Cuando el odio supera al amor

Al día 05/04/2018 18:10 Roberto G. Castañeda Actualizada 18:10
 

Creo que no te podías llamar Fabrizio en un mundo gobernado por Gerardos, Jaimes, Alfonsos, Ricardos o Ernestos. Así que todos se burlaban de mi amigo: “Ay sí, Fabris, tú las traes”. Ni como ayudarle. A mí Fabrizio me caía bien porque me gustaba su hermana, básicamente. Y no es que fuera un traidor o un malamigo, sólamente pasaban dos cosas: A mí me gustaba Karen y además Fabrizio era un buen tipo. Así que el primer día de clases, en primero de secundaria, se sentó junto a mí en el recreo y me convidó de su sandwich de pavo. Yo le di la mitad de mi torta de mermelada. Ah y además disparó los Boings. Así que de volada me cayó muy bien. Ya cuando conocí a su hermana que iba en segundo de secu pues me cayó mucho mejor y buscaba cualquier pretexto para ir a su casa a hacer la tarea.

A mí no me importaban las bromas estúpidas del Churrumais y sus secuaces: “Son novios, son novios”. Yo sólo les pintaba sus “cremas”. Sí, la escuela era cruel, siempre lo ha sido y lo seguirá siendo. Antes no existía eso de llamarle “bullyng” al acoso escolar. Pero sucedía, sólo sucedía, sin explicaciones ni teorías. Y todos nos manchábamos con el más débil. Sí, dije todos. Yo también lo hice. Y también fui débil en ciertos ciclos escolares y se mancharon conmigo. Por eso compré un libro de karate, muy mal ilustrado, y la verdad es que no me sirvió para una chingada. Pero yo tenía algo de lo que muchos carecían: rabia, un coraje que me cegaba. Me transformaba cuando alguien me golpeaba. Y no paraba hasta ver sangre en el contrario, así me partieran la nariz o me rompieran el hocico.

Pero el caso es que un par de veces me tuve que pelear para defender a Fabrizio, que entonces ya era mi mejor amigo. La primera ocasión fue porque lo amarraron con cinta canela y lo metieron al baño de mujeres. Para mi cuate fue muy vergonzoso, hasta que lo fue a sacar la conserje. Así que me agarré a madrazos con El Churrimais, nada más porque me dio un chingo de coraje. Como no pudo conmigo se desquitó de hocicón: “Pinche puto, luego luego a defender a tu picador. Par de maricas”. De regreso a su casa, Fabrizio no habló. Creo que se sentía humillado y no sabía qué decir. Nos despedimos con apenas un “cámara, nos vemos”. Esa noche no logré conciliar el sueño y supongo que él menos. Yo pensaba si realmente valía la pena estar soportando las burlas. Incluso consideré alejarme de él, pero nuestra amistad ya había echado raíces.

Fabrizio faltó al otro día a la escuela y también al siguiente. Yo supuse que no volvería, pero al tercer día regresó. en el recreo volvió a invitar los Boings y me dio las gracias a su manera: “Dice Karen que eres su héroe”. A mí me nació una sonrisota. Y me ilusioné más con la hermana. “Vientos, cuñado”, respondí. Y Fabrizo me empujó con camaradería: “Ya quisieras, wey”. Cuando volví a ver a Karen me agradeció que defendiera a su hermanito y me dio un beso en la mejilla. A la semana siguiente yo le di una carta que escribí en mis noches más febriles, declarándole que era dueña de mis sueños o demás cursilerías propias de mi edad. Karen me respondió con un parrafito en el que decía, a grandes rasgos, que yo estaba muy chavito para ella “y además le gustas a mi hermano”. Fue una bofetada para mí. Sí, yo aguantaba que en la escuela le dijeran “mariquita” o se burlaran de sus modos, pero que su hermana reconociera su homosexualidad me causó estragos. Tal vez porque yo intuía que ella me veía a mí con sospechas. Como sea, me amargó su negativa. Y mi amistad con Fabrizio se mantuvo intacta, lo defendí otro par de veces en peleas sin sentido, pero ya no fue lo mismo. Luego nos fuimos a prepas distintas y él se consiguió nuevos amigos y yo me volví un vago para el futbol y me seguí enamorando de chicas imposibles, aunque Karen seguía habitando mis sueños.

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Ya en la prepa tuve un par de novias, me volví un lector ávido de Bukowski, fui forjando mi amor por las letras, anduve en desmadre y medio. Mi gran amigo se llamaba Felipe y cortejábamos a las mismas chicas. A veces me hacían caso a mí y en ocasiones a él, pero nunca peleamos por una mujer. Nuestra amistad se fortalecía con las fiestas, las tareas escolares, los códigos de hermandad no escritos. Y curiosamente, la hermana de Felipe se enamoró de mí, pero a mí no me latía Marisela. Pero él me decía “cuñado” siempre que me quería hacer enojar. 

Hasta que en una fiesta de la prepa, Felipe se emborrachó como nunca. No sé qué carajos le pasó, pero de pronto me abrazó y me dijo que me quería un chingo, “no sabes cuánto”. Sí, yo también, wey. “No, pero tú no sabes de qué modo”, insistió. “Ya estás pedo, carnal”, intenté tranquilizarlo. “Yo te quiero para mí”, el alcohol lo desinhibió y trató de besarme el cuello. Luego se quedó dormido en un sillón. Yo me largué de la fiesta, agobiado por su declaración. “Es el alcohol”, lo justifiqué.

El lunes siguiente nos vimos en la escuela, como si nada. Nuestra amistad sobrevivió un poco más. En ese lapso, su carnala me tiró la onda y yo le dije que estaba "muy chica para mí" con tal de no argumentar que no era mi tipo. "Pues esta chavita puede enseñarte algunos trucos", intentó ser atrevida. Gracias, pero no. "Que se me hace que eres gay", se manchó. Sin embargo no me ofendí. "Bueno, entonces ya sabrás que regalarme en mi cumpleaños", me reí, "nada más evita las boas de plumas, por favor". Ella sí se ofendió: "Deja que se entere mi hermano que tiene un amigo gay". Jajajaja. Que cagado. 

Mucho después Marisela me encontró en el cine con mi novia Natalia y no desaprovechó para sacar su rencor: "Que mala onda, ni sospecha que eres gay, ¿verdad?". Me volví a reír en sus narices. "No mames, Marisela, te encanta amargar la armonía de los demás". Me odió con más fervor: "Pues enróllate tu armonía en el cuello y cuélgate en el baño". 

Ya lo dice Charles Bukowski: "Cuidado con el hombre común,/ con la mujer común,/ cuidado con su amor./ Su amor es corriente,/ busca lo corriente,/ pero es un genio al odiar./ Es lo suficiente genial al odiar/ como para matarte, para matar a cualquiera./ Al no querer la soledad,/ al no entender la soledad,/ intentarán destruir/ cualquier cosa que difiera de lo suyo". Ese pinche Bukowski siempre tiene la razón.

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