'Tenía un garrototote grueso', el relato de Lulú Petite

ZONA G 19/11/2015 04:00 Lulú Petite Actualizada 19:44
 

Querido diario: Me encanta Oaxaca. Sobre todo de noche, cuando la luz de los faroles se refleja sobre los adoquines de piedra y hace que todo brille de una manera única. Hace unas semanas estuve de visita por allá y como siempre la pasé genial. 

Un día estaba en el motel, control remoto en mano de lo más relajada, mientras medio veía “The Graham Norton Show”, un programa con ese estilo mamón que tienen los británicos y en el que entrevistan a artistas y personalidades de todas partes del mundo. Tenían de invitado a Richard Gere, quien me ha parecido muy interesante desde que lo vi junto a Julia Roberts en Pretty Woman, la versión puñetera de Cenicienta. La verdad es que se veía bien guapo para su edad. No sé, es como abrazable, comible, cogible. De esas personas que se ven amables y con buena vibra.

Lo veía responder las preguntas cuando de pronto sonó el teléfono por tercera vez en el día. Desde la mañana me había estado llamando un cliente. Decía estar en la ciudad por motivos de negocio. Me había hablado para enterarse de los precios y las condiciones del servicio. Su acento no era mexicano.

Era evidentemente un francés. Le contesté pronunciando claramente y con lentitud por si no me entendía: “Una hora cuesta tanto y hay besitos, caricias, sexo oral y vaginal, siempre  todo con condón. El trato es de novios”. Estaba de acuerdo e interesado. Volvió a sonar mi cel como a las dos horas. Era él para confirmar.

Ahora llamaba de nuevo para reconfirmar, pues ya casi se hacía la hora que habíamos pautado.

—Aquí te espero —dije, y colgué.

Al rato entró una cuarta llamada. Jean-Pierre había llegado y ya estaba en la entrada, pero muy desorientado. Creo que no sabía que tenía que pedir él una habitación y se metió al motel como buscándome. Me levanté y corrí la persiana con los dedos, como una vouyerista. A través de la ventana pude ver la silueta de un hombre que entraba. Tenía el cabello canoso, una amplia espalda, hombros anchos, cuerpo esbelto y un estilo muy elegante rematado con una cara muy dulce, justamente tipo Richard Gere. “¡Que sea él! ¡Que sea él!”, pensé. Supongo que el tipo de la recepción tuvo que explicarle cómo era que funcionaban las cosas porque a los pocos segundos el francés volvió a marcar, pero ya instalado en su habitación.

—Aló, Petite. Estoy en la 35 —escuché en el auricular. Su acento era medio parisino.

Obviamente no podía estar segura de que fuera el que yo quería, pero ya la casualidad me había puesto una pista en el camino, así que no perdía la esperanza.

Me dediqué un último vistazo al espejo y salí al pasillo. Caminé hasta la puerta que era, vi el 35 en relieve plateado y toqué tres veces, para la buena suerte. Se abrió la puerta y resultó que sí, era él. Tenía un cigarrillo humeante encajado entre sus labios carnosos. Y era tan precioso que casi me voy de nalgas al verlo. Honestamente, causaba una gran impresión verlo así, tan cerca. Estaba más que lista para cogérmelo y doblemente complacida porque además iba a pagarme.

Neta era de esos que si me agarran de buenas y en la pachanga, soy capaz de acompañarlo al cinco letras de a gratis, nomás por puro gusto.

Entré e hicimos las presentaciones de rigor. Sin más, no perdimos más tiempo y comenzamos a desnudarnos. Su pecho estaba coronado por vellitos rizados y dorados. Su piel era muy suave y olía muy fresco.

—Qué guapa eres —dijo con su acento franchute, que me derretía.

Le bajé el calzón sin más preámbulos. Oh là là. Tenía un garrotote grueso. Me agarró con fiereza por la cadera y me estampó contra la cama. Yo abrí bien las piernas, pero aun así me quitaba el aire con sus arremetidas de corsario. 

Su cuerpo estaba bien definido y me encantaba tocarle su abdomen duro, su espalda apretada y musculosa. Me estrujó los senos y me recorrió con su lengua experta y cálida. Estremecimos la cama en plena locura. No habían pasado ni tres minutos, pero los dos ya estábamos gritando y gimiendo al unísono, con la mente en blanco. Aunque fue más bien rapidito, confieso que me lo hizo riquísimo. Creo que tenía que ver con la intensidad, más que con la cantidad.

—¿Qué me has hecho para hacerme venir tan rápido? —preguntó luego, y encendió otro cigarrillo.

Según él, siempre podía tardarse mucho más, pero al hacerlo conmigo fue de volada. Lo suficiente, eso sí, para provocarme un buen orgasmo. Yo vi el hilo de humo que atravesaba la habitación y lo deshice de un soplido.

—A mí me encantó —dije hundiendo mi cara en su cuello.

Sentí que su piel se erizaba. Después de semejante sesión, teníamos los sentidos a flor de piel. Hablamos un poco de esto y otro poco de aquello, pero yo me quedé un poco en mi monólogo interior. “A ver, ¿quién dijo que un buen palo es que te rocen la cola?”, pensé. Él sonrió, igualito a Richard Gere, como si me leyera la mente. Además, sobraba tiempo para otro revolcón. O mejor dos.

Un beso 

Lulú Petite

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