Dos orgasmos

Sexo 06/09/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 19:49
 

Querido diario:  Justo en el glorioso instante en que la punta de su lengua tanteó la entrada caliente de mi sexo, y dio, como si tuviera un mapa, con mi clítoris deseoso, un cosquilleo furioso me vibró en el cuerpo, desde las pantorrillas hasta la cara. Supe que me había ruborizado mientras el vientre se me encogía en un espasmo de puro placer, y casi inconscientemente moví las caderas para buscarle la boca, siempre procurando que su aliento tibio estuviera en contacto con toda el área expuesta entre mis muslos abiertos.

Apoyada en los codos, eché la cabeza hacia atrás y gemí con los ojos cerrados. Era demasiado bueno ¡Caramba! El labio inferior me lo mordí para liberarlo en plena queja de placer, estirando el brazo a través de mi abdomen tenso con el objetivo de aferrarme al pelo del hombre que se comía mis jugos a manos llenas.

Me vi arrastrada sobre el colchón por las caderas, hacia abajo, donde su boca volvió a reencontrarse con mi clítoris. Mi compañero por esta hora de sexo furtivo me supo lo suficientemente mojada como para meterme dos dedos de una sola vez, el anular y el del corazón, y comenzó a fornicarme con ellos mientras su lengua me succionaba las partes más sensibles de mi vagina encendida.  

Me retorcí sobre las sábanas con los ojos en blanco, incapaz de formular una frase coherente ahora que este hombre me había puesto a gritar. Cuando sentí en la cima y sabía que el orgasmo estaba a punto de explotar como fuegos artificiales él paró. Le exigí que siguiera, que me cogiera con sus labios y terminara el trabajo, sin embargo sólo sonrió y me encontré gruñendo de frustración.

—Impaciente —me dijo él con una sonrisa juguetona, subiéndome a besos por la línea del ombligo. El muy maldito detuvo todo de golpe con una certera cachetada sobre mis labios vaginales que, aunque ardía deliciosamente, me había frenado el proceso de una manera que no sólo era poco caballerosa, sino toda una fregadera. Ya me estaba viniendo ¡Carajo!

Me quedé temblando debajo de sus labios y me mojé los míos mientras lo miraba con un reproche que no sentía, quejándome a ruiditos con un puchero y la garganta seca, aunque por dentro estaba sonriendo—. Muerde —me pidió él para callarme, y me puso el empaque del preservativo entre los dientes.

Y mordí, por supuesto. Toda la frustración del mundo no iba a curarme de las ganas que le tenía a que me penetrara. La habitación del motel se inundó con el ruido húmedo de nuestra unión, él de pie al borde de la cama con las manos bien ubicadas en mis caderas, y yo abierta de piernas y arqueada, recibiéndolo contenta.

Todo se volvió más que perfecto cuando mi compañero, mi cliente, mi cómplice de aventura, me cerró las piernas de un tirón, obligándome a recostarme de lado sobre la cama. Yo me sostuve en alto con los brazos para fijarme en la manera en la que su pelvis chocaba contra mis nalgas, pero a medida que recibía los golpes de sus embestidas en mi carne más sensible me fui encogiendo, agarrotada y con la piel erizada por un orgasmo que volvía a formarse con toda la furia. El orgasmo de antes, el que interrumpió, habría sido una ola grande, éste el que al fin sentí, fue un tsunami. Cuando un hombre sabe coger así, este oficio es una delicia. 

Hasta el martes,  Lulú Petite

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