Le quité lo tímido

Sexo 22/08/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:04
 

Querido diario: Si nos vemos —dije en plan juguetón— te doy una hora del mejor sexo que puedas imaginarte.

Él se rió, entendiendo el tono de la broma cuando eso respondí a su pregunta de “Si nos vemos ¿qué me das?”, de cualquier modo, para no dejar lugar a dudas respecto a las condiciones de mis servicios hice las aclaraciones de rigor: El servicio es por una hora, hay besitos y caricias, también hay oral y vaginal, todas las relaciones que puedas tener en la hora, siempre con preservativo.

Todo eso lo expliqué, con la voz lo más baja que me era posible, en el pasillo de un centro comercial. No me había dado cuenta, pero un vendedor de celulares me miraba con cara de fascinación y extrañeza. No sé si escuchó mi conversación, me estaba coqueteando o su sonrisa era un gancho para tratar de ensartarme un iPhone que no necesito con plan a dos años. No me quedé para averiguarlo. Le sonreí, me sonrió y apreté el paso. 

Al otro lado de la línea, el prospecto de cliente, que se llamaba Rigoberto, pero me dijo que lo llamara Rigo, estuvo de acuerdo con mis condiciones laborales y quedamos en vernos en un motel que me quedaba cerca.

Rigo. ¿Qué puedo decir de él? Es alto, fornido y amable, aunque tan precavido que parece temeroso. Le ayudé a quitarse el saco para entrar en temperatura, pero lo notaba tenso. Rigo es tímido. Incluso pagando por algo seguro y de calidad, como que le cuesta entrarle. Estaba muy quieto y silencioso, como si no supiera qué hacer. Virgen sabía que no era porque, bueno, eso se nota. Sin embargo, su actitud era como si lo intimidara. A veces sucede. Las razones pueden variar, pero generalmente es porque nunca lo han hecho con una profesional. Por eso empecé a sacarle plática, para romper el hielo y que se sintiera más en confianza.

—¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre? —le pregunté. Hablar de cosas personales siempre aligera el ánimo, pero respondió escuetamente: ver tele y leer. Neta. Era evidente que me encontraba ante un caso de timidez grave.

—¿A qué te dedicas? —pregunté.

Con esa le atiné. A los hombres exitosos, si los quieres hacer sentir cómodos, pregútales de su trabajo. Es un tema que dominan y, si les apasiona, se les suelta la lengua. Algunos dicen que quieren despegarse del trabajo, pero sólo hablan de él.

Estábamos en eso, cuando salió a la conversación que hace poco tomó unos cursos de Protección Civil en los que le enseñaron, técnicas de rescate y esas cosas. Ahí fue cuando se me ocurrió la idea para entrar en materia.

—A ver —dije acostándome boca arriba—, enséñame si aprendiste a dar respiración de boca a boca.

Me hice la muerta para insistir. Él lo dudó unos segundos, pero no tardó mucho en comenzar a explicarme la ciencia de la respiración boca a boca y a demostrármelo. Me presionó el pecho y luego puso sus labios sobre los míos. Estaban fríos, pero eran suaves y me gustó sentirlos. Su oxígeno hincho levemente mi pecho.

—Y así te salvo la vida —Su voz sonó distinta cuando lo dijo.

Me quedé quieta.

—Lulú… —dijo él.

Abrí un ojo y lo miré con picardía, entonces lo jalé de la camisa y le di un beso que no sólo lo resusitó a él, sino al amigo bajo sus pantalones, que se le hinchó enorme.

Captó la idea y empezó a prepararse. Se quitó la camisa, el pantalón y el bóxer y acercó su cuerpo más hacia mí. Sentí el calor de su piel sobre la mía, el peso de su cuerpo haciendo crujir la cama, su lengua tanteando mi boca. Mis poros se abrieron en tropel. Empezaba a excitarme. Rigo me besó. Lo abracé y rápidamente nos enfrascamos en una sesión cachonda de lo más sorpresiva. Está bien dotado y cuando se suelta de verdad es una máquina. Me lo hizo de misionero antes de levantarme y ponerme de cara contra una pared. Me incliné alzando las nalgas y arqueando la espalda para zamparme su miembro duro e hinchado. Me agarró por la cintura y empezó a acribillarme, exhalando y gimiendo mi nombre, soltando su respiración tibia sobre mi nuca. De pronto me agarró una teta con una mano mientras deslizó la otra hacia mi clítoris. A partir de ese momento todo fue una locura confusa y maravillosa. 

Nos corrimos al mismo tiempo, apretando los músculos y gruñendo con la garganta tensa para no gritar. No fue timidez sino ganas de comprimir el clímax.

Hasta la próxima, Lulú Petite

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