Gozar vs el estrés

Sexo 14/08/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 12:00
 

Querido diario:  Hay de todo en esta vida. Entre mi adorable clientela, lo mismo he atendido hombres contentos, serios, mamones, quisquillosos, despistados, austeros, felices y melancólicos. De todo. El secreto está en saber manejar cada temperamento.

El martes me habló Paco. Lo conocí hace poco menos de un año. Me llamó para pedirme un servicio y terminó convirtiéndose en un cliente habitual. Siempre alegre y juguetón, optimista. Como obstinado en hacerte reír.

Ese día era otro. Estaba cabizbajo, achicopalado.

—¿Quién eres y qué hiciste con Paco? — Pregunté en tono de broma. Él sonrió con desgano. No iba a sacarle más palabras que las que quisiera compartir, así que no insistí, pero fue él mismo, al cabo de un rato, quien me contó por encimita lo que lo tenía tenso:

—Es el trabajo.

Detuve un segundo el masaje y continué más suave. Tenía los músculos como piedras.

—Hoy lo tienes, mañana quién sabe.

Resulta que le entró algo así como una crisis de incertidumbre. Le va bien en su trabajo, es en la incitativa privada, pero últimamente los negocios van bien un rato, otro se descomponen. Últimamente, dice, vive entre migrañas.

—Es sólo incertidumbre. Ya pasará —Cerró, como diciéndoselo a sí mismo. Convenciéndose.

—No te apures, hay que estar preparados, pero no estresarse.

¿Qué más podía decir? Paco hizo un gesto como pensando y luego volteó a verme con algo más de luz en su sombrío rostro. La cercanía de su cuerpo emitía un calorcito peculiar, muy suyo. 

Mis uñas se deslizaron por sus hombros, lo que hizo que se dispararan sus sentidos. Vi su piel chinita ante mi tacto, sentí la electricidad que transmitía su cuerpo a través del mío, ese deseo que se acrecentaba como en cámara lenta, encendiéndonos cada vez más.

Acaricié su pecho, su cuello y la línea de su mentón, mientras acariciaba su rostro, empezó a estrujar su entrepierna contra la mía, empujando quedito pero insistente su macana cada vez más gruesa, grande y tiesa. Escurrí una mano por debajo y palpé el tronco denso y picudo.

—Te deseo —susurró Paco con esa voz fogosa, bien cachondo.

Eso fue un detonante más para mí. Abracé su espalda y apreté mi cuerpo desnudo contra el suyo. El pulso de su miembro me anunciaba un deseo cada vez más difícil de contener. Bajo la tela de su trusa, su travieso amigo asomaba sus más claras intenciones.

—Dámelo —gemí, deseosa y empapada entre las piernas.

Sin más preámbulos, Paco tomó un condón de los que yo había puesto en el buró, se lo puso y me penetró con la cara arrugada de placer, como si le causara un intenso y riquísimo dolor.

A partir de ahí todo fue divino. Mis caderas se rindieron a su vaivén. Me lo empujó tan rico que me sentí congelada de placer, mientras todas mis sensaciones se desataban. Paco recorrió mi cuerpo con la malicia. Lo apreté más y lo sentí venir con toda su fuerza. El flujo de su clímax hizo que todas las angustias se esfumaran, al menos por ese momento, y dieran paso a la felicidad y al optimismo.

—Gracias —me dijo Paco, con la respiración agitada y viendo hacia arriba después de acabar, como si desaparecieran sus preocupaciones evaporizadas por el orgasmo.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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