'Y se desplomó de espaldas', el relato de Lulú Petite

20/10/2015 03:00 Lulú Petite Actualizada 09:28
 

Querido diario: Después de presentarnos y conversar un poco, guardé el dinero de mi pago, me desnudé y me tendí sobre la cama con los brazos extendidos y mordiéndome los labios. Siempre hay algo de raro cuando te va a coger alguien a quien apenas ves por primera vez.

Él se quitó la ropa. Vi su cuerpo. No es un hombre guapo, sus facciones son toscas, pero su cuerpo es muy masculino, con la espalda ancha, los brazos fuertes, el pecho firme y su culo redondo y duro, como un durazno. Se acercó con una erección insólita entre las piernas.

—¿Estás lista?

—Ajá —gemí.

No sé por qué me preguntan eso, es mi trabajo estar lista. Siempre lo estoy. Se me quedó viendo con lujuria, se llevó a la boca su dedo índice clavando en mi desnudez su mirada pesada. Sus mejillas se enrojecieron y se me antojó comenzar a tocarme, con suavidad, explorando. Mi mano cálida rozó la humedad de mi flor abierta y rosada.

Él sacó de sus labios la punta del dedo y me dio a probar de él. Era salado.

—Me encantas —dijo—. Quiero tomarte.

—Te quiero dentro —respondí

Se recostó a mi lado, desnudo, rozando su pecho contra el mío. Al principio sentí un escalofrío estremecedor que me hizo erizar. Él, mientras me besaba, comenzó a acariciarme lentamente con su mano abierta. Como si estuviera esparciendo sobre mi cuerpo una sustancia invisible con la que cubría mi abdomen, mis senos y parte de mi cuello. Se arrodilló sobre la cama e inclinó su cabeza. Comenzó a lamer con largos y amplios lengüetazos.

De inmediato, mi piel se convirtió en un panal desaforado de nervios y sensaciones. Los poros se excitaron y tuve que apretar los dedos de los pies.

Estiré entonces el brazo hacia él. Empecé a jugar con su miembro erecto, jugoso y venoso. Era una lanza enorme y gorda que vibraba en mi mano. Podía sentirlo crecer e ir endureciéndose cada vez más.

—Pásame el condón —le rogué.

Se puso de pie y vi su cara enrojecida, delirante, cambiada por la lujuria. Me provocó querer besarlo, sentirlo dentro. Parecía un lobo salvaje que quiere urgentemente aparearse. Le puse el forrito con los labios y se lanzó encima de mí. Lo hicimos apasionadamente y en breves instantes estábamos enloquecidos, dando vueltas por la cama, mientras empujaba su grueso trozo de hombría hasta lo más profundo de mi cavidad carnal.

Lo besé con histeria, lamiendo su cara y su cuello. Estábamos perdidos en el dulzor del placer que hacía que nuestros cuerpos se entendieran, por lo que nos manteníamos bien juntitos, apretadito el uno contra el otro.

Su macana se introducía, deslizando su lubricante en las paredes de mi vagina. La sensación de roce era exquisita, cálida y húmeda. Con cada una de sus arremetidas, mi espina dorsal recibía una descarga de placer, como electricidad. Sus manos apretaban mis nalgas con fuerza, haciéndome sentir su poder, su empuje, sus ganas. El vapor de su respiración se condensaba en mi cuello. Olíamos a dulce, a sal, a sudor y a deseo.

Abrí más las piernas y él se afincó con todo el peso de su cuerpo, provocando en mí un estallido cercano a una dulce agonía.

Mordió mis senos. Aplicó la cantidad de presión justa, como si fuera un cirujano o un acupunturista. Miles de agujas descargaron sus esporas de placer en mí, concentrándose en un mínimo punto, en un solo átomo: el tramo de piel en el que mordía y lamía al mismo tiempo.

Lo hice rodar una, dos, tres y hasta cuatro veces, envuelto en mis brazos y piernas. Siguió moviéndose en todo momento, incluso debajo de mí, alzando su cadera para penetrarme sin contemplación.

Me di la vuelta, como una vaquera invertida, y empujé mi cuerpo hacia atrás, clavándome en su lanza y alzándome con los pies sobre el colchón. Su pene estaba durísimo, larguísimo, riquísimo y entraba en mí como un punzón.

Él me lamía la espalda, los hombros, me olía el cabello, que yo agitaba enervada, sintiendo bullir en él y en mí un torrente de fluidos, una porción de energía que hervía en nuestro interior, esperando el momento cumbre para salir expulsados.

Me tomó entonces por la cintura y me colocó boca abajo contra el colchón. Mi rostro se hundió en la sábana. Apreté la almohada con los puños, clavando las uñas en la funda.

Me ensartó a la primera, sin usar las manos. Simplemente atacó con la pelvis, encajando su arsenal, húmedo y dulce. Él también gruñía y gemía, haciendo temblar la cama, casi levantándola del piso. Estaba desatado bombeando hasta provocarme el éxtasis.

Mis ojos se pusieron en blanco. Él apretó los músculos y comenzó a anunciar el clímax con sus alaridos. Yo me preparé para recibirlo. Comprimí la garganta, aguantando, extrayendo el combustible de mi cuerpo. Entre mis piernas, podía sentirlo rociando, como una manguera, su semilla blanca. Su pene bombeó y bombeó, poniéndose duro como piedra. Luego se detuvo y se desplomó de espaldas.

Un beso

Lulú Petite

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