¡Estuvo delicioso!

Sexo 10/07/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 11:07
 

Querido diario:  Alejandro me intimida. Irradia algo misterioso que me despierta un nerviosismo extraño. 

 Es silencioso y le gusta la quietud. Supongo que conmigo se relaja, por algo me llama, pero parece siempre estresado y hasta amargado y es inexpresivo.

Me habló el martes. Con sus frases cortantes y directas, me dijo dónde quería que nos viéramos. 

—OK —le dije—. Ahí nos vemos.

Cerca de media hora después estaba entrando en su habitación. 

—Hola —masculló.

Alejandro es alto y fornido, con hombros anchos y cuello grueso. Tiene la nariz aguileña y el mentón pronunciado. “Cara de cabrón”. Iba de negro de pies a cabeza.

Es ese tipo de hombres en cuya presencia no sé si lo estoy haciendo bien o mal. Pareciera que, hagas lo que hagas, todo le da igual. Es tan rígido que he llegado a pensar que quizá no me contrate por el placer, sino sólo para desahogar una necesidad fisiológica.

Cuando se acomodó en la cama, me pidió que me acercara. Así como es intimidante, al hacer el amor es, por decirlo de algún modo, si no cariñoso, cuando menos sí muy complaciente. No sabrá relacionarse, pero sabe coger.

Nos acostamos lado a lado, abrazados relajadamente y a gusto. Empezó entonces a acariciarme el rostro, el cuello, los hombros. Yo le devolví el gesto montando una pierna sobre la suya y rozándolo, incitándolo.

La forma en la que lo dijo me puso la piel chinita e hizo que se me antojara apretarlo más duro y besarlo apasionadamente. Nuestros cuerpos se atrajeron y comenzamos a restregarnos, a acariciarnos cada vez con más ganas y deseo.

En un santiamén, estábamos dando vueltas por la cama, encuerados, creando un torbellino de sábanas y ropa suelta. Sentía su pasión trepidante, el pulso de su miembro erecto entre sus piernas.

Tomó un preservativo, se lo colocó y me clavó esa mirada  casi maligna y oscura antes de penetrarme a lo misionero. Estiré los brazos por encima de mi cabeza y me aferré al tope de la cama, mordiéndome los labios a medida que se meneaba, metiéndome hasta el fondo su pieza tiesa entera. Gemí.

La respiración agitada y quejosa de Alejandro me incitaba a seguirle el paso, el ritmo de su vaivén cachondo, estremeciéndome los cimientos, haciendo brincar mis tetas, eran signos de un goce mutuo.  Arrugué el ceño y empecé a experimentar una cosquillas tremendas en mi entrepierna húmeda.

—No pares —alcancé a rogar casi desesperada.

Alejandro le metió más ganas y se hundió hasta el fondo cuando no pudo aguantarlo más. Sus músculos tensos fueron el indicio más obvio. Lo tomé por la cintura y lo jalé hacia mí, con las piernas abiertas, apretando para que se sintiera más rico mientras eyaculaba. El pulso de su pene bombeando un torrente fuerte de leche fue delicioso y lo hizo delirar por unos instantes antes de caer rendido sobre mi pecho.

—¡Estuvo delicioso! —dijo mirando al techo, con una mueca que puedo asegurar, era una sonrisa. Quedé sorprendida, después de un buen rato de conocerlo, por fin comienzo a pensar que tal vez no es un robot.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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