Mi regalo navideño

26/12/2013 03:00 Lulú Petite Actualizada 14:10
 

Querido Diario:

El martes comí con César, el hermano de Mat. Me llamó para felicitarme e, inevitablemente, durante la conversación salió el tema de mi amigo, su hermano.  Fue la primer Nochebuena después de su muerte y, según me dijo, con todo eso tan fresco en su casa no estaba nadie de ánimo festivo. Lo invité a comer.

No quise hablar mucho de Mat, francamente se me hace el corazón chiquito cada que me acuerdo de lo que pasó. Hubo un tiempo en que realmente pensé que tarde o temprano lo mío con Mat habría terminado en romance, de esos entre el final feliz y la estabilidad de pronóstico reservado, pero que seríamos el tipo de parejas que se acompañan hasta hacerse viejitos. Nunca imaginé algo así, una ausencia inesperada, ilógica, irreparable.

A César, me lo heredó Mat. Literalmente. Al principio me pareció raro que le haya encargado a su hermano cuidar de mí, como si yo fuera alguien que necesitara cuidados, y más raro me pareció que César se animara a tratar de cumplir su promesa. Con la mayor cortesía posible lo iba a mandar al cuerno. El caso es que platicando con él, me sentí cómoda y poco a poco nos hemos hecho amigos.

César es (o era) una año más grande que Mat, pero parece más joven, seguramente porque es bastante más delgado de cómo era su hermano. Es guapo, su parecido con Mat a veces es sutil, pero en algunas expresiones, me parecen idénticos. En lo que más se parecen es en su carácter, entre bonachón y bobo, y su estilo amoroso de tratarme.

César es divorciado, sin hijos, empresario. Él de mí sabe lo poco que su hermano le contó, desde luego, nunca hablo de mi doble vida y no es un tema que yo quiera revelar. César me trata estupendamente y se porta como un amigo, jamás me ha tirado la onda ni nada parecido. Comimos en un restaurante de la colonia Roma y nos despedimos después del abrazo.

Fui a mi casa para arreglarme. Recibí la llamada de un cliente que quería que lo atendiera esa tarde. El tiempo me daba más o menos para que todo cuadrara, pero con los tráficos del 24 me habría puesto en un predicamento. Le propuse vernos después, en un día menos complicado. No le encantó la propuesta, pero la aceptó. De plano el 24 no atendí a nadie, después de comer decidí cerrar el changarro.

Víctor, uno de mis amigovios favoritos fue el penúltimo cliente que atendí el 23 de diciembre, en la noche. Me gusta verlo. Su cariño es sincero, las caricias amorosas y, después de tanto tiempo sin estar con él, fue reconfortante reencontrarme en sus brazos. Víctor es una persona muy especial, a veces dice cosas que me desconciertan, pero es un cliente que aprecio. Después me salió otro compromiso y tuve que dejarlo.

Llegué a mi casa con tiempo suficiente para arreglarme con calma. La cena en casa de mi mamá era a las ocho y estaría de lo más tranquila a no ser porque invité a Iván a cenar con mi adorable familia. De esas invitaciones que hice por cortesía, pensando que Iván no aceptaría y ¡zaz! Cuando me dijo que sí, ya no sabía ni cómo rebobinar el casete.

¡Ni modo! Tenía que verme linda para mi novio e ingeniármelas para lidiar con los encantadores personajes de mi adorable parentela y su infalible metralleta de comentarios, indiscreciones, bromas y cajas de sorpresas, dispuestos a sacar a relucir los tesoros de familia. Llegué a mi depa con tiempo suficiente para arreglarme, pero sin calcular la visita inesperada de David que, desde que tronó con su novia (por mi culpa indirecta), me busca muy seguido. Sabe que tengo novio y no ha intentado volver, pero hemos recuperado mucho de nuestra amistad. De esa que hace años me hizo enamorarme de él o, al menos, darle las pompis.

Lo recibí y estuvimos platicando un rato. Cuando ya el tiempo empezaba a jugar en mi contra, lo mandé a su casa con un fuerte abrazo y los mejores deseos para su navidad. Sólo entonces pude asaltar el clóset.

Iván llegó justo cuando acababa de ponerme el vestido por el que me decidí, uno blanco, de falda corta y escote, con un abrigo bonito y unos zapatos altos.

Apenas entró a la casa, se me quedó mirando con ojos lujuriosos. Me dijo que le encantaba cómo me veía. Él traía unos jeans de diseñador, una camisa azul y un blazer. Me miró fijamente a los ojos, se acercó a mí y me dio un beso de esos que te hacen estremecer hasta el último de tus nervios. Apenas sentí cómo se bajó el zipper, sacó su erección, levantó mi falda, hizo a un lado mi ropa interior y allí, contra la pared, me clavó de un modo urgente y entusiasta. Fue rápido pero delicioso, de esas veces, que sientes cómo el orgasmo se fabrica desde el beso.

Me acomodé el vestido. Retoqué el maquillaje y me arreglé el peinado. Fuimos a la cena familiar, ya sin nervios, sinceramente todo me valía madres, me sentía tan cómplice del hombre con quien iba que nada me agüitaba. Llegué a casa de mis papás con la sonrisa más navideña posible, la cena estuvo deliciosa y nosotros la pasamos de maravilla.

Al llegar a casa, como cuando era niña, bajo el árbol recibí mi regalo navideño, nos tendimos en el piso e hicimos el amor, como si el amor fuera lo único importante en nuestras vidas. Ciertamente fue una noche buena y, sin duda, el principio de una feliz, muy feliz navidad.

¡Hasta el martes!

Lulú Petite

 

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