo tu vida dará un giro estupendo y mandarás todo a la chingada. Sólo que el gusto te durará poco, porque la resaca del domingo te devolverá a la mediocridad: vale madres, para qué luchar, para que soñar, si a fin de cuentas terminarás igual que papá o mamá. No irás de mochilazo a Inglaterra, tampoco verás a Metallica en Wembley, ni tocarás la guitarra en las calles de Madrid. En cambio, un buen día conocerás a una mujer que te hará sentir el tipo más afortunado, caerás rendido a sus pies y acabarás entregándole tus quincenas. Pasarán los años y la rutina dormirá en la misma cama; tu esposa dejará de arreglarse y subirá de peso. Tú creerás que la vida te ha estafado, aunque tengas sonrisas de niños revoloteando, pese a que tu hija de abrace como en un comercial de papas fritas. Mirarás el televisor, maldecirás el pinche futbol y abrirás otra lata de cerveza que salpicará tu playera deportiva. Y entonces te preguntarás en dónde extraviaste los sueños, qué fue de la rabia que te impulsaba cuando eras joven, a dónde se fue aquel muchachillo rebelde que renegaba de sus padres. Tú dirás si aún estás a tiempo de elegir otro camino. O si estás condenado a votar por el PRI a cambio de unas monedas, a merced de tu indiferencia, en manos de la desidia. ¿Desde cuándo dejas todo a medias?, ¿a qué te saben las canciones de Arjona?, ¿qué se siente ser empleado de un idiota?, ¿cuánto gana un lavaplatos en Nueva York?, ¿cómo serán las noches en Londres?, ¿es verdad que en Canadá hay déficit de jóvenes?, ¿sabes qué quiere decir “déficit”? ¿Por qué no has puesto las luces navideñas en la fachada?

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Melissa no terminó el bachillerato porque se enamoró de Christopher, que iba en su salón y también truncó los estudios. Los padres de ella mediaron para que se solucionara el problema. La madre se puso histérica, el padre intentó parecer duro. La chica salió con la clásica babosada: “Ay, mamá, para qué tanto pinche drama, no seré la última ni soy la primera”. Se casaron en chinga y armaron una fiesta para que todo pareciera decente, como si a los gorrones eso les importara. Christopher trabaja como cajero y su sueldo es pésimo. Melissa es recepcionista en un consultorio. Tuvieron un hijo al que bautizaron como Brandon. Menos mal que no le pusieron Maluma o Yandel. Y Brandon Gómez es un niño que crecerá educado por la tele, mientras los padres trabajan y la abuela le echa un ojo. Y ese niño un día se convertirá en hombre y estará atado a un circulo vicioso que han caminado su abuelo y su padre. Y también le irá al Real Madrid o al América. Y en una fiesta conocerá a la dueña de sus quincenas. Y el amor le hará creer que la vida le sonríe. Y seguro tendrá un hijo al que bautizará como Brandon, sí Brandon segundo. Y a la niña le pondrá Chanel o Leslie o algo peor. Y el destino nos demostrará que el hombre es un animal de instintos básicos, que cree comerse el mundo a mordidas y acabará ladrándole a su sombra, contagiado de esa rabia llamada rutina. ¿Y cómo es que sé todo eso? Lo veo todos los días, en el Metro, en mi vecindario, en el súper, en aquella muchacha desaliñada que jalonea a su hijo, en aquel joven-viejo con panza de chelero, en ese muchacho que le mira el trasero a otras mujeres mientras su esposa camina con desgano. Lo observo a cada rato en el trayecto a mi trabajo. Lo escucho mientras mis vecinos discuten a gritos. Lo miro en los ojos de una juventud que carece de sueños, que esconde la mirada tras unas gafas Dolce & Gabanna piratas. Lo veo cada día con los mismos ojos de Dante Guerra: “En diciembre somos aves migratorias,/ que se han quedado varadas./ Y quisiéramos volar y volar,/ lejos de tantas atrocidades./ Pero somos cuervos deprimidos/ que se extraviaron de su parvada,/ que maldicen la triste suerte,/ de tener las alas congeladas/ por ese frío que hay en todas las miradas”.

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