Siento placer...

Sexo 22/03/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 05:23
 

Querido diario: Iván no es mexicano. Nació en Rusia, pero eso sucedió cuando todavía era Unión Soviética. Tiene tantos años aquí que ya es más chilango que moscovita. Suelta albures, come tacos, mienta madres y prefiere un mezcal que un vodka. De Rusia le queda su color blanco invierno, los ojos azules como piel de pitufo y el tamaño: Es alto, robusto en el pecho, ancho de espalda y con una barba rubia muy densa. Todo un bolchevique.

Con Iván puedo hablar todo el día, si quisiera. Es de lo que te pueden ahogar en un mar de preguntas, biográficas, geográficas, eróticas o filosóficas. No importa, el caso es meter su cuchara. Siempre me cae a preguntas, pero sin afán de interrogador del Kremlin, sino de hacer plática.

El jueves, mientras nos desvestíamos, me disparó su pregunta:

—Oye, Lulú, ¿puedo preguntarte algo?

Volteé a verlo y vi sus mejillas rojizas, su sonrisa discreta, su cuerpo semidesnudo, su dotada entrepierna a través de la tela de su bóxer.

—A ver, venga —respondí.

Se rascó la cabeza y luego habló.

—¿Qué sientes al hacer ésto?

—¿Ésto?

—Ésto —insistió él, señalando la cama con ambas manos, haciendo un gesto como si desordenara un rompecabezas sobre la sábana. Fue extraño. De pronto sentí un poco de pudor. Sonreí y le respondí.

—Es raro, pero algo siento. Bueno, coger, si lo haces bien, siento rico. Por los clientes que me tratan bien, siento simpatía. Claro, estás pagando y de lo contrario no lo haría, pero sería falso decir que no se siente nada al compartir la intimidad. Digamos que, en general, siento el placer de la fantasía bien remunerada, ¿no?

—¿Cuál fantasía? —siguió Iván, como si se lo preguntara él mismo, pensando en voz alta.

—Una hora jugando a que soy tu novia de fantasía.

No sé si la respuesta le dio lo que quería, pero era hora del amor. Me quité el brasier y me subí a la cama. Él, de pie, me esperó como si fuera mi presa. Ya se le había encendido la mirada rusa y esa fue la señal que esperaba. Le acaricié la entrepierna.

Alcé el rostro y nuestras miradas se encontraron. Estaba muy quieto, pero su cuerpo emitía una especie de radiación, un deseo efervescente.

—¿Te gusta así?

Asintió. Se lo besé a través del algodón blanco de su trusa. Sentí su cabecita prensada reposar entre mis labios, la vibración mínima de su deseo, recorriendo sus piernas, su cadera. Entonces le bajé la prenda y lo dejé desnudito.

Iván me acariciaba la espalda, los hombros, el cuello, mientras yo le daba besitos en la ingle, en las piernas y en el abdomen y lo chaqueteaba. En eso alcancé un condón, se lo puse haciéndolo bajar con mi boca hasta la base y cuando ya estaba más que listo, me reincorporé en la cama, lo halé hacia ella y vino hacia mí tan dispuesto como deseoso.

Nos metimos bajo las sábanas y nos acercamos con tímidas caricias. Todo en él se sentía enorme, su cuerpo de cosaco mexicanizado, sus manos fuertes, su cuello de toro. Nos besamos despacito, haciendo espacio para que nuestras bocas se reconocieran, nuestros labios se encontraran y nuestras lenguas salieran de sus cuevas para despertar la pasión.

Empezamos a estrujarnos, yo aferrada a su torso, sintiendo el puje de su cadera contra la mía. Él se acomodó y yo le seguí, encaramándome a horcajadas sobre él. Tomé con ambas manos su miembro y me lo acomodé, dejando caer mi peso, clavándome cada centímetro. Me sentía llena y atravesada por el más espontáneo goce.

Dejé escapar un gemido y empecé a menearme, mientras Iván me tocaba. Mis nalgas rebotaron con cada movimiento, mi humedad cubrió su ingle y así, cada vez más rápido y sin parar, alcanzamos el éxtasis.

Satisfecha, me desvanecí sobre su pecho, aún ensartada. Escuché su corazón latir como una bomba y lo que me alcanzaba de imaginación se fue mezclando con el placer del descanso. Iván me abrazó y no dijo nada más. Se quedó pensando. Supongo que se le acabaron las preguntas, estaba repasando las respuestas o, simplemente, estaba descansando el orgasmo.

Yo también me quedé pensando ¿Qué siento? A veces curiosidad, otras miedo, a veces ternura, complicidad, deseo, simpatía. ¿Ahora? Placer. Puro y auténtico placer.

Hasta el martes, Lulú Petite

 

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