A disfrutar los momentos

Sexo 20/09/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:05
 

Querido diario: Oscar es fuerte y grande, como una montaña. De chavo se metían con él porque no le gustaban los deportes, era miedoso, tímido, introvertido, muy bajito, delgadito y con una carita muy femenina, de ojos grandes y hoyuelos en las mejillas. 

Entre coscorrones, burlas y bromas pesadas pasó su infancia. Siguió igual de chaparrito hasta segundo de secundaria, cuando dio un estirón tremendo. En la prepa se metió al gimnasio, pero no al de pesas, sino al de box. Dice que es una disciplina muy exigente. No la siguió como carrera, pero sí como una forma de sentirse sano. Cuando salió de la prepa era un gigante de 1 metro 90 de estatura, y 100 kilos de puro músculo. Podía además matar a alguien de un buen puñetazo.

Nunca se desquitó de los que le hacían bullying, pero tampoco nunca se volvió a meter nadie con él. De aquellas personas de la primaria se olvidó por completo y sin rencores. Se casó, tuvo dos hijos, un niño y una niña. Se divorció. Ve a sus hijos tan a menudo como puede.

Lo conocí cuando estaba divorciándose y desde entonces nos hemos visto muchas veces. Siempre me cuenta de sus hijos y hace el amor muy rico. Oscar es joven, pero algunas canas empiezan a asomarse en los costados de su cabello. Tres grietitas se le hacen en los bordes de los ojos cuando se ríe, pero conserva su aire fresco y juvenil. Es una chulada.

Hace un par de noches nos vimos. Acabábamos de hacer el amor y estábamos empapaditos en sudor. Él se acostó boca arriba y se acomodó la almohada detrás de la cabeza. Yo me senté en la cama, frente a él con las piernas en flor de loto, y empecé a recogerme el cabello.

Me contó entonces que estaba preocupado. Mira si hay coincidencias. Hace unos días lo citaron de la escuela de su hijo por un problema de bullying. Debía hablar con el director. Temió que su historia se repitiera y no permitiría que abusaran de su hijo. Lo que no esperaba era que el hijo de Oscar resultara el abusivo y la víctima fuera hijo de uno de aquellos niños que le hicieron la vida de cuadritos a Oscar en la primaria. Cuando se reconocieron no supieron ni qué decir. No sé si la vida o el karma hace justicia a veces de la manera menos esperada.

—De cualquier modo, lo reprendí —me dijo—Ese niño no tiene por qué aguantar abusivos, aunque su papá lo haya sido.

Tiene razón. El bullying es cruel e indigno. Tiene que cesar. No imagino qué pensó aquél papá, frente a Oscar, después de tantos años, pero yo lo admiré y me le quedé mirando con mucho cariño, así desnuda, ofreciéndole el placer que vino a buscar.

—Te ves riquísima —me dijo.

—Tómame una foto, para el Twitter — le dije dándole mi teléfono para que sacara la foto —Que no salga mi cara —Agregué.

Entonces escuché el clic.

—A ver…—pregunté.

Oscar estiró su brazote venoso y duro como de escultura y me mostró la pantalla de mi iPhone. La foto estaba linda, perfecta para subirla a Twitter. Parecía un trabajo profesional. La curvatura de mi espalda estirada, la sábana cubriendo parte de mis nalgas, la iluminación tenue a contraluz resaltando mi silueta, mis brazos en ángulo sosteniendo mi cabello rebelde, mi cuello estirado, mi piel brillante por el sudor. Mi rostro en realidad no salía. No hacía falta. El anonimato conservaba el misterio que siempre me ha gustado guardar.

—Está linda —dije mirándolo a los ojos, completamente desnuda.

No sé si eso le renovó el ímpetu. Empezó por hacerme cariñitos muy ricos en la espalda. Luego me besó los hombros, el cuello, las mejillas. Estaba excitadísimo. Estiré el cuello y apoyé mi cabeza en sus hombros. Olíamos a sexo fresco y queríamos más. Estiré mi mano hacia atrás y toqué su pene. Tenía pulso y se hacía cada vez más grande entre mis dedos. Rápidamente me abrazó por detrás y sentí su cuerpo de acero contra el mío. Deshizo la sábana y empezó a besarme acostándose encima de mí. Se puso el condón y me lo metió sin más. Lo tenía del grueso y largo perfecto. Me daba mucho placer tenerlo adentro. Su roce de inmediato me generó un calor en el interior que me hacía gemir. Le mordisqueé la oreja y percibí que su piel se erizaba. Comenzó a agitarse con energía. Me tomó por las muñecas y me estiró los brazos sobre la cabeza. Se afincó en el colchón y estremeció mi cadera con sus movimientos libidinosos. Estaba extasiada.

Apenas podía creer que ese hombre tan varonil, tan recio, haya sido un niño delicado. Que el hombre que me estaba haciendo el amor con ese ímpetu furioso, sea tan calmado y respetuoso. Lo sentí poseerme mientras lo imaginaba cobrando una venganza no buscada. No por los niños, que deben aprender a convivir, sino por los adultos a quienes la suerte les recordó que la vida da vueltas.

Él gruñía y apretaba la cara a punto de estallar. Gotas de sudor brillaban en su frente como perlitas de sal. Se estaba viniendo, podía sentirlo palpitar en mi vagina hinchándose como manguera. Un gran momento, pero de esto no hay fotos. Estos momentos solamente hay que vivirlos.

Un beso

Lulú Petite

 

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