Con tacones puestos

ZONA G 12/09/2017 09:57 Lulú Petite Actualizada 19:42
 

Querido diario: Hace unos días conocía a Israel. Su voz era… ¿Cómo decirlo? Pongamos que al principio pensé que era una mujer y se había equivocado. Igual y me pedía la descripción del servicio, los precios y todo el rollo.

Le expliqué en qué consistía mi terapia, le dije que ofrecía trato de novia, con besitos y caricias, todo el sexo vaginal y oral que quisiera en una hora, siempre con condón. Nos pusimos de acuerdo. Dos horas después, como lo agendamos, me estaba enviando un mensajito: “Habitación 404”.

Caminé el pasillo con calma, la alfombra amortiguando mis pasos. Toqué dos veces y esperé. Nada. Toqué otra vez, más fuerte, y ahora sí abrió el tal Israel.

Resultó ser un hombre ancho, no gordo, pero si corpulento, alto y grueso como ropero. Muy pálido y con unos expresivos ojos color ámbar, a veces tristes, a veces melancólicos. Su tamaño de oso hacía más extraño que su voz fuera tan delgada.

—Siéntate —dijo con su voz de soprano.

Israel era muy amable. Como un gigante caballeroso y complaciente que se esfuerza por quedar bien. Me trataba con la delicadeza de quien está en una primera cita con alguien que le presentaron en una reunión de embajadores, no en una habitación de motel con una chica a la que le paga por hora. Me contó que desde su divorcio, no ha tenido sexo.

Ya hace rato de eso y, también, hace rato que tenía planes de buscar con quién sacarse las ganas que ya le explotan entre las piernas. Pero es tímido y se siente feo. No está cómodo con su tamaño ni con su voz. Así que le costó mucho trabajo decidirse. Conforme platicamos, su voz dejó de escucharse extraña para sonar amable, cadenciosa. Todo él era un hombre bueno y su voz era sólo algo que parecía estar allí para recordármelo.

Mientras hablaba me tomó las manos, con mucha delicadeza, y me acarició los dedos, como si mi hiciera masajitos. Llevaba una guayabera negra muy elegante y debajo, en su pecho, se veía una cadenita de plata. Mientras me acariciaba, me rendía. Era relajante y se sentía muy rico.

Llevé sus manos a mi cintura, mientras lo besaba en el cuello, desabotonando su camisa. Deslicé mi mano entre sus piernas y palpé, sobre la tela, su miembro prensado. Israel me susurró al oído: “Eres hermosa”, tomó mi rostro con ambas manos y me besó en la boca. De pronto me tomó por la cintura y me hizo levantarme, sólo para volver a sentarme en sus piernas. 

Me abrazó muy fuerte, hundiendo su rostro en mi cabello para aspirar su aroma. Extasiado y emocionado, vio cómo mi piel se erizó con su respiración en mi cuello. “Eres hermosa”, repitió, y esta vez su voz sonó un poco más gruesa. Deslizó su mano en mi pecho, deshaciendo mi blusa, atravesando mi sostén, y amasó con dulzura mis senos. Mis pezones, duros y sensibles, dispararon señales por todo mi cuerpo. Comencé a mojarme a medida que nos besábamos apasionadamente, nos tocábamos como si quisiéramos desgarrarnos. Sentada en su regazo, comencé a quitarle el pantalón y él a mí la lencería.

—Déjate los tacones —pidió.

Entonces agarró uno de los condones, se lo colocó y, así como estaba, sentado en el borde de la cama, me hizo ponerme encima, dándole la espalda, y me penetró. Su pene, más grueso que largo, se instauró en mis entrañas, duro e hinchado. Lo sentí empujar suavemente, una, dos, tres veces. Cuando lo tuve bien adentro, arqueé la espalda y recosté mi cabeza en su hombro. Israel me aferró por la cadera y comenzó a bambolearse, meneándonos con el ritmo de sus ansias carnales. Gemí bajito, mientras él repetía “eres hermosa”.

Mis nalgas rebotaban en su ingle, mi cabello bañaba su rostro. Tomó mis tetas con suavidad, pellizcando mis pezones. Me hacía delirar, me hacía sentir cosquillas por dentro. Empecé a galoparlo más rápido y más fuerte. Israel respiraba en mi nuca cada vez más agitado, encajando cada vez más hondo, empujando su cadera con todas las ganas. 

Vi sus pies retorcerse, aguantando lo más que podía. Luego la estocada, el cuerpo tenso, los músculos apretados, el gemido final, el apretón de sus manos en mi cintura. Yo comprimí mi pelvis, sintiendo el palpitar dentro de mí. Estuvo rico y se repitió. Y de nuevo Israel me dijo muy bajito al oído, como si le hubiera hecho falta decírlo: “Eres hermosa”.

Israel, si me estás leyendo, tú también eres hermoso. Ojalá podamos volver a vernos.

Un beso, Lulú Petite

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