De tal palo...

Sexo 07/02/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 08:40
 

Querido diario: Estaba llegando al motel y Gerardo me esperaba en la habitación 212. Me tenía intrigada. Cuando me habló al mediodía, su voz sonaba como la de un locutor experimentado, de esas voces sensuales que retumban desde el oído hasta mojarte la entrepierna.

El caballero en cuestión no se parecía a su voz, bueno es atractivo, pero no como lo imaginaba. Lo cierto es que, aunque no era como lo pensé, sí se parecía mucho a alguien que ya había visto, pero no me acordaba a quién.

Estaba descalzo y con la camisa desabotonada a medias. La habitación olía a su colonia.

—Disculpa —me excusé—, ¿Ya nos conocíamos?

Negó con la cabeza y dijo que llevaba años viviendo fuera de México. Estaba de vuelta recientemente por un asunto familiar.

Pero la duda no me abandonó. Esa nariz y esa frente las había visto en otra parte. Entonces Gerardo me pidió que se lo chupara. Me puse cómoda, coloqué en el buró a un lado de la almohada y muy a la mano todo lo que íbamos a usar y me senté en el filo de la cama.

Me extendió su mano. La tomé y lo atraje hacia mí. Metí la mano dentro de su pantalón y lo ayudé a quitarse todo. Tomé su pene con ambas manos y empecé a frotarlo suavemente. En cuestión de segundos, se había puesto duro y caliente. Le apliqué lubricante y lo chaqueteé hasta que estaba a su máxima potencia. Le bajé el condón con la boca y se lo chupé entero, metiéndolo en mi boca hasta lo más profundo que agu antaba.

Su palma apoyada en mi nuca, apretando suavemente, acariciaba mi cabello. Sus gemidos provocaban que se me hiciera agua la boca. Podía sentir su falo hinchado, palpitando en mi lengua, en mi paladar. Hay una sensación de asfixia muy sensual cuando se la estás chupando a un hombre que tiene buena herramienta. Él la tenía perfecta y gemía deliciosamente. Me pone cachonda el placer de un hombre. Sin duda tener en mi boca su calentura me entusiasma. Sentí cómo comencé a lubricar.

De pronto, al borde del clímax, me hizo que me levantara y me remolcó hasta el otro lado de la habitación. Me puso contra la pared de espaldas a él, e hizo que me doblara hacia adelante. Apoyé las palmas en el cristal de la bañera que da a la habitación y rasguñé el vidrio liso cuando me atravesó con su miembro a toda borda. Arqueé la espalda y empujé hacia atrás para clavarme más su garrote prensado. Me tomó por la cintura y empezó a machacarme de lo lindo. Sentía su respiración en mi nunca, su ritmo agitado, la piel de su abdomen chocando contra mis nalgas. Esa respiración varonil y tibia en mi nuca, revelando la calentura de mi cliente, me tenía bien cachonda. Algo había en su voz que me hipnotizaba por completo.

Aplasté mi cara contra el cristal y exhalé de placer, relamiéndome los labios y pidiéndole que no se detuviera, que me diera más así, que me encantaba. Volteé a mirarlo de reojo y me encontré otra vez con su expresión bestial. De nuevo me recordó a alguien, pero ¿a quién?

De repente una de sus manos se deslizó por entre mis piernas. Con su índice húmedo estimuló mi clítoris de tal manera que me olvidé de qué demonios estaba pensando. Con su otra mano me agarró una teta y la apretó muy rico.

Acabó empujándomelo hasta la raíz, tragándose su gruñido y desplomándose sobre mí, de pie. Volvimos a descansar a la cama y antes de que terminara la hora lo volvimos a hacer, pero esta vez yo encima de él.

Al despedirnos me dio su tarjeta de presentación. Entonces todo se reveló ante mí. Tenía el apellido, la nariz, la frente y el gesto sexual de su padre, un hombre a quien atendía hace mucho, muchísimo tiempo. Es de los clientes de aquella época en que trabajaba en agencia y solamente veía a los amables caballeros que contrataban mis servicios a través de “El Hada”.

Era un tipo divertido. Hombre de negocios que, cuando agarraba la borrachera llamaba a mi promotora y organizaba algo. A veces fiestas con dos o tres chicas, otras veces un encuentro íntimo con sólo una de nosotras. Pagaba bien y era amable. Era buenísimo contando historias y lo hacía de tal manera que, aunque te estuviera hablando del tema más serio posible, te hacía reír. Además, como su hijo, era muy bueno en la cama. Era un tipo caliente y se dejaba llevar por sus instintos, pero era también un hombre de buen corazón.

A veces nos contaba de sus hijos. Después del divorcio, su mujer se fue a vivir a Estados Unidos y los veía poco. Eran dos hombres y una mujer. Buenos muchachos. Nos decía. Se casó de nuevo y tuvo otro hijo acá. Para cuando lo conocimos ya había pasado un segundo divorcio y no tenía intención de reincidir. Quería mucho a los hijos que tenía, pero no como para buscar más. Uno de esos buenos muchachos de quien tan orgullosamente nos contaba resultó ser Gerardo. Sin duda el mundo es pequeño.

—¿Y qué te trae por México? —le pregunté.

—Familia. Ya ves. Hace un par de meses murió mi papá y vine a arreglar las cosas. Herencia, papeleos y demás.

—Lo siento mucho —le dije. Se me hizo un nudo en la garganta, pero antes de que se escapara una lagrimita traicionera, cambié de tema. Realmente lo sentía. Pensé por un segundo en contarle que lo conocí, que era un buen hombre, pero mejor no, quizá habría roto el encanto, la fantasía. Por eso no le dije nada a él y vine a contártelo a ti. Así todo esto queda entre nos ¿verdad? Sólo tú y yo con este secretito.

Un beso

Lulú Petite

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