Nos seguirán robando hasta el sueño

Al día 04/05/2017 08:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 08:03
 

Ayer me repetí mil mentiras frente al espejo. Hoy amanecí con resaca. Hace algunos años me titulé en desengaños. Mis defectos son como medallas que gané en ciertas batallas. Muchos apostaron por mi y los he defraudado. He desperdiciado el tiempo, he vagado en bares caros y tugurios baratos, he zarpado en proyectos que nunca llagan a buen puerto. Mi cartera está vacía y mi currículum es un anecdotario de empleos mal pagados. Yo soy un coleccionista de sinsentidos. No tengo futuro. El presente es un desperdicio. Por más que me esfuerzo, no cosecho más que frutos amargos. Los amigos de la infancia han quedado en el olvido. Hasta el aire que respiro está contaminado. El mundo parece darme la espalda. Y yo duermo acurrucado. El optimismo es mi enemigo. Algunas madrugadas me deprimo. Ciertas tardes me dan migraña. El sol no es solidario. El viento me susurra frases que no entiendo. Mi propia sombra me acorrala. En serio que me siento jodido y no sé qué hacer para remediarlo. Bebo más de la cuenta. Leo como desesperado. Hay ciertas verdades en los libros, pero la realidad te desengaña.  Mi traspatio es una zona minada. Vivo en el sótano del infierno. O al menos así me siento. No tarda en arder, otra vez, mi casa. Puede que vuelva a fumar. O quizá deje encendida una veladora. Quizá sea mejor que yo inicie el incendio. Todo lo que poseo no vale un cacahuate. No soy dueño de nada, ni siquiera de mi destino. ¿Ya te conté que me deprimo muy seguido? Dan ganas de cancelar el teléfono o dejar de pagar la luz y el agua. Hay días que la mortificación no deja conciliar el sueño. ¿Qué tal caería otra devaluación?, ¡Ya subieron otra vez el pasaje! El mundo está gobernado por el dinero. El presidente cuida los intereses de los millonarios, mientras tú te preocupas porque alguien no te robe el celular de camino al trabajo. En cada esquina acecha una desgracia. Y en los restaurantes caros, el banquero brinda con champaña. Y en un hospital de lujo, una actriz se resana las arrugas. Y en la clínica de tu colonia se desangra un baleado. Pero todo eso qué importa, qué, si tienes el TV Notas en tus manos o si la Rosa de Guadalupe te repite que los milagros llegan como una brisa suave. En la escuela no debería enseñar física o matemáticas, sino dar cursos para sobrevivir sin la basura televisiva. En las próximas elecciones las mayorías canjearán su voto por unos miserables pesos que los condenarán a la pobreza de todos los días. En las próximas elecciones el candidato oficial sonreirá con el cinismo de los que saben que nos seguirán estafando. Y volverá a subir el pasaje y la gasolina y la canasta básica. Y los salvajes seguirán acechándonos, mientras los políticos están a buen resguardo. Y la violencia es un mancha urbana que se hace cada vez más extensa.

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Mis amigos hablan de  y discuten sobre la calidad de una película que no he visto. Cuando quieren son unos mamomes; es decir, casi todo el tiempo. No sé que carajos hago invirtiendo mi tiempo con tipos que parlotean como si fueran expertos en todos los temas. Me abruma su pedantería. Armando besa a su novia. Luis da una calada a su Marlboro antes de decir que “es una película pretenciosa, que se queda corta en su discurso sobre el caos”. Luis protesta: “Cálmate wey, no sabes apreciar una historia compleja, un crítica al vacío del ser humano”. ¡Que pinche weba! Bebo un trago de ron y me maldigo por haber aceptado echar trago en este bar de moda. Desde las bocinas escapa una rola de Zoé. Una chavita guapa y con un sol tatuado en la baja espalda baila discretamente. Eso me parece una señal de la decadencia. En la mesa, mis cuates ya cambiaron de tema. Ahora discuten de futbol. Me preguntan mi opinión. “Ya me voy”, respondo. “Pero si acabas de llegar”, argumenta Armando, mientras abraza a Nayeli. “Ha sido una semana jodidamente pesada”, pretexto. Finalmente me largo mucho a la chingada, que no está tan lejos. Tomo un taxi justo cuando unos patrulleros me miran de una forma sospechosa. Voy hacia mi departamento y de camino le llamo por teléfono a Rebeca, pero sólo escucho “el número que usted marcó no está disponible..." Seguro está en la cama con alguien más idiota que yo pero con más varo, o quizá es muy simpático y hasta la trata como una reina. Llego a casa. Enciendo el televisor y en MTV hay un video de Luis Fonsi. Le cambio y en otro canal igual de patético hablan de un famoso que es bipolar. Casi todo el mundo es bipolar. Eso ya no es noticia. Mejor apago el aparato. Tomo la guitarra y canto partes de una rolita que apenas estoy escribiendo y que habla de una vieja que cultiva cactus en su ventana. Shales, a veces soy más patético que mis amistades. Otra noche escribiendo tonterías, esperando que se acabe este desmadre de sentirme como un pordiosero en el portal de un banco extranjero. Otra noche infumable en que mi alma es como una guardería de ansiedades, un kínder de monstruos que me aconsejan lanzarme por la ventana o que me pegue un tiro. Lo dicho, cada madrugada, me vuelvo más imbécil. Será mejor encontrar un trabajo de velador o de sacaborrachos. Al menos me pagarían por hacerme pendejo. Y no estaría despierto esperando que alguna vieja me sacara de mi encierro, de este ruido gris en mi cabeza, de este maldito hábito que es cerrar los ojos y no poder conciliar el sueño. Cuanta razón tiene Edel Juárez: "Soy y siempre he sido el que huye,/ el que teme a los espejos y a las fotografías,/ el que duerme solo y hace llamadas a deshoras./ Soy yo el que no responde./ Este soy, el que sobrevive a su ausencia,/ el que se suicidó de niño./ Soy el que vota, el que cumple, el que saluda./ Soy el que mienta madres al volante./ Este soy yo, perdido".

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