'Se chorreó en un espasmo', por Lulú Petite

10/12/2015 05:00 Lulú Petite Actualizada 08:39
 

Querido diario: Hoy, al abrir los ojos, me encontré con un techo nuevo. Serían las siete, a lo sumo, porque la luz entraba tímidamente por la cortina. Estiré los brazos y vi las diez uñas pintadas de mis manos.

—Buenos días.

La voz de Miguel sonaba como un suspiro en la brizna matutina. Volteé a mirarlo. Resplandecía.

Sonrió y me dio el primer beso del día. Estaba un poco despeinado, pero se veía bien. Yo también sonreí. Me sentía contenta. Los retazos de memoria de la noche anterior empezaron a correr por mi cabeza. Lo habíamos hecho de todas las maneras y colores en su cama. Anoche, después de ver una película, fuimos a su depa. Me abrió la puerta como un caballero y me dejó entrar en su mundo. La sala es amplia y olía a pinos. Había varios montoncitos de libros en el suelo y una silla de madera en la que reposaba su guitarra. Estaba a punto de decirle lo bonita que me parecía su casa, cuando me tomó por la cintura y me levantó para llevarme hasta su habitación. En sus brazos, el tiempo no existía. Primero me hizo sexo oral y me vine en sus labios. Luego se prolongó el desastre, con besos encarnados y candentes. Me alzó las piernas por los tobillos y se acuclilló sobre mí para hundirme en el colchón. 

Fue el salvaje que esperaba que fuera y acabó con los ojos desorbitados. Lo hicimos un par de veces más, hasta que nos venció el agotamiento. A la luz del nuevo día, caí en cuenta de que había pasado la noche afuera y de que seguía en su casa.

—Luces guapa en las mañanas —dijo Miguel.

Bueno, no soy de las que se levantan risueñas y del mejor humor en casas ajenas. Es raro, pero en esos casos algún mecanismo de alarma se activa en mí y me pongo desconfiada y tímida.

—¿Desayunamos?

“¿Desayunar?”, pensé. De ningún modo. Ya estaba corriendo el tiempo y para una mujer ocupada, son escasos los momentos dedicados para el ocio muerto. Aunque él tenía las herramientas para convencerme. Se acercó y pegó su cuerpo contra el mío. Sentí su entrepierna tiesa y entendí sobre qué clase de desayuno estaba hablando. Lo abracé y estaba dejándome llevar otra vez, gimiendo y experimentando esa corriente que él me provocaba por toda la piel. Era divino, pero…

—No puedo —dije apartándolo delicadamente—. Debo irme.

Me levanté y comencé a vestirme. Él sacó su labia para terminar de convencerme, pero yo ya estaba saliendo de ahí a toda máquina. Tenía varias citas por atender y no quería demorarme más de la cuenta.

—¡Te hablo luego! —dije en plena huida.

Era prácticamente media mañana cuando logré llegar hasta mi destino. Para la hora que era, ni tenía sentido asomarme por el gimnasio. ¿Qué punto tenía? Un día más, un día menos. Otra sesión a la que faltaba, para variar. Así que fui directamente hacia mi casa. Subí las escaleras como una gacela, abrí la puerta, aventé las llaves en el sofá y fui a la cocina para atacar la nevera. Apuré un desayuno exprés y ligero, mientras revisaba mi correo y anotaba algunas cosas para que no se me olvidaran luego, cuando me sentara a escribir. Acto seguido, corrí al baño y me di una buena ducha. Salí vaporosa y cubierta por el rocío del agua a mi cuarto y comencé a vestirme. Antes de salir y ponerle el cerrojo a la puerta regué el cactus que me regaló David (mi ex) hace un año.

Mientras esperaba el elevador, el cliente llamó para confirmar la cita y me dijo que iba en camino.

“Uff, qué vida”, pensé cuando iba manejando de camino al motel.

El cliente me esperaba en su habitación. Por fortuna llegué a tiempo, aunque debo admitir que conozco bastante bien cómo se mueve la ciudad y, por ende, estoy segura de cuándo voy a llegar desde tal o cual sitio. Al fin y al cabo no me gusta que me hagan esperar, ¿por qué habría yo de hacer lo mismo?

El cliente tenía pinta de recién graduado. Ya tenía mis sospechas desde que llamó para pedir una cita. Me había preguntado si podía ir a mi casa.

—Pues eso es lo que hacen las novias —dijo en tono de broma para disimular su embarrada.

En la cama tampoco era ningún experto. Se notaba que era su primera vez. Al menos con una profesional, por no decir otra cosa. Si acaso sabía por dónde empezar o qué hacer.

Cuando los veo chavitos prefiero no arriesgarme, no me vaya a pasar como Kalimba, así que ni modo, le tuve que pedir que me mostrara la credencial del IFE. Sus manos hacían más daño que caricias y tenía que enseñarle cómo se trata a una dama.

—Suavecito, así, muy bien —le decía mientras se ubicaba encima de mí y yo ponía sus manos frías sobre mis senos—. Ahora entra en mí, anda, suavecito.

Se agitó unas cinco veces antes de quedarse paralizado, como un tiburón encallado en la orilla de mis piernas. La verdad es que no era feo y que tenía “madera”, pero se desinfló en pocos segundos y se chorreó la vida entera con un espasmo.

—Ya, ya —le dije mientras sobaba su cabeza apoyada en mi pecho—. Lo hiciste muy bien.

El día resultó bastante estresante y raro, pero así son a veces, ¿no? Ya mejorarán.

Un beso

 Lulú Petite

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