Rompí la rutina... en él

Sexo 19/05/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 17:20
 

Querido diario: Raúl me bajó con cuidado la cremallera del vestido, mientras besaba mi cuello con cierta ternura, respiró hondo, oliendo el perfume de mi nuca. Mi vestido cayó, jalado por la fuerza de gravedad, cuando di un paso hacia adelante. Él lo levantó del piso y lo puso en el tocador. Mientras, yo me senté en la cama vestida sólo con mi lencería. Le sonreí traviesa y él se acercó. Se puso de rodillas y me quitó las zapatillas con delicadeza, después me dio un beso.

Sus labios varoniles se apoderaron de los míos con una pasión parecida a la del romance. Sentí su lengua probar la mía, sus manos urgentes aferrarse a mis brazos como para no perder el equilibrio, su respiración se agitaba, su boca temblaba a mitad del beso. Paseó sus dedos por mi cabello para buscar mi espalda y encontrar, en ella, el broche del sostén que mantenía mis senos cubiertos, lo zafó de un chasquido y me bajó los tirantes con caballerosidad, poniendo la prenda en la cama y llevando sus labios a mis pezones que, de inmediato, se endurecieron en la humedad de su lengua.

Los apretaba con sus manos y no dejaba de mamar con entusiasmo, el sabor a sal y deseo de mis pezones endurecidos. Tenía la respiración muy agitada. Eché la cabeza un poco hacia atrás para ofrecerle mis pechos en total plenitud. Él los besó con entusiasmo hasta que volvió a mis labios y se perdió de nuevo en un beso a mi boca, tierno, íntimo, delicioso.

Cuando se puso de pie, bajo su pantalón se veía un bulto enorme apresado por la dura tela del pantalón. Lo jalé del cinturón y, mirándolo a los ojos con picardía, bajé su cremallera, desabotoné el pantalón y metí mi mano bajo su trusa. Sentí entonces la herramienta. Tremendamente dura, muy erecta, con las venas saltadas y palpitantes, la piel delgada y tibia, una almohadilla de tupido vello y un olor a deseo y loción de caballero mezclado ocupó mi olfato. Apenas jalé un poco y el aparato, como si tuviera vida propia, escapó como si la tela del calzón se hubiera convertido ya para él en una prisión insoportable. Venoso, firme, duro, grande, cabezón, salió aquel tolete que apuntaba directamente a mis labios.

Cuando lo despertó la alarma de su teléfono, esa era para Raúl la mañana de un día como cualquier otro. Se levantó, se lavó los dientes, se dio una ducha con agua calientita y se preparó su desayuno. Era martes y no había doble contingencia, así que su coche circulaba con normalidad, manejó a su oficina y libró los cuarenta minutos de tráfico antes de sentarse en su escritorio. Se sirvió un café y, antes de dar el primer sorbo, volteó a su alrededor para asegurarse de que nadie lo viera leyendo mi colaboración. Faltaban unos minutos para que iniciara formalmente la jornada laboral, pero él llega temprano porque esperar esos minutos en casa, en las calles se convierten en un tráfico tan canijo que le harían llegar tarde.

Leyó en el periódico los detalles de cómo uno de mis clientes, un hombre maduro, parecido a él, con algunas canas cuidándole las ideas y más experiencia que expectativas, me había levantado en vilo hacía unos días y, “tomándome de la cintura con sus brazos fortachones y me puso de a perrito. Untó mis propios jugos con sus dedos índice y medio a lo largo de mi sexo y me la dejó ir con la fuerza de un relámpago”. Leyó que “lo sentí entrar fulminante”, y que me tenía tan caliente que una descarga de energía se apoderó de mis sentidos. Leyó, pues, los detalles de cómo un hombre con más coincidencias que diferencias con él mismo, me había regalado un orgasmo delicioso, poniéndome contra las cuerdas de su movimiento de taladro, de su enjundia de hombre, de su placer y su deseo.

Cuando leyó que nos venimos casi simultáneamiente, Raúl tenía una erección que tuvo que disimular poniéndose el periódico sobre los pantalones. Para cuando dieron las nueve y la jornada laboral estaba por comenzar, la calma había regresado a su entrepierna, pero sentía en el pecho un vacío. Un hueco que se llenaba por la repetición, en su fantasía, de la escena que había leído. Quería probarlo.

El trabajo fue igual al de todos los días. Un par de reuniones con el jefe, reportes, desarrollar un informe que llevaba tiempo trabajando el equipo y, desde luego, números. Números y más números. El tiempo pasaba y en su cabeza crecía la idea ¿Qué tal si? ¿Por qué no? ¿Me atreveré?

A la hora de su almuerzo encontró un lugar privado fuera de la oficina y buscó mis datos en el internet de su celular. Allí encontró mi teléfono y llamó. Hizo las preguntas de rutina: Es una hora, el trato es de novios, has sexo oral, vaginal, besitos, caricias… le expliqué los detalles y quedó de llamar más tarde.

Lo hizo unas horas después, en cuanto salió de la oficina. Me preguntó cómo llegar al motel que le recomendaba y se fue para allá lo más pronto que pudo.

Allí estaba, venoso, firme, duro, grande y cabezón, aquel tolete que apuntaba directamente a mis labios. Lo devoré de inmediato e hicimos el amor despacio, tomándonos la tarde para olvidar las simplezas de la vida, para recordar que si hay algo digno de romper, ese algo es la rutina.

Hasta el martes,

Lulú Petite

 

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