Navegar los desiertos de la tristeza

Al día 05/01/2017 06:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 06:01
 

Malditos sean estos tiempos como nubarrones, como humo negro de la desesperación. Malditos días que arden, con el combustible de la incertidumbre. Malditas horas grises, tristes, con el miedo pavonéandose en las calles. Malditos días en que navegamos los desiertos de esta tristeza infinita. Si te prometieron paraísos artificiales, si te engañaron con la promesa de un pago por tu dignidad, si te hicieron en tus narices el truco más barato, si vendiste tu alma al diablo, más vale que guardes algo para los viáticos porque la estancia en el infierno será prolongada. Y es que todos tenemos un familiar, amigo, vecina o simple conocida a la que le compraron su voto. Todos sabemos de alguien a quien sobornaron o intentaron “comprar” en las elecciones pasadas. Pero ya nada nos sorprende, todo nos parece “normal”. Y los poderosos se jactan de que “todo transcurre con normalidad”. Malditos sean los traidores, los vendepatrias. “Normal” es que una multitud bloqueé las avenidas en protesta por los gasolinazos. "Normal" es una horda de salvajes aprovechándose de la psicosis general. “Normal” es que se escuden en el caos para atracar a la gente de a pie. “Normal” es que los periodistas corruptos sigan aplaudiendo. "Normal" es que las televisoras difundan con malicia sus encuestas infladas y luego se excusen con un simple “nos equivocamos”… sí, claro, ya los pasamos a chingar, pero ustedes disculpen. “Normal” es que Peña Nieto sea el presidente de los que están acostumbrados a tratarnos como aves de ornato y nos dan alpiste a cambio de nuestra libertad. “Normal” es que el presidente se vaya a jugar golf mientras la sociedad se infarta por el alza del gas, la luz y el transporte público. “Normal” que los pobres pasen a ser más miserables desde que regresó al poder el partido que más nos ha explotado, por los siglos de los siglos. Pero quién carajos se preocupa por estas cosas, cuando los que ostentan el poder se paran frente a las cámaras para contar que “es una medida dolorosa pero necesaria" para que no colapse la economía. Maldita sea, si nuestra economía personal está colapsada desde que tengo memoria: mi bisabuelo, mi abuelo, mi madre han sobrevivido en la precariedad, sin lujos, sin vacaciones en el Caribe. Si mi economía es un viaje en una vieja balsa de madera, mientras las tormentas vienen y van. Por eso siempre estoy al lado de los que marchan con el puño en alto, de los que se acaban la vida de pie y trabajando. Por eso creo que Caifanes tiene himnos que nos retratan "Antes de que nos olviden,/ haremos historia,/ no andaremos de rodillas,/ el alma no tiene la culpa.../ Antes de que nos olviden,/ nos evaporaremos en magueyes,/ y subiremos hasta el cielo,/ y bajaremos con las lluvias". Antes de que nos olviden, navegaremos desiertos y miraremos con tristeza la desolación a la que nos han condenado. 

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Tengo rabia y siento pena. Siento coraje y tengo tristeza. Tengo el dolor y la rabia y el coraje de los que se han sentido estafados, humillados. Tengo tanta tristeza acumulada por ver a esa pobre gente ponerse la soga al cuello, caminar en fila hacia el abismo y extender la mano por un mendrugo de pan que no soluciona nada. Y también tengo algo de poesía reservada para los malos tiempos, para los días aciagos, para las horas fúnebres, como plantea Roque Dalton: "Estamos en el lugar en que se encuentra el hombre./ Estamos en el lugar en que se asesina al hombre,/ en el lugar en que los pozos mas negros se sumergen en el hombre./ Estamos con el hombre porque antes muchísimo antes que poetas somos hombres./ Estamos con el pueblo, porque antes, muchísimo antes que cotorros alimentados somos pueblo./ Estamos con una rosa roja entre las manos/ arrancada del pecho para ofrecerla al hombre!/  ¡Estamos con una rosa roja entre las manos,/ arrancada del pecho para ofrecerla al Pueblo!". Y qué hacemos con esta tristeza los que apostamos por el cambio. Qué carajos hacemos con la desilusión de tantos jóvenes que confiaban en el entusiasmo de su voto. Qué malditas hacemos con la esperanza de los veteranos que creían que habíamos madurado como sociedad. Qué hacemos ahora con esta confusión que aturde, que desespera, que acentúa el dolor. Yo no sabría qué decirles, cómo confortarlos. Lo único que sé es que no tengo otro camino que contribuir a derribar barricadas de la única forma que tengo: sensibilizando, siendo un mejor ciudadano, compartiendo lo que sé, distribuyendo poesía, cuestionando lo que no entiendo, enseñando que es mejor escuchar a Sabina que tener orgasmos con Belinda. Aunque yo no sé si sirva de mucho, seguiré regalando los trazos de Roque Dalton, mientras las mayorías resienten el jodido calor en el infierno: "Ay, poetas que os olvidasteis del hombre,/ que os ovidasteis de lo que duelen los calcetines rotos,/ que os olvidasteis del final de los meses de los inquilinos,/ que os olvidasteis/ del proletario que se quedo en una esquina/ con un bostezo eterno inacabado,/ lleno de balas y sin sangre,/ lleno de hormigas y definitivamente sin pan,/ que os olvidasteis de los niños enfermos sin juguetes,/ que os olvidasteis del modo de tragar de las mas negras minas,/ que os olvidasteis de la noche de estreno de las prostitutas,/ que os olvidasteis de los choferes de taxi vertiginosos,/ de los ferrocarrileros y de los obreros de los andamios,/ de las represiones asesinantes contra el que pide pan/ para que no se le mueran de tedio los dientes en la boca,/ que os olvidasteis de todos los esclavos del mundo,/ ay, poetas, ¡como me duelen vuestras estaturas inútiles!". Lo sé. yo sé que la poesía parece fuera de tiempo y forma, pero es que la furia se ha desatado. Y tampoco creo en la violencia como el único camino. Yo creo más en la inteligencia que en la barbarie. Yo confío más en la gente buena que en los salvajes que atacan a su propio hermano. Yo desconfío de los gobernantes y quiero creer que todo esto nos servirá para crecer como sociedad y elegir mejor a los que llegarán al poder. 

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