Ladrón de orgasmos

Sexo 24/11/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:05
 

Querido diario: A veces la vida se luce con unas ironías bien locas. Tengo un cliente que se llama Roberto y su apellido es Hurtado. Parece salido de un chiste. Roberto Hurtado. Sólo le faltó que el apellido materno fuera Ladrón. Ni modo. Para rematar, sus padres no sabían que Roberto, 20  años después de  su nacimiento, sería acusado de robarse unos fondos de la empresa en la que estaba empezando como pasante.

Yo confío en su palabra. Si él dice que no lo hizo, no lo hizo. Además, si así hubiera sido, después del juicio y todo el alboroto, estaría preso o al menos habría tenido que cumplir una sentencia o como mínimo devolver la lana. Nada de eso pasó. Después de un proceso tedioso y de sufrir las de Caín, gastar todo el presupuesto familiar en abogados y perder hasta la sonrisa, le salió una sentencia favorable. Usted no fue, usted disculpe.

Como se demostró su inocencia, regresó a su puesto de trabajo. Eso también lo ganó litigando. Nada le fue fácil. Una bronca tras otra y siempre cargando el estigma. Eso sí, muy reinstalado y libre de toda culpa, pero la reputación de Roberto se embarró injustamente hasta el tuétano. A los gerentes siempre les quedó la desconfianza o el mal gusto del rato y lo fueron relegando. Cuando escuchó bromas de quienes se decían sus amigos sobre las cosas robertas de Roberto, se le colmó el plato.

Desde entonces ha tenido que vérselas por sí mismo con un negocito por aquí, otro por allá. Así, modesta, peregrina y honestamente, como siempre. Hoy día tiene más de cuarenta años, pero con espíritu de veinteañero. Se alió con un amigo de verdad y compran y venden equipos de computación. Le va muy bien ahora, mucho mejor que si hubiera seguido allí.

Roberto me llamó mientras yo almorzaba. Bueno, algo así. Tenía la tele encendida y estaba sobre el sofá, con las piernas cruzadas, degustando una ensalada. Me dijo que tenía ganas de verme y acordamos una cita para esa misma tarde. Revisé mi cel. Tenía mensajes de Fernando y de Saúl, mis “novios”. Son tan distintos. Fernando siempre con comentarios irónicos. Una cortina de humor ácido y encantador que me repele y me atrae al mismo tiempo. Saúl, bueno, es más tierno. Pero no una ternura de oso de peluche. Es más bien tosco. Como de hombre sencillo, terráqueo, sin adornos intelectuales. Todo le sale bien por su gracia natural. No sabía por dónde empezar, así que mejor ni empecé.

Apagué la tele, apuré la ensalada y fui a prepararme. Cerca de tres horas después estaba en la recepción del motel donde me esperaba Roberto. Subí por el ascensor, junto con una pareja que no parecía tener ni las más mínimas intenciones de coger. No me devolvieron el “hasta luego” cuando me bajé en mi piso. Caminé por el pasillo y di con la puerta indicada. Iba a tocar cuando Roberto abrió. Yo tengo mi chiste para Roberto. Es un poco cursi, pero se le perdona: él lo único que puede robarme son orgasmos.

Hablamos poco, actuamos mucho. Me toma por la cintura y me besa con pasión. Le devuelvo las caricias casi desgarrando su ropa. Nos ponemos al día mientras nos desvestimos. Me da mordisquitos muy ricos en los huesitos de la cadera y plasma sus manos en mis nalgas. Aprieta y acaricia, restregando su entrepierna contra mis muslos. Está excitadísimo. Mientras acomodo las cosas, me lo arrima por detrás, me huele el cabello, me besa el cuello, me lame las orejas, me acaricia las tetas pellizcándome los pezones. Está ansiosísimo. Siento su macana prensada como si tuviera un calambre. Me tantea con él, pujando a través de la ropa. Yo empiezo a entrar en onda y me volteo. Lo tomo por el cuello y nos besamos como desesperados. De pronto nos encontramos rodando por la cama, creando un torbellino de sexo descomunal en toda la sábana. 

Me toma por las muñecas y hunde su cara en mi cuello. Me dice cosas muy cachondas al oído y hace que me excite. Él mismo me ayuda a remover el calzón, él mismo se coloca el condón y  me atraviesa con su verga palpitante. Siento que me lo hunde hasta la médula y me doblo de placer. Siento la promesa de un éxtasis despreocupado, libre, fácil y ligero. Me lame las tetas mientras se mueve hacia arriba y abajo, entrando y saliendo en mí con insistencia. Nos agitamos al unísono. Me meneo anclada en la cama, con el pecho de su torso sobre mí. Abro las piernas y lo siento entrar más hondo, más ampliamente. 

Sus brazos se tensan cuando me rodea, su agarre me fascina. Mi cintura es un vaivén entre sus dedos. Su lengua encuentra la mía, sus labios carnosos, coronados por la vellosidad de quien se afeita un día sí, un día no, me hacen delirar. Terminamos al revés. Yo sobre él. Sostiene mi peso con sus manotas. Se afinca apoyando los pies en el colchón cuando se corre, jadeando y mordiendo un gruñido, con los ojos apretados.

Me siento como si me hubiera atropellado un tren cuando salgo de ahí. Me había olvidado de todo. Entonces me acordé de los mensajes de Fer y Saúl. ¿Debía responderlos? Nah. Lo haré más tarde.

Un beso, Lulú Petite

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