Querido diario: Está bien, me gustan las cosas ‘geek’: trato de tener un buen teléfono que me tenga conectada a mis redes sociales, correo y demás rollos para mantenerme en contacto con mi adorable clientela y amigos, uso mi iPad mucho, más o menos me mantengo actualizada en cosas de tecnología básica y no leo cómics, pero cuando sale en el cine alguna película de superhéroes trato de verla, digamos que soy medio ‘geek’, pero no fanática; sin embargo, este chavo tenía lo que se llama una obsesión con todo lo que se relacionara con ello o se le pareciera.
El símbolo de Batman brillaba en el pecho de su playera y sobre el algodón blanco de sus calzoncillos se reproducían un montón de los honguitos verdes de Mario Bros. Me fijé y me reí, pero no como burla, sino por la sorpresa. Él se miró a sí mismo para verificar si había algo que no hubiera visto y me miró de vuelta.
—Son los que dan vida extra —dijo.
—Ya veo, siempre es bueno traer vidas de reserva en los chones mi querido Mario —respondí sarcástica.
Un cliente muy querido me lo había referido. “Trátalo con sumo cuidado. Es un novato”, me había dicho. Y así era. Se trataba de un joven superdotado, de esos al estilo Sheldon Cooper, muy brillante para las cosas tecnológicas y los detalles raros de cómics y videojuegos, pero con poca experiencia en el amor. Era muy tímido y su delgadez lo hacía lucir frágil. Estaba un poco pálido, aunque puede haberse debido a los nervios.
—¿Qué te gusta Mario?
—Me llamo Diego.
—Es que a un Diego no le van esos honguitos, pero está bien, serás Diego Bross —dije sonriendo, él se quedó serio, como dudando de mi broma.
O no le gustaba que le cambiara el nombre o de plano estaba muy nervioso. Cuando volvió a alzar los hombros me quedó claro que tendría que enseñarle un par de cosas. No sé si yo era su primera vez, pero no lo dudaría.
Histriónica, me quité la blusa como lo haría una superheroína cuando va a cumplir su misión y luego me despojé de las demás prendas, que rodaron por el piso junto con la ropa de Diego.
—Presta atención —dije y lo empujé suavemente para que se sentara en el borde de la cama.
Me recogí el cabello, me arrodillé y le quité las vidas.
Me llevé la primera gran sorpresa de la noche, el muchacho sí que era un superdotado también debajo de los chones: una pieza larga, ancha y gorda se extendía, aún flácida, hasta su muslo como una trompita de elefante bebé. Apenas posé un dedo en su rodilla, el miembro se despertó como si lo inflaran a presión. Lo agarré con las dos manos y jugué con él, acariciándolo como a un animal que necesitaba ser aquietado. Lo encajé entre mis senos, sintiendo sus palpitaciones, la sangre fluyendo por las venas que lo adornaban. Él se tensó mucho cuando le envolví la cabecita y le puse el preservativo con los labios. Mi experiencia me decía lo que iba a pasar, así que me separé justo a tiempo, antes de que descargara un potente chorro caliente y espeso en el condón.
—Ay, ay, ay —gimió como si se le estuviera resbalando algo de las manos.
A mí me parecía adorable, pero él tenía cara de querer que se lo ‘tragara la tierra’. Se tapó los ojos y se tendió boca abajo sobre la cama. Yo me acosté junto a él y comencé a decirle que no había problema, que me había gustado, que esas cosas pasan. Así estuvimos un buen rato hasta que él, como dándose por vencido, estiró el brazo para tomar su smartphone, como si eso le recargara sus poderes o, al menos, lo regresara a su zona de confort.
—¿A dónde vas Batman? —dije haciendo a un lado su teléfono —Yo sé qué necesitas.
Lo enfundé en un condón con sabor y volví a ponerlo en mi boca.
Respiraba profundamente para calmar su excitación. Lo sentía temblar en mi paladar. Chupé con intensidad y esto pareció ayudar, pero tampoco pudo aguantar mucho tiempo. Se corrió estirando las piernas y mordiendo la almohada con un grito de desesperación.
Ni modo. Con éste había que ir más lento. Se disculpó mil veces, pero yo no lo juzgaba. Quedaba tiempo de sobra para hablar. Me mostró fotos de su colección de figuras y cómics, mientras yo le hacía circulitos en el pecho con los dedos y le daba besitos en el cuello.
—¿Va a querer el superhéroe que lo intentemos de nuevo? —pregunté.
—No tiene caso corazón, ya vi que eres mi ‘kriptonita’ —respondió resignado.
—¿‘Kriptonita’? ¿No eras Batman? A Batman la ‘kriptonita’ le ‘hace lo que el viento a Juárez’ —le dije yo en broma y comencé a jalar de nuevo su instrumento.
Realmente tiene un pene enorme. Mientras besaba sus labios, su pene crecía en mis manos, comencé a jalar y, a medio beso, por tercera ocasión un disparo potente de precoz leche tibia le dejó una línea de perlas dibujada en su vientre.
Me levanté para limpiarlo con un Kleenex. Se le acabaron las tres vidas y no pudo echar mano de las de sus chones ¡’Game over’!
Nos reímos todo el resto de la hora y nos la pasamos tan bien, que me anotó entre sus contactos como Superlulú.
—Me hablas luego y practicamos, ¿de acuerdo? —le dije de salida.
—Sale y vale.
Tal vez para la próxima aproveche mejor sus vidas.
Un beso
Lulú Petite