No me puedes dejar así

Sexo 24/07/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 11:29
 

Querido diario: Ramón me habló el domingo por la noche. Justo a punto del estreno del último capítulo de la serie de Luismi. Vi a través de mi ventana la calle mojada por la lluvia, las luces de los coches, levanté los hombros y fui a arreglarme, después de todo, Mickey sabrá esperarme y podré ver más tarde en qué acaban las andanzas malévolas de Luisito Rey, el villano más culebra que ha conocido la televisión nacional.

Salí de casa, muy coqueta. Vestidito negro, tacones altos, labios rojos y el cabello suelto, acariciando mis hombros desnudos.

Ramón es uno de mis clientes más veteranos. No aparenta los casi setenta que tiene, sólo se le notan en la experiencia.

—Vaya, vaya —dijo—, qué guapa estás.

Le encanta echarme piropos y dárselas de enamorador. A mí me gusta que sea así. Es un hombre alegre, aunque no tiene una vida fácil. No tiene hijos ni pareja, no conserva muchos amigos. En sus tiempos fue un hombre muy fiestero y vivió de todo. Trabajaba en el espectáculo y se hizo de carrera y fortuna, aunque no de fama. Ahora, en los años de peinar canas, está vigoroso y tiene la vida resuelta, pero está solo. Dice que la soledad es aburrida.

Dice que se ha alejado de sus amigos porque disfruta más estar con gente joven, aunque eso lo hace sentir viejo, pero que ver a amigos de su edad lo hace ver que no se siente viejo, que lo está. Por eso me llama. Un poco por el sexo, oto poco por la compañía y otro, porque entrar en un cuerpo joven y hacerle el amor, lo revitaliza.

Sus blanquísimas canas le daban un toque de elegancia. A veces me intimida con sus ojos ámbar, pero lo que más me atrae es su porte. Se ve que unos años atrás debió ser un caramelo.

Se acercó a mí con su sonrisa encendida. 

—Me tomé la pastilla hace una hora.

Esas mágicas palabras me arrancaron una sonrisa y al mismo tiempo una potente sensación de expectativa.

—Perfecto —susurré .

Coloqué su mano sobre mis senos y empecé a acariciarle la entrepierna, que comenzaba a hinchársele. Rápidamente, se quitó la guayabera, se bajó los pantalones y nos metimos a la cama. Su cuerpo desnudo sobre el mío generaba una tensión que no podíamos resistir. Sentí su miembro tieso y prensado en mi muslo.

Lo ayudé a colocarse el condón y me puse de medio lado, dándole la espalda. Él se acostó junto a mí, abrazándome por la espalda. Me besó el cuello y me colmó de piropos, bajito en la oreja, antes de metérmelo. Primero suavecito, disfrutando la sensación de ir encajándolo. 

De pronto me agarró por la cintura y empezó a menearse de lo más rico, proyectando su cadera en ángulo perfecto. Podía sentirlo dentro, haciéndose cada vez más duro y grueso, su pecho acariciando mi espalda, su respiración en mi nuca, sus dedos en mis pezones, sus labios en mi cuello, sus piernas entrelazándose con las mías.

Cuando llegó a su punto, descargó todo reprimiendo un grito, pasmado como un roble, empujando con toda la fuerza de su ser. Me apretó por la cadera y dio una última estacada suprema, dándolo todo de sí, vaciándose en éxtasis.

Tras unos minutos de descanso comenzamos a conversar. Le dije que, por su culpa, me había perdido del último capítulo de la historia de Luismi, entonces, como si los recuerdos le inundaran la cabeza, comenzó a contarme que él conoció a Luisito Rey y muchos de los detalles de lo que se cuentan. Tantas cosas se dicen que no hay más verdad que la que cada quien tiene en su mente.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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