"Mordida", Por Lulú Petite

22/09/2015 03:00 Lulú Petite Actualizada 08:33
 

QUERIDO DIARIO: Pasaban de las nueve, él me había hablado a las siete diciendo que apenas cerraba su computadora y salía rumbo al motel. Supuse que me había dejado  plantada. Por más que te toque la maldición de Windows: “No apague ni desconecte el equipo, instalando actualización 1 de 50”, no te puedes tardar una hora en ir de un lugar a otro. Al menos avisas, para eso hay teléfonos, celulares, mensajes de texto, palomas mensajeras, señales de humo.

Él me conoce, sabe que si algo me pone de malas es que me dejen plantada. Generalmente es amable y puntual, así que alguna explicación tendría, pero ya estaba por ‘mandarlo al cuerno’ cuando llamó.

Lo conocí hace meses. Se llama Mario. Es un hombre bajito, muy delgado, cabello corto, de lentes y elegante. Parece un muchacho bien portado, de esos que no rompen un plato y se conducen con absoluta compostura y más rigor que un manual de urbanidad y buenos modales. No imaginarías que ese gatito esconde un tigre.

Bajo sábanas solemos sentirnos en confianza y dejamos salir a quien realmente somos. Desnudarse para hacer el amor, especialmente cuando lo haces con alguien de paga, que no te importa sentimentalmente, sino como una mera fuga erótica, no se trata sólo de quitarse la ropa. Desnudarse para hacer el amor se trata de quitárselo todo, hasta los prejuicios.

¿Qué te importa lo que piense de ti la chica a la que le estás pagando por pasar un buen rato? Estamos juntos para divertirnos, no para juzgarnos. ¡Al diablo el qué dirán! Se trata de coger, de pasarla bien, de experimentar. Supongo que, por eso, conmigo se atreven.

Desde que nos pusimos de acuerdo me advirtió que me pediría algo especial, así que esperaba alguna extravagancia ¿Sabes qué me pidió?

—Primero me gusta que me muerdan.

Yo, que peores cosas he escuchado, sonreí, quizás con alivio, pues esperaba algo peor.

—Eso lo puedo hacer —dije.

—Verás… Me gusta que me muerdan de verdad. Duro —enfatizó.

—Asentí y comencé a quitarme la ropa.

—¿Qué tan duro? —dije, ‘ultimadamadresmente’, yo podía arrancarle un cacho a mordidas, pero hay que saber qué tanto es tantito, no fuera el adorable cliente a querer un besito mordelón y yo me sienta en papel de rottweiler y lo deje como cliente de Luis Suárez en duelo mundialista.

—Duro —repitió—. Que duela y me queden marcas, pero sin sangre.

Ok, sin sangre ya es una medida. Sabía de qué hablaba y me parecía divertido. Le dije que dejara todo en mis manos (o muelas), que le iba a dar lo que pedía.

En bóxer, se tendió de espaldas con las manos detrás de la cabeza. Me recogí el cabello y le mostré mis dientes. Su cara se iluminó y se dejó llevar.

Planté mis incisivos en su tetilla. Hundí la mordida en su carne, con la presión justa. Él se retorció, pero no de dolor, sino de éxtasis. Apoyó su mano en la parte de atrás de mi cuello y me mantuvo ahí, absorbiendo la adrenalina generada.

Luego lo mordí en el brazo, con más fuerza. Su piel era dulce. Esta vez abrí más la boca y succioné un tantito para enrojecer su piel. Él respiraba agitadamente y con su mano libre pellizcó mis pezones. Luego la fue deslizando hasta mi calzón, por debajo, y acarició mis labios verticales. Comencé a mojarme y un fogonazo eléctrico me subió por la columna. Despegué la boca y alcé la cara. Vi la marca que le había dejado. Él tenía la cara roja. Un charquito circular de saliva brillaba en su brazo.

Estaba desnuda, con las rodillas y los codos en el colchón.

—Estoy listo —dijo.

Me cercioré. Estaba más que listo. Le puse el condón y me coloqué encima de él. Me penetró lentamente, empujando su gordo falo, que se fue embadurnando con mis fluidos y dragando cada vez más profundo, llenando el vacío entre mis piernas.

—Muérdeme el cuello —dijo amarrando la voz en señal de delirio y goce.

Abrí bien la boca y la cerré en un pliegue de su cuello. Apliqué presión con las muelas. Su piel rechinó entre mis dientes. Él volvió a estremecerse. Gimió y me abrazó muy fuerte, como si cayéramos en un abismo. Sin soltarlo, me agarré las nalgas y las expandí para facilitar sus arremetidas, extendiendo las piernas. Su corazón retumbaba en su pecho al mismo ritmo desenfrenado que el mío. Todo su cuerpo vibraba. Hundí más los dientes y él comenzó a gritar. El sudor de su cara empapaba la mía. De pronto, se relajó y se dejó llevar en un sollozo ahogado, de alivio. Lo sentí palpitar dentro de mí, como una manguera de bombero. Seguía prendida a su cuello después de que se quedó tieso, con los ojos cerrados, como si atravesara una puerta entre la realidad y la fantasía. Algo me impulsaba a no dejarlo ir. Poco a poco, fui aflojando. Sin marcas, sin sangre. El punto justo del placer.

Pero eso fue hace meses, hoy me dejó plantada. Llamó y me explicó que, en el camino había tenido un accidente de tráfico, nada grave, pero se armó todo un show, cayó la policía y estuvo a punto de ir a parar a la delegación. Al final se arregló con quien chocó y, claro, con los policías. Ni modo, a él que tanto le gustan las mordidas, ahora le tocó dar una.

Un beso

Lulú Petite

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