Enseña Lulú nuevas experiencias

15/11/2013 12:37 Lulú Petite Actualizada 12:38
 

En cuanto salí de atender al cubano le marqué a Mat. Estaba apenada por el olvido. Quedé de invitarlo a desayunar el viernes. Según él tenía algo importante que decirme y yo, muchas ganas de verlo. Hacía semanas que no lo veía y lo extrañaba. El caso es que el jueves en la noche salí de fiesta con el profe y, entre los chupes, la cachondez y la falta de memoria, olvidé que al día siguiente Mat iba a pasar por mí.

Llegó a mi casa a las 8:15 de la mañana, como habíamos quedado, y tocó sin éxito. Cuando el portero le comentó que probablemente yo no estaba, comenzó a llamarme a mi teléfono. El de trabajo no lo llevaba, y el personal, lo traía en silencio. Ni modo, hay momentos en los que una quiere coger y olvidarse de que el mundo existe.

Pasadas las nueve se dio por vencido y, enojado, se fue a desayunar solo. El profe, después de regalarme una mañana muy cachonda, como a las 9:40 me dejó en mi depa. Llegué volada a cambiarme para alcanzar a ir al gym, así que el portero no pudo decirme ni hola.

En cuanto terminé de hacer ejercicio me salió chamba con el cubano y, ya muy tarde, leí el mensaje de Mat recordándome que lo había dejado plantado con el desayuno. Me dio mucha pena, pero estaba trabajando y no podía dejar al cubanito. Cuando le hablé ya eran casi las tres de la tarde y él estaba bien encabronado.

Le propuse invitarlo a comer, pero no quiso. Después de un rato de negociar, quedamos de vernos en la noche.

Como a las 6:00 de la tarde me salió chamba. Era un chavo de veintitantos años, muy delgado, moreno, de cabello corto y sonrisa dulce. Trabaja en un supermercado. Allí no gana mucho y pagar por mis servicios no habría estado entre sus prioridades a no ser porque el fin de semana pasado sus compañeros de trabajo decidieron que uno de ellos debía conocerme.

Acordaron hacer una vaquita, juntar lo de mi servicio y dejar que la suerte decidiera. El ganador me llamaría y comprobaría, cogiendo conmigo, que lo que aquí cuento es la verdad y nada más que la verdad.

El chavo estaba nerviosísimo. No sabía ni por dónde empezar. Para que se relajara le recomendé que se quitara la ropa, se recostara boca abajo y cerrara los ojos. Yo también me desnudé. Calenté en mis manos la crema que dejan de cortesía en el motel, me acomodé sobre sus nalgas, rodeándolo con mis rodillas y comencé a frotarle la espalda. Primero suavecito, con las yemas de los dedos, después más fuerte con la palma de la mano y al final, desatando con mis nudillos los nudos en su espalda. Le pedí que se volteara, me volví a acomodar sobre él, casi sentada a la altura de su pelvis.

Sentía su miembro, ya erecto, rozar mis muslos desnudos. Le pedí que cerrara los ojos y le di un beso en los labios que él correspondió tomándome de la cintura, jalándome hacia su cuerpo y acariciándome los senos.

El faje así duró unos segundos, hasta que me zafé y, de rodillas sobre la cama, le puse un condón y me llevé su erección a la boca. El muchacho estaba encantado. Sus manos, traviesas, lo querían tocar todo, como si el tiempo no fuera suficiente para hurgar en cada rincón de mi cuerpo.

Entonces me levanté. Me volví a poner sobre su pelvis, pero esta vez apuntando con mi mano su erección hacia mi sexo. Me senté despacio, mirándolo a los ojos, viendo cómo disfrutaba conforme mi cuerpo devoraba su deseo palpitante. Cuando me senté por completo, le di las manos y comencé a moverme despacito, de atrás para adelante, levantándome un poco en cada movimiento, sintiendo cómo su sexo entraba y salía del mío. Dirigiendo sus caricias, primero puse sus manos en mi abdomen, les di una visita guiada por mis senos, por mi cuello, por mis omóplatos, por mis hombros, por mi cintura, por mis muslos. Él terminó dirigiendo la cabalgata con sus manos en mis nalgas. Se vino copiosamente durante los sentones.

Después platicamos largo y tendido. De sus proyectos, de los míos, de sus amigos, de la envidia que según él le iban a tener. Antes de despedirnos les marcó desde su celular y lo puso en altavoz para que los saludara, después me dio muchos naipes para que los firmara. Me dijo que eran las cartas con las que habían jugado para decidir quién estaría conmigo. Quedamos como amigos y prometí que si un día iba al súper donde trabaja no dejaría de pasar a saludarlo.

Nos despedimos cerca de las 8:00 de la noche. Apenas tuve tiempo para darme un baño, cuando Mat llamó a mi puerta. Como de costumbre, estaba a medio vestir cuando le abrí. Al entrar se me quedó mirando fijamente con una media sonrisa dibujándosele en la cara, se acercó, me tomó con firmeza por la cintura y robó un beso de mis labios. Francamente, no me lo esperaba.

Hasta el martes

Lulú Petite 

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