Bien grandote

Sexo 19/06/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 10:18
 

Querido diario: Se paró frente a mí y era un mastodonte ¿Cómo te explico? José es corpulento. Mide cerca de dos metros, su espalda es ancha y todo él es tan cuadrado que temo estar por coger con un refrigerador. Cuando me quito las zapatillas se para frente a mí, me arrincona contra el tocador y se me queda mirando a los ojos, con algo entre ternura y deseo. Es curioso, con ese tamaño, es un hombre muy tierno, amable, optimista, sonriente. Era la primera vez que nos veíamos, pero hubo buen clic.

Frente a él y sin zapatillas, soy diminuta, lo de petite no es puro adorno. Él me levantó la cara y con cierta dulzura se inclinó para servirse un beso. Es bueno besando. Sus labios apenas acariciaron los míos, como abriendo terreno.

Olía riquísimo, me encantan los hombres que huelen bien. Era un aroma varonil, la química perfecta entre su colonia y el ph de su piel.

Algo me dijo en ese momento, pero no le entendí o no puse atención, en realidad en ese momento estaba como hipnotizada por las formas de José. Cómo me miraba, cómo poco a poco se quitaba los zapatos. Entonces los vi. Sus pies. Sus pies eran enormes. Es decir, aún siendo él tan grande, esos esquíes resaltaban. No dije nada, pero en eso pensé que si todo era proporcional, estaba a punto de ser empalada. Y me acordé de lo que solía decirme un amigo sobre los hombres de pies grandes. “Les cuesta conseguir zapatos”. Se supone que era una especie de chiste, pero a mí, en ese momento no me provocaba tanta gracia. 

Mucho menos me hizo gracia cuando José estiró su mano y me jaló suavemente hacia la cama.

Todos mis temores se disiparon cuando comenzamos a desnudarnos, acariciándonos y besándonos en el proceso. Sus labios carnosos derretían los míos, mientras que sus manos robustas delineaban las curvas de mi cuerpo. Sin prisas, pero con seguridad felina, José tomó posesión de mí, arrimando su entrepierna contra la mía.

—Oh —gemí cuando sentí el bulto tenso y duro. Al parecer mis temores eran ciertos.

Me lamió el cuello, el bordecito de la oreja. Me tocó dulcemente, con sus palmas calientes, apretando suavemente mis tetas, mis pezones, mis carnes. Estaba dispuesta y lista. Se demoraba, creando tensión, y eso me ponía aún más. Acaricié con mis uñas su espalda ancha, su cuello terso, mientras nuestras lenguas se enredaban en una danza cachonda. Lo deseaba y estaba ansiosa.

Entonces sucedió. Sin más, me tomó por la cintura, midió la distancia y enfiló sus tropas hacia mí. El puntillazo fue certero. Mi sexo le cedió espacio. Me sentía tibia y tan mojada que entró como un fierro caliente en una barra de mantequilla, y el maremoto de sensaciones invadió todos mis sentidos. Enterré mis dedos en sus hombros cuando empezó a empujármelo más a fondo, más fuerte.

Alcé las rodillas y con las piernas lo rodeé por la cintura. Su miembro de roble causaba estragos, rozándome de una forma muy rica el clítoris con su ingle empapada de mí. Algo animal comenzaba a surgir en nuestra unión. El roce de nuestras pieles sudorosas, nuestros ruidos, gemidos y gruñidos, esa forma en que nos hundíamos en un mundo de instintos, sin palabras.

Me acribillaba, meneándose de atrás hacia delante, sin detenerse.

El rostro enrojecido de José era un poema. Sin detenerse, enfiló sus últimas fuerzas y empezó a agitarse. Cuando acabó tenía la boca abierta y la mirada perdida detrás de sus párpados.

Miré en el piso sus tremendos zapatotes y no pude evitar pensar en que en este caso resultó cierto eso que dicen de los hombres con pies enormes. Sonreí.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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