Por la paga

24/06/2014 03:00 Lulú Petite Actualizada 08:09
 

Querido diario: 

¡Lo último que podría imaginar! ¿Qué te puedo decir? Cuando me conoces, ves a una chica de clase media, educada, ocupada y que trata de vivir razonablemente bien. No soy mustia, pero tampoco una chica que cabría esperar sea prostituta. Digamos que no paso desapercibida, pero tampoco doy señales que hagan pensar que soy fácil de encamar.

Digo, no es que sea difícil, estoy a una llamada de tu cama, pero si me topas en la calle o me conoces fuera del oficio, no pensarías que me gano la vida vendiendo caricias. Llevar una doble vida no es fácil, pero le agarras el modo.

Al principio me aterraba que me cacharan. Recuerdo una de mis primeras experiencias. Estaba muy nerviosa. Trabajaba con El Hada, en un localito donde comenzó. Allí el cliente llegaba, las chicas le hacíamos una pasarela improvisada y él elegía. Eso nos daba chance de ver, con quién nos íbamos a acostar, sin embargo, esa tarde simplemente  El Hada me avisó que el cliente me esperaba en la habitación. Él ya había pagado, así que sabía que tenía que subir y dar el servicio.

Era un hombre maduro de mirada suave y cabello gris peinado hacia atrás. Supongo que él andaba arriba de los 50, pero yo estaba súper chavita y, francamente, aunque no era tanta, me parecía mucha la diferencia de edades. De cualquier modo, era guapo y elegante. Nunca había estado con un hombre mayor y me sentí atraída por él inmediatamente.

—Te ves muy bien, me dijo cuando pasé.

Hay hombres que conocen este negocio y saben sacar provecho del sexo de paga. Algunos clientes intentan desquitar hasta el último centavo, tratan a la chica de manera impersonal, brusca, exigiendo sexo cada segundo. Hay otros que te saben llevar, que a pesar del pago, saben romancear, seducir, ir despacio para conseguir tu empatía. A los segundos los tratas mejor y se van más satisfechos. Es obvio, si te sientes cómoda con la persona a la que te vas a tirar, ambos lo disfrutarán más. De otro modo, simplemente te dejas hacer, esperando que el tiempo termine.

Él sonrió cálidamente, con una mirada que me ayudó a relajarme. Le devolví la sonrisa y me acerqué a la cama, me senté a su lado y puse mi mano cerca de su entrepierna, sentí cómo su miembro se endurecía, él puso la mano en mi mejilla y me jaló suavemente para darme un beso. 

Me sentía rara, como una niña perversa, el beso me puso a cien, súper caliente y comencé a lubricar. Era algo extraño para mí, pues todavía no le agarraba la onda a esto y me costaba trabajo excitarme con un cliente.

—Me encantan las mujeres con el cabello recogido como el tuyo, me dijo al meter su mano bajo mi falda y acariciar mi húmeda entrepierna. Hasta ese momento tomé conciencia de que había entrado al cuarto así, con una cola de caballo que, probablemente, me daba un aspecto aún más juvenil. Sonreí y me encogí de hombros.

En realidad estaba disfrutando, no sé, me imaginaba como si fuera una chamaquita perversa seduciendo a un señor. Me deslicé hacia abajo, desabotoné sus pantalones, le bajé la cremallera y saqué de sus calzoncillos el miembro que ya apuntaba hacia mi boca completamente erecto. Como me enseñó  El Hada, puse el condón en mis labios, me incliné hacia abajo y rodeé la punta con la lengua. Él se movió hacia el frente para meter su pene en mis labios y siguió moviéndose hacia arriba y abajo, clavándose apasionadamente en mi boca.

—Túmbate en la cama, te quiero montar, le dije sorprendiéndome a mí misma por el atrevimiento. 

—Lo que digas, muñeca, me dijo en voz baja, sonriendo maliciosamente y en un minuto me había montado a horcajadas y me estaba empalando en él, completamente desnuda, con sus manos grandes masajeándome los senos y su sonrisa maliciosa disfrutando de la vista.

Su trozo de carne, grueso y largo, se sentía muy bien en mi interior, un ajuste perfecto. Mis pezones estaban duros y el los pellizcaba mientras yo cabalgaba cada vez más y más rápido. Se vino gritando: “Así mi’jita, así muévete más ¡Muévete más!”.

Unos días después, fui a comer con amigos y con quien en esa época era mi novio. Estábamos en la mesa, entre la conversación y la risa, cuando mi adorable cliente llegó al restaurante acompañado de otros señores, todos muy elegantes. Lo vi con su cabello plateado, su sonrisa, su traje, su corbata. Lo miré como a quien se le aparece un fantasma, con los ojos redondos como platos, y el rostro completamente enrojecido.

—¿Qué te pasa? Me preguntó mi novio, mientras mi cliente plateado se seguía de largo fingiendo no haberme visto.

—Nada… este… ejem... se me fue chueco un bocado, improvisé.

Saca de onda cuando te cachan. Por eso hace unos días, cuando llegué a un servicio y me encontré con que el cliente era un viejo conocido, no hice más que encogerme de hombros. No lo atendí, pero tampoco di explicaciones ni acepté mayores comentarios. No me importó cuando me dijo que encontrarme así era ¡Lo último que podría imaginar! Después de todo, el sexo es sólo sexo y en cualquier caso, como diría Sor Juana: ¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga o el que paga por pecar?

 

Un beso

Lulú Petite 

 

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