Picas o platicas

Sexo 31/05/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 11:39
 

Querido diario: Hugo es bajito y pecoso. Se parece un poco al Canelo. Está fortachón porque va al gimnasio y de chavo practicó kick boxing o algo parecido. Camina lento, como si nunca llevara prisa o se estuviera placeando, como un león en la jungla. Creo que se dedica a algo que tiene que ver con espectáculos o la organización de eventos, no sé a ciencia cierta, lo que sí sé es que le va bien, pero siempre está ocupado.

Lo que me enerva es lo de sus celulares. Siempre trae dos iPhone de los más recientes y, también siempre, están sonando ambos continuamente. Textos, llamadas, correos, whats. No puede evitar estar pegado a su cel. Se supone que son aparatos que nos liberan, pero si te permites depender demasiado de ellos, terminan por esclavizarte.

Estábamos desnudos, nos interrumpieron antes de empezar a coger con una llamada y luego se puso a atender mensajes. Me recosté con la cabeza en su vientre y su sexo a unos centímetros de mi cara. Aún así, inerte, es un pene grande. Lo vi y me gustó,  me puso cachonda.

Cuando más concentrado estaba en sus mensajes, me puse a decirle cosas. No por hacer conversación, sino para jugar a distraerlo, sacarlo de quicio. Le pregunté cualquier cosa.

—Sí —respondió, con el rostro iluminado.

Al cabo de un rato, mi metralleta de preguntas y comentarios terminó por vencer su resistencia, alzó la vista y encontró mis ojos. Sonreí.

—¿Qué? — Preguntó

Le expliqué que el reloj seguía corriendo y que lo que no hiciera en su hora, era tiempo perdido para él. Sonrió apenado y se rascó la nuca.

—Perdón —dijo haciendo el aparato a un lado—

Por fin, más en ánimo y sin distracciones, gateé hacia su cara y le planté un beso. Su rodilla entre mis piernas comenzó a jugar un papel importante en lo que se avecinaba. Hugo se abalanzó sobre mí. Comenzó a besarme por todas partes. Mi cuello se rindió ante sus labios.

Entonces lo envolví por la cintura con las piernas y comenzamos a restregarnos salvajemente. Sentí el tallo duro de su miembro despierto, el puje de sus venas, el pulso vivo de su deseo hecho erección.

Creo que su celular vibró sobre el buró en ese instante, pero ya era demasiado tarde, al fin le estaba ganando yo. Estábamos embalados con un rumbo tomado por el designio de la carne. Seguimos besándonos, mordiéndonos, lamiéndonos, restregándonos. Hugo tomó un condón y se preparó.

Me puse a cuatro, dándole la espalda. Alcé la cadera y me apoyé con los codos para ofrecerle el mejor ángulo. Posó sus manos sobre mis nalgas, apretó de una manera divina y me empinó su miembro enterito, tan hinchado como sus ansias. Sentí el sablazo en mis entrañas. Me quedé sin aliento. Abrí los ojos de par en par y me ahogué con mi propia respiración.

Hugo comenzó a agitarse, empujando con su cadera su tolete tieso. Apreté los puños y hundí el rostro en mi pecho. Cada arremetida me hacía brincar hacia adelante, estremeciendo mis pechos, que brincaban y se mecían. Hugo los tomó y pellizcó suavemente mis pezones. Las sensaciones se intensificaban cada vez más. Arqueé la espalda y empujé hacia atrás, clavándome yo misma su miembro.

Hugo me tomó por la cintura firmemente y proyectó su sable bien a fondo. Mi cuerpo temblaba por la promesa del éxtasis inminente. Aun así nos mantuvimos como salvajes un buen rato, gimiendo y gruñendo. Hasta que se descorchó  brotando su orgasmo dentro de mí.

Tras el bombazo, nos desplomamos y quedó encima de mí, con su rostro aplastado en mi espalda. Creo que su cel volvió a sonar, pero ya estaba empezando a dormitar. Permanecimos así, ajenos a todo compromiso.

Hasta el martes, Lulú Petite

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