¡Métemelo ya!

Sexo 07/06/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 19:32
 

Querido diario: El ocho es mi número de la suerte. Lo que comienza, termina o suma ocho siempre me pone de buen humor.

A Armando también le gusta el ocho. Coincidimos en eso y, como siempre pide una habitación cuyo número termine o sume ocho, pues terminamos por caernos bien. Como si nuestro número de la suerte nos hubiera unido.

Le gusta el ocho y también le encantan mis nalgas. Bueno. No sólo las mías. Tiene una fascinación extrema por la curvatura que hace el cuerpo, justo donde la espalda termina. Para él, las nalgas de una mujer son como el mejor premio para un día de mucho trabajo. Dice que, si las ves de lado, un buen par de nalgas forman un ocho y el ocho es el símbolo del infinito. Nada para él como perderse en el infinito de un cuerpo femenino.

Ese lunes nos vimos. Estábamos en su habitación. Él, sentado en el filo de la cama, yo desnuda recostada boca abajo. Claro: Me acariciaba las pompas. Sus manos me hacían masajes al mismo tiempo relajantes y cachondos. Poco a poco iban saliéndose del radio de mis nalgas y abarcando otras zonas. Mis piernas, mi espalda, mi entrepierna.

—Me encantas —dijo con un dedo por ahí.

Mis sentidos se dispararon. El roce de su índice en mi umbral me puso a mil. 

Su mano tomó la delantera finalmente. Empezó a tocarme con más pasión, frotando mi entrepierna, cada vez más húmeda y dispuesta. Mientras me masturbaba, me respiraba en la nuca, me besaba la espalda, me pellizcaba los pezones y me susurraba al oído, diciéndome que traía tantas ganas que estaba por explotar.

Con la piel erizada y entrando en su juego, comencé a temblar en su regazo. Me reincorporé en la cama y nos abrazamos, comiéndonos a besos. Sentí el puje de su pene a través de la tela de su trusa. Podía incluso distinguir la forma de su cabeza, la curvatura de su corona prensada, pulsando enérgicamente en la entrada de mi vagina.

—Métemelo ya —supliqué.

Armando se abalanzó sobre el paquete de condones, tomó uno, lo abrió a dentelladas mientras se desnudaba y, apenas se lo colocó, me penetró, hundiendo su cadera en la mía.

Rodamos por la cama enloquecidos. Me aferré a su espalda y hombros, mientras él apretaba mis nalgas y empujaba su palo tieso hasta lo más hondo de mí. Armando empezó a menearse muy rico, hundiendo su herramienta animal hasta lo más profundo. Completamente humedecida y sensible, cada arremetida de su vaivén me conectaba una descarga de sensaciones que me recorrían toda la piel, todas las entrañas.

No podía parar. Algo en mí se había soltado y le seguía la pista a sus deseos. Me puse de perrito y hundí la cara en una almohada, estrujando con los puños la sábana. Me lo volvió a empinar, agarrándome por las nalgas con sus manos traviesas. El primer empujón desencadenó la locura. Estremeciéndonos en un toma y dame salvaje, mis tetas brincaban en mi pecho y gotas de sudor nos recorrían.

Sentía su miembro cada vez más caliente y palpitante dentro de mí. Sus músculos se tensaron y me apretó más fuerte. Dejó escapar un grito entrecortado y se encajó con más fuerza, bombeando su leche como un géiser.

—Dámelo todo —supliqué, extenuada y como embutida en un torbellino de confuso placer.

Armando cayó rendido sobre mi espalda y su respiración se fue calmando. Cuando todo volvió a la normalidad. Volvió a posar sus manos sobre mis nalgas y las dejó ahí, muy quietas.

El ocho es mi número de la suerte. Lo que comienza, termina o suma ocho siempre me pone de buen humor. La que tienes en tus manos es mi colaboración número 800, comienza y suma ocho, así que con el orgullo de haber traído hasta ahora tantas historias a tus ojos, tengo la certeza de que ésta viene además con mucha suerte.

Hasta la próxima, Lulú Petite

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