Una historia fascinante

Sexo 29/12/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:00
 

Querido diario:Te voy a contar la fascinante historia de uno de mis clientes. Es músico. Toda su vida la ha pasado pegado a una guitarra, inventando notas llegadoras y letras que hagan poema.

El problema es que, como casi todos, nació sin lana. Cuando no eres rico hay que poner la chuleta por encima de las pasiones. Desde chavo, sus papás le advirtieron que la música no le iba a dar para comer, así que tuvo que abandonar su guitarra y estudiar una carrera. Se tituló y consiguió un trabajo de oficina, de esos de sol a sol, de modo que trabajando para alimentar el cuerpo, dejó de hacer su música, para alimentar el espíritu. Luego vinieron el matrimonio, los hijos, la rutina. Apenas ganaba para salir al día. De vez en cuando, desempolvaba la guitarra y se olvidaba de todo. Hasta el año en que tocó fondo. 

Un año de esos donde todo sale mal: Murió su papá, problemas con la esposa, deudas, se le enfermó el hijo y, en noviembre perdió la chamba. Cerca del fin de año, no tenía ánimo de brindis ni de celebrar nada. Después de un año tan atroz, ¿qué podía esperar del nuevo?.

Igual se dejó convencer y fue a una fiesta. En la madrugada, el ambiente se puso bohemio y sacó la guitarra. Estaba ahí, tocando una de sus melodías cuando por una de esas coincidencias cósmicas conoció a alguien que resultó estar muy bien relacionado en el mundo de la música. El siguiente año nuevo ya se dedicaba de lleno a la música. Hoy es un compositor conocido. Seguramente, habrás escuchado una de sus canciones. Su suerte dio un giro. Recibió aquel regalo de la vida como quien recibe una gran oportunidad. Dejó el trabajo de oficina, se puso a componer de tiempo completo y vive de lujo. 

Ayer estábamos en el motel, me mostró una foto viejita que le habían tomado de chavo. Estaba con su guitarra, casi más grande que él, en la casa de sus padres. Una mano en el brazo, la otra rascando las cuerdas. Apenas le estaba saliendo el bigote. Hoy está tan distinto, más hombre, más seguro de sí mismo. Ahora su mano derecha toca otra cosa: mi teta. Y la otra se extiende para acariciarme las nalgas.

Estamos desnudos, claro. La primera media hora se desquitó la calentura en un tris. Teníamos tiempo sin vernos. Él siempre me dice que solamente se acuesta conmigo. No le creo, ni sé qué decirle o cómo sentirme. Si halagada o incómoda. Conmigo no es necesario mentir. Como si la fidelidad aplicara para las sexoterapeutas.

Sonrío y tomo su rostro entre mis manos y lo beso en los labios. Él pasa su palma tibia por mi cadera y aprieta para atraerme hacia sí. Lo siento entre mis piernas. Su pene  resucita, se agranda, se engruesa. Me toma con sus brazos y me levanta para que me coloque encima de él. Sus ojos brillan en la luz tenue de la habitación. Mis piernas tiemblan cuando lo rodean. Desciendo lentamente y tomo su miembro con mis  manos. Lo froto, lo acaricio. Él se retuerce de gozo y me pide que no pare. Le beso los huesitos de la cadera mientras lo masturbo. Él me soba el cabello con dulzura, haciendo unos ruiditos muy viriles que a mí me parecen una excitante melodía.

Entonces le coloco el condón y me despacho yo solita, de cuclillas, enterrándome su miembro tieso. Él me lame ese punto del pecho entre una teta y otra, pone los pies en el colchón y alza su cadera, empujándomelo lo más que puede, una y otra vez. Mojada, con la temperatura corporal subida hasta la coronilla, dejo caer mi cuerpo sobre el suyo. Él desacopla brevemente para que rodemos por la cama.

—Voltéate —me solicita.

Sonrío y obedezco. En cuatro patas, aguardo por lo que no tarda en llegar. Me penetra sin contemplación. Una descarga de placer recorre mi torrente sanguíneo. Hundo la cara en la almohada, mientras él mete y saca su pene de hierro. Me agarra por la cintura y me sostiene para imponer su ritmo, insistente, creciente. Lo escucho gruñir y gemir, empujar con fuerza su herramienta hinchada dentro de mí. De pronto, sus manos se deslizan por mi pecho. Sus dedos traviesos atrapan mis pezones, los pellizca suavemente. Estiro mis brazos hacia atrás y lo tomo por sus posaderas, haciéndolo darme más fuerte, metérmelo más hondo. Mis nalgas amortiguan sus embestidas. Me muerdo los labios, cierro los ojos y aprieto el cuello cuando lo siento a él aproximarse a esa divina catástrofe que es el orgasmo.

Se desploma sobre mi espalda, empapado en sudor y buscando oxígeno. El peso de su cuerpo me hace sentir acobijada. Por mi mente pasa la imagen de cuando estaba más joven, desempleado y sin esperanzas. “Las vueltas que da la vida”, pienso sonriendo para mí misma.

2016 fue un año difícil para muchos. El mundo enfrenta tantos problemas que se antoja una carga difícil de llevar para el año que está en puerta, pero no nos desanimemos. Vayamos por nuestra guitarra y toquemos, quien quita y allí, escondida entre tanta bronca, está nuestra oportunidad. La que nos va a cambiar la vida. Todos tenemos un talento. Por eso, siempre hay que esperar lo mejor, en una de esas, llega. 

Feliz 2017,

 Lulú Petite

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