Cásate conmigo

29/07/2014 03:00 Lulú Petite Actualizada 10:48
 

Querido diario: 

—Cásate conmigo,  me dijo con la mirada fija y los labios temblorosos.

¿Qué le respondes a un cabrón que te pide matrimonio justo cuando estás a punto de mamársela? Ni modo de decirle que es de mala educación hablar con la boca llena. Ultimadamente, la que estaba de rodillas era yo, sobre la cama y doblando mi cuerpo sobre su jugosa erección. No podía haber una declaración menos romántica, así que lo tomé con sentido del humor.

—Claro que sí corazón, me caso este amigo, le dije riéndome, agarrando por encima de la tela del calzón su miembro erecto y jalándolo suavemente, como si presumiera un trofeo.

Me gusta el pene de Xavier. Lo tiene de buen tamaño, limpio y, valga la expresión, bonito. Además se mueve muy rico. Me gusta cuando llama y, supongo que por eso, hemos logrado buena química sexual.

—Yo lo digo en serio,  agregó con formalidad de sepulturero. Cásate conmigo.

¡Caramba! Ya no se puede coger tranquila, así nomás sin otro compromiso que la justa retribución del servicio prestado. Tan bien que la estábamos pasando colgados del guayabo para salir con esas preguntas existenciales. Xavier es un buen tipo. Cuarenta y tantos años, divorciado y con dos hijos. Un adolescente que se le vive de travesura en travesura, en tercero de secundaria, y una chavita divina que estudia sexto de primaria. Tiene un buen trabajo, mucho qué hacer y poco tiempo para una vida privada. Supongo que por eso un romance de paga, como el que tenemos, le quedó tan a la medida de sus necesidades sexuales y posibilidades sociales.

Es un hombre atractivo y, seguramente, sin mucha dificultad conseguiría una mujer con quién compartir cama y vida, por eso sabía que su propuesta matrimonial era más un acto de lujuria que de amor. Así que seguí con mi tono juguetón.

—Está bien corazón, casémonos, pero que sea un matrimonio por hora. Así que ahí te voy porque esta es hora de cogerte a tu nueva esposa de sesenta minutos.

—Pero...

—Sin peros maridito, voy a darte tu luna de miel...

Entonces me volví a doblar sobre su sexo metiendo los dedos en el resorte de su ropa interior, que ya era un estorbo para ese momento, y al quitársela descubrí como su pene totalmente erecto me llamaba.

Comencé a besarlo poco a poco. Besos húmedos y cariñosos. Le puse el preservativo y lo recorrí con mi lengua desde la punta hasta la base, mientras que mis manos apretaban su torso y escuchaba como gemía de placer. Lo introduje en mi boca y dejé que se deslizara hasta el fondo, la fricción lo excitaba cada vez más.

Paré y me dirigí hasta su boca donde lo besé apasionadamente. Con cierta brusquedad cariñosa, me empujó sobre la cama y comenzó a tocar mi sexo húmedo y caliente sobre mi lencería. Rápidamente me terminó de desnudar y comenzó a tocar mi clítoris provocando corrientes eléctricas que me recorrían todo el cuerpo.

Me vio y sonrió, abrió mis piernas, las montó sobre sus hombros y hundió su cara en mí. Sentí cómo con sus dedos abría mis labios externos y posó su lengua sobre mi clítoris. Yo me arqueaba en la cama, y con mis manos jalaba su cabello. Deslizó su lengua en mi interior y la sentí caliente y dura, agitándose entre mis piernas. Cuando notó que estaba a punto de venirme, paró.

Se sentó en el borde de la cama y me llamó a sentarme sobre él. Me puse de frente en su regazo, con las rodillas rodeándolo pero sin sentarme del todo.

Me fui clavando poco a poco y, cuando la tuve dentro, sentí que las piernas no me respondían y no me moví, él tampoco se movió por unos segundos. Mi cuerpo me pedía fricción, pero mi mente me decía que esperara. Me dejé llevar y sentí las palpitaciones mías y las de él. Besé sus labios apasionadamente, él me abrazó y me apretó con fuerza porque no podía resistir más. Me apoyé sobre su cuerpo y besé nuevamente su pecho jadeante. Y lentamente comencé a moverme, a cabalgar al hombre que tanto me deseaba. Apoyándome en su pecho sonreí con picardía, mordí su oreja, mordí su labio inferior y él gruñía de placer.

Decidí parar su agonía y me entregué a él. Todo mi cuerpo fue suyo, todo su cuerpo fue mío. Nos mirábamos y gemíamos a la par mientras que su miembro entraba y salía de mí. Yo me apretaba a su cuerpo y clavaba mis uñas en su espalda, eso lo encendía más y más. Hasta que ambos gritamos liberando toda la presión que llevábamos dentro y nos tumbamos exhaustos, jadeantes, sudados, felices, plenos, habíamos subido y bajado del cielo. Él me abrazó como de costumbre y me acariciaba mientras recuperaba el aliento.

—Te lo decía en serio, deberías casarte conmigo, me dijo al despedirnos, ya con la mar en calma. Sonreí y le di un beso en la mejilla. Es un buen tipo Xavier.

 

Hasta el jueves

Lulú Petite

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