Hombres y mujeres con ojos de insomnio

Al día 02/02/2017 07:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 07:00
 

Sabemos tú, yo, todos, que tantos insomnios generan jaquecas y cansancio en los huesos. Y el insomnio es el menor de los males, porque la maldad extiende su velo trágico. Y la bondad cotiza muy bajo en el mercado de valores. Las ráfagas de la tragedia, el recuento de cadáveres, los asesinos sin piedad, los políticos sin escrúpulos, son la noticia de cada día. ¿Y la poesía ya no tiene cabida? Los jóvenes matan por un pinche celular, algún priísta lava dinero del narco, aquel envilecido padre abusa de su hija, un sicario hace pacto con el diablo, el violador acecha a su próxima presa, los corruptos negocian con nuestra pobreza mientras Trump es un cretino de tiempo completo. Y uno despierta con las mismas ganas de siempre, a veces hasta con pesimismo. Uno parece muñeco de cuerda, a merced del destino, a voluntad divina, con los pasos cansados, la mirada un tanto perdida, pensando en qué carajos, qué chingados hacer para darle un giro al destino. Sí, uno es un muñeco de cuerda, a punto de desfallecer, a nada de perder el rumbo. Y el Metro hasta la madre y de regreso a casa con esta cara de rutina.

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Las cosas no han cambiado mucho. Las mismas oportunidades, sexenio tras sexenio, año con año. Trabajos deplorables, niños que desertan de la escuela, profesionistas desempleados, diabéticos con la esperanza amputada, maestros en paro, madres abandonadas, estudiantes sin porvenir, obreros sobreexplotados y ejércitos de adultos que nunca han sabido elegir el rumbo de esta patria accidentada. Decir patria no es país, ni un territorio minado, ni estas cenizas que estamos heredando, mucho menos esta geografía en el mapa. Decir patria es destino, el futuro que heredarás a los niños, la dignidad de los que luchan en el bando de los buenos, la marcha de los estudiantes que no son manipulables, el orgullo de caminar junto a los honestos, el coraje de los que no venden su voto, esta rabia que nos impulsa a seguir construyendo. Decir patria es seguir en pie por vergüenza propia, porque aprendimos a luchar desde niños, nada más por no dejar que nos lleve la chingada.  Ya lo ha dicho Mario Benedetti, hay que seguir vivitos y coleando, nomás por coraje o quizá porque no tendremos ni en que caernos muertos: “Sigo en pie/ por latido,/ por costumbre,/ por no abrir la ventana/ y mirar de una vez/ a la insolente muerte,/ esa mansa dueña de la espera./ Sigo en pie/ por pereza en los adioses,/ cierre y demolición de la memoria./ No es un mérito./ Otros desafían/ la claridad, el caos/ o la tortura./ Seguir en pie/ quiere decir ‘coraje’/ o no tener/ donde caerse muerto”. Y cada vez tenemos menos en dónde caernos muertos, con estos precios y la cotización del dólar. Pero caeremos como héroes sin medalla, luchando hasta el última aliento o trabajando horas extras mientras la muerte nos rompe los huesos a prisa o en cámara lenta.

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Yo no sé si a alguno de ustedes les ha pasado, pero hay días como noches, paisajes como sombras, cielos como nubarrones. Hay horas que desesperan. Hay días fatales, rachas que nos doblegan, noches que no duermes pensando en que carajos harás mañana. El dinero no alcanza, la despensa se ha agotado, tu madre está enferma, tu hermano no trabaja, las cuentas se acumulan y las ratas ya hasta se han mudado de casa. Mujer con ojos de insomnio, hombre que ya no duerme tranquilo, otra vez amaneces con jaqueca, más despeinada que de costumbre y con el cansancio colgado de los hombros. Otra vez café sin leche, huevos sin jamón  y tortillas recalentadas. Otra vez salir de casa con las ganas de que la quincena no sea tan lejana. Una vez más a maldecir nuestra suerte, esperando que el destino le dé un giro a tus esperanzas. Sí, otra vez a recorrer esas calles llenas de pintas de campaña, tan pobladas de sonrisas falsas que prometen gobernar en un país de bonanza. Otra vez caminar con pasos cansados.

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Mujer de pasos cansados, hombre de bolsillos vacíos, otra vez a maldecir las promesas de los candidatos mientras lees el TV Notas o la nota roja, sin reflexionar siquiera en que una despensa por tu voto no cambiará el rumbo del país ni te resolverá los insomnios. Y seguirás amaneciendo con jaqueca, maldiciendo tu suerte, mientras aquel político de peinado impecable decide recortar el presupuesto en educación y engordar la nómina con sus familiares y secuaces. Mario Benedetti ya nos lo hizo saber, pero lamentablemente son pocos quienes lo leen: “Es increíble lo que está pasando./ Los proletarios votan a los ricos./ Me canso de pensar en nuestra historia de pocos héroes./ Todo ese legado metido ahora en nobles monumentos.../ Esta plaza se llama Libertad/ por eso le quitaron las baldosas”. Si tantas pintas de campaña las cambiáramos por poesía, esta Babel sería un paisaje menos desértico. Si los corruptos fueran linchados por sus propios cómplices, no habría espacio suficiente en cárceles y cementerios. Si pensaras tu voto, si lo reflexionaras un poco, el próximo presidente no será tan necio ni igual de criticable. Si dejáramos que marcharan nuestras tempestades, codo a codo con los estudiantes, seríamos arquitectos de un futuro menos complicado. Y como advierte Dante Guerra: “Esto no es un manifiesto,/ni una declaración de principios,/ sólo es una verdad absoluta,/ una realidad absurda,/ la lista completa de reclamos/ para los que han empeñado nuestro futuro/ y los que nos han heredado el caos/ en este país convulsionado”. Quiero pensar, aunque soy pesimista, que dejaremos de ser hombres y mujeres con ojos de insmonio. Quiero creer que mos cansaremos de ser mujeres con cansancio acumulado y hombres de bolsillos vacíos. Quiero creer.

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