Muy padre

Sexo 20/06/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:09
 

Querido diario: Si algo te enseña el oficio es sobre la mentalidad humana y masculina. He aquí un secreto a voces: ellos también se preocupan por su apariencia y su ego es tan frágil como la cáscara de un huevo.

Eugenio me habló al cel el fin de semana, pero no quería cita ese día. Es un hombre formal y más precavido que un astronauta. Quería que le apartara una hora específica del miércoles y además agregó que me tenía una noticia.

Eugenio tiene casi 60 años, pero bien cumplidos. Es alto, color cobre, con el cabello gris, las sienes complemente blancas y sus ojos son chiquitos y muy negros, como de zorro. Es, de hecho, un zorro plateado. Cuando lo conocí estaba teniendo un amorío con su secretaria. Se divorció hace mucho porque nunca supo mantener las manos quietas, los pantalones puestos y el corazón adolescente. De su matrimonio sólo conserva el amor por su única hija. Dice que es la única mujer a la que ha sabido siempre serle fiel. Tan cerca del día del padre, él es uno de esos a quienes tienen mucho que celebrarle.

Cuando se divorció, él se quedó al cuidado de su hija. La crió y son muy buenos amigos. Dice que si las madres llevan a los hijos nueve meses en vientre, ambos, padres y madres, los llevan toda la vida en el corazón.

Empezó a verme por purita curiosidad, cuando se encontró en Twitter conmigo, pero ha regresado. Siempre formal y haciendo sus citas con días de anticipación. Como ya lo conozco, sé que si dice “el miércoles”, será algo seguro, así que lo agendé.

A pesar de sus formalidades, es muy coqueto. Su apariencia le preocupa, siempre pregunta si no se ve viejo, si le está saliendo papada o si tiene ojeras. Cuando llegó el día y la hora que agendamos, finalmente pude notar en su rostro la alegría que lo embargaba.

—Lulú, no me cabe la felicidad por esta noticia —dijo orgulloso quitándose los zapatos —Voy a ser abuelo.

No pensé ver a un hombre así de coqueto tan orgullos de decirse abuelo, y es que la felicidad no envejece a nadie. Estaba contento, por su hija,  por él. ¡Y por su nieto, claro!

—Espero que te gusten los abuelos —dijo con voz pícara

Le mordisqué el lóbulo y lamí con suavidad. Sentí la estática recorriendo su cuerpo.

—Me encantan si son como tú —susurré.

Se dio media vuelta como un jaguar y me abrazó hasta que nos tumbamos. Rodamos por la cama comiéndonos a besos. Hundí los dedos en su cabellera plateada y sedosa. Afinqué mis labios contra los suyos con una pasión cada vez más creciente. Su lengua atrapó la mía en una danza pagana y divina. Nos desvestimos el uno al otro con la avidez de un par de hambrientos.

Me aferré a la sábana cuando hincó su cadera contra mi vulva húmeda y empezó a restregar su entrepierna con saña y ricura. Lamió mis tetas con gusto, apretando con sus manos mi cuerpo trémulo y tembloroso.

Alcé las rodillas y clavé las uñas en sus hombros cuando me perforó hasta las entrañas con su pene grueso e hinchado.

Empujó su pieza tramo a tramo, rozando con su ingle mi clítoris, apretando mi cuerpo con el peso de su torso. Me agarró por la cintura y empezó a agitarme, penetrando cada vez más hondo en mí, extasiándome con su ritmo animal. La experiencia se hacía notar. Su veteranía me prendía por dentro, así como su tacto me congelaba divinamente por fuera. De pronto alzó el pecho y se hincó con más propiedad, deslizando su mano entre mis piernas y palpando con pericia mi clítoris. Sentí que el colchón me tragaba y que me sumía en un sueño dirigido hacia el orgasmo, ligerita como un cohete en cámara lenta. Su respiración agitada y su sudor mezclándose con el mío, nuestros corazones galopando en nuestros pechos, los gemidos y gruñidos ahogándose en nuestras gargantas. De pronto la presión, esa mínima pausa antes del delicioso desastre de sensaciones.

Ay, Eugenio, vas a ser un abuelo excepcional. Buena vida y mucha salud para tu familia. Papís, espero que hayan pasado un hermoso domingo del Día del Padre.

Felicidades,  Lulú Petite

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