Le di sexo casual

Sexo 10/11/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:05
 

Querido diario: Fernando le había contado a Carolina que nos acostamos. Pensé que este desliz pasaría inadvertido. Lo que pasa entre dos, debería quedarse entre dos, pero a algunas personas les gusta alardear.

El asunto es que para mí fue un acostón. Sexo y punto. Nada que presumir. Ya tengo la vida bastante complicada como para andar de noviecitos. Igual Carolina me dijo que Fernando se lo contó también como sexo casual, cosa de una noche. Buen sexo, pero tan efímero como comprar una paleta, comértela y botar el palito.

Supongo que así estaba mejor, aunque luego me dio por pensar en el tema: ¿Sexo casual? ¿De una noche? ¿Quién me entiende? Primero pensaba que era todo lo que quería, pero luego me picó la espinita, ¿qué onda con este güey? Generalmente no me acuesto por una calentura, porque después se clavan y quieren más. Pero que me la apliquen, magulla el ego.

En fin, la vida continuaba y la semana prometía. Mi agenda estaba llena. Gonzalo me había llamado para una terapia. Quería todo lo que incluyo en el menú. Había visto un anuncio mío en Twitter y se animó a requerir mis servicios, ya que andaba calenturiento. Gonzalo es viudo. Su esposa murió hace seis meses.

—Siempre le fui fiel —dijo sin una pizca de sensiblería—. Y más que fiel, leal. Y muy cariñoso también. Nunca la desatendí.

Me contó que la quiso siempre muchísimo y que la acompañó hasta el final. Ella, que también lo quiso mucho, le dijo que una vez que pasara todo, se considerara libre de hacer lo que quisiera, con quien quisiera. Que no se quedara con ganas de nada. Gonzalo tiene unos 60 años y aún trabaja, pero tiene suficientes ahorros para gozar la vida que le queda.

Nos vimos en un motel que frecuento. Gonzalo me dejó entrar y se puso a contemplar el jacuzzi mientras me contaba todo esto que acabo de resumir. Estaba descalzo y metía los dedos en el agua burbujeante. Yo me puse más cómoda y me recosté sobre la cama como esperándolo a que se decidiera.

Al cabo de un rato, palmeé la sábana y le mostré una sonrisa que escondía otras intenciones. Se quitó la camisa y me mostró su pecho desnudo. Tenía un brochita de vellos canosos en el pecho y dos motitas más pequeñas en las tetillas. Una cadena de oro colgaba de su cuello. Se acercó a la cama y me tocó el tobillo con un dedo aún húmedo.

—No me voy a romper —le dije—. Puedes tocar más. Se quedó muy quieto y luego me miró. Se nota que la extrañaba mucho, pero que también quería hacer esto.

Me acerqué y lo rodeé con las piernas. Lo abracé y hundí mi cara en su cuello. Le di besitos cortitos y tiernos. Sentí su piel erizarse. Luego pasé mi mano por encima de su pantalón y empecé a frotarle el sexo. Poco a poco fue prensándose.

—Desvístete —le dije mientras me quitaba el sostén y la tanga.

Lo observé quitarse la ropa. Lo hacía lentamente, como sopesando la trascendencia del asunto. Yo mientras alcancé un globito de los que había puesto en la mesa de noche y lo saqué del empaque. Me coloqué en filo de la cama y me senté con las piernas abiertas frente a él. Toqué su pene. Seguía endureciéndose. Lo noté un poco nervioso, pero le gustaba. Me acarició la espalda y se dejó llevar. Lo masturbé pausadamente, sintiendo su miembro palpitar en la palma de mi mano.

—¿Te gusta? —le pregunté como si gimiera.

—Sí —dijo—. No pares.

Le coloqué el condón y me tumbé boca arriba, invitándolo a que se colocara encima. Abrí bien las piernas y alcé las rodillas. El peso de su cuerpo mantuvo en vilo al mío. Su pene entró en mí como en cámara lenta. Él quería sentir cada tramo de mi entrepierna. Recorrerla turísticamente, sin prisa. Empujó hasta el fondo una infinita vez. Luego otra, más rápido. Y otra cada vez más rápido. Sus manos traviesas recorrieron mis senos. Mordisqueó mis pezones, lamió mi cuello, me dijo al oído, gimiendo y gruñendo bajito, que era preciosa y que le gustaba cogerme así. 

Yo enterré las uñas en sus hombros y me acoplé a su cuerpo, a su pecho pálido. Sentí la cadenita de plata en su cuello, tintineando como un cubo de hielo en un vaso de vidrio. Nos besamos apasionadamente. Su lengua bailaba junto a la mía y sus labios finos le hacían el amor a los míos. Su bigote me hacía cosquillitas, pero me gustaba. Olía a jabón y una fragancia muy masculina, como loción para afeitar. 

Rodamos por la cama vueltos locos, enredándonos entre la sábana. Su pene me hacía delirar. Era mucha energía sexual contenida, finalmente liberada. Lo sentía vibrar, palpitar  dentro de mí. No me vine, pero estuve a punto. Él se corrió en un santiamén, mordiéndose los labios y pataleando. Otro cliente satisfecho que celebraba la vida.

Caminé al elevador, después de un trabajo bien hecho. Oprimí el botón cuando sonó mi teléfono. El personal, no el de trabajo. Era Fernando. ¿No que no tonabas, pistolita?

Un beso, Lulú Petite

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