Entre más cojo...

Sexo 30/05/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:04
 

Querido diario: Lo que a Carlos le falta de pierna, le sobra de entusiasmo. Tiene una pierna unos centímetros más grande que la otra y usa uno de esos zapatos especiales, con suela de plataforma, para nivelarse. A primera vista ni se le nota.

Lo conozco desde el 2015. Es un hombre muy trabajador y le va bien en los negocios, pero le costaba trabajo socializar, especialmente con chicas. Es tímido y cuando trataba de entablar conversación, siempre pensaba en su pierna y se ponía tan nervioso que se quedaba helado, sin decir una palabra. Desde luego, fracasaba en el amor y comenzó a compensarlo contratando servicios como el mío.

Hace esfuerzos por disimular lo de su pierna pero, en verdad, ni se le nota. Incluso descalzo, sin su zapato para equilibrar, no cojea. Lo hemos platicado y poco a poco ha superado la timidez que le causaba esa condición.

El jueves me habló porque quería sexoterapia. Es muy caballeroso. Cada que nos citamos me lleva flores. No un ramillete ni un arreglo  exagerado. Una orquídea, un tulipán, siempre una sola flor. No es que deba hacerlo, pero es un detalle tan de él, que me encanta.

El jueves no fue la excepción. Una rosa amarilla reposaba en mi lado de la cama. Nos pusimos al día brevemente mientras nos desvestíamos mutuamente, nos acariciábamos y nos dábamos besitos de novios. La piel se me puso de gallina cuando me lamió el borde de la oreja y me dijo que me deseaba. Estaba acomodada sobre su regazo y sus manos encontraban poco a poco el paso entre mis rodillas, indagando más a fondo por mis muslos, siguiendo directo hasta mi entrepierna. Me entregué a su tacto y lo rodeé con los brazos en torno del cuello.

Su mano sabía el camino. Húmeda y caliente, mi flor se abrió para sus dedos traviesos. En ese preciso instante nos besamos haciendo bailar nuestras lenguas una danza pasional y cachonda. Mis labios se derritieron al ser mordisqueados sensualmente por su boca insaciable.

Mis pechos encontraron en las palmas de su otra mano un reposo divino. Toqué mis pezones y alcé mis senos hasta su boca para que los besara y los lamiera.

De pronto me tomó por la cintura y me llevó hasta el epicentro de la cama. Se acomodó encima de mí e hizo a un lado todas las almohadas. Había algo salvaje en su gesto, en su mirada, en su pecho velloso y canoso agitado por su respiración desbordada. El deseo era evidente. Su pene estaba izado como un asta, apuntándome como una amenaza de éxtasis a punto de estallar.

Clavó su mirada en la mía mientras se colocaba el condón y luego se abalanzó entre mis piernas con el objetivo fijo. Entró en mí con el ahínco desesperado y sumiso de quien se rinde ante las sensaciones más ricas del placer. Gemimos y apretamos el ceño dejando escapar parte de nuestro aliento en una exhalación de alivio. Me agarré a su espalda sudorosa y levanté las rodillas para abrirle más el paso. Se encajó más a fondo en mí y sentí que me prendió una llama por dentro.

Me agarró firmemente por la cintura e incrustó su cadera hasta las últimas consecuencias. Lo sentí atravesarme, penetrar hasta encontrar el ángulo exacto, el punto de conexión correcto. Mi clítoris rozaba su ingle y poco a poco me estimulaba más y más. Su pecho y abdomen acariciaban mis tetas con cada una de sus embestidas, su respiración tibia impregnaba mi cuello y me hacía sentir tan a gusto que cerré los ojos y simplemente me dejé envolver. Esa aura de deseo creciente fue avivando el fuego de nuestro roce. Comencé a moverme también, restregando mi cuerpo empapado en sudor contra el suyo.

Rodamos entre las sábanas, acariciándonos cada centímetro, cada rincón. Temblé al sentir el orgasmo.

Cuando nos despedimos me contó que probablemente no volverá a llamarme. Era una despedida alegre. Ya superó la timidez. Conoció a una chica y piensa que la hará su novia.

—Las sexoterapias funcionan— me dijo —No se trata sólo de coger, sino de aprender, agarrar valor.

—Verás que te irá muy bien. Estás curado y te doy de alta— Le respondí de corazón y bromeando con mi rol de terapeuta.

—Claro, doctora— Agregó siguiéndome la corriente —Sí, además tenías razón, ni se me nota mucho lo cojo y, aunque se me notara; bien dicen que entre más cojo, mejor para mí, ¿no?

Nos despedimos con una carcajada. Carlos es maravilloso.

Hasta el jueves, Lulú Petite

 

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