Fue delicioso

03/06/2014 03:00 Lulú Petite Actualizada 21:04
 

Querido diario: 

 Estaba por llegar al hotel cuando recibí tu mensaje de texto: “Ya estoy dentro de la habitación. La puerta está entreabierta. Besos”.

Hace mucho que nos conocemos. Bueno, conocernos es un decir. Aunque nunca nos habíamos visto, hace mucho que intercambiamos mensajes y afecto a través del internet. Afortunadamente te animaste a llamarme y pasar de la fantasía al hecho. Lo decidiste a principios de semana y, de inmediato, me mandaste uno de tus afectuosos mensajes, en el que me avisabas que me querías ver el viernes.

No acostumbro acordar citas desde el lunes para el viernes. No es por informal, sino porque en mi negocio, se atiende a la clientela del día como va llamando, no a través de una agenda de citas que corren el riesgo de ser canceladas, sin embargo, por lo que te conozco, sabía que tú cuando te animaste a decirme que querías estar conmigo, era una decisión tomada, un compromiso.

Por eso cuando el viernes en la mañana me llamaste para confirmar que querías verme a las diez de la noche, no me pareció nada raro y me dio muchísimo gusto escucharte. Conversamos un rato y nos pusimos de acuerdo. Te despediste con mucha amabilidad y un cariñoso: “Estoy muy emocionado de poder verte. Hasta el rato”.

A las diez de la noche, como habíamos quedado, llegué a la habitación que me dijiste y, efectivamente, la puerta estaba abierta. Adentro tú, nervioso, pero no tímido. Esperando en tu silla de ruedas para darme una lección de vida, para dejarme conocerte, quererte y hacerte el amor.

¿A qué saben tus labios? No sé, según recuerdo, a fresas y a pasión. ¿Qué te puedo decir? Soy tu fan y disfruté enormemente sentir tus labios, tus manos, tu cuerpo, tu sexo, tu ternura, tu alegría y, de paso, conocer a un joven extraordinario.

A pesar de todo, parecías alguien distinto al muchacho con quien había compartido mensajes por internet, siempre con la promesa de que algún día dejaríamos de ser amigos virtuales y tendríamos nuestra hora de amantes. Te vi más guapo, me gustó tu manera de comportarte y de hacerme tuya. Quién iba a decir que un pacto de intimidad, podía convertirse tan fácilmente en un acto amoroso.

Durante esa hora pude acariciarte, desnudarte, probarte. Quitarme la ropa, llevar tus manos por mi cuerpo, prestarte mis labios, mis pezones, mi cintura, mi cadera. Acariciarte, sentirte emocionado y contento. Pero también en esa hora pude aprender. Aprender de un joven admirable que ha hecho escuela, y buscado que personas con capacidades especiales, salgan adelante y desarrollen sus habilidades, pero sobre todo, que hace hasta lo imposible para que quienes no tenemos esas cualidades entendamos que lo que hace la diferencia entre un ser humano y otro no es su cuerpo, sino su corazón.

El sexo, además de ser riquísimo, es un derecho. Supongo que a veces lo damos por sentado, lo ejercemos, pero no hablamos de ello. Nos desnudamos, compartimos caricias, fluidos, emociones, sensaciones y ¡listo! Pero pocas veces nos ponemos a pensar que, al ejercer nuestra sexualidad, estamos también haciendo ejercicio de una libertad. Todos tenemos el derecho a disfrutar de nuestro cuerpo y nuestro erotismo. Al placer, a la ternura, al juego y al amor. A desear y ser deseados. Cuando lo hacemos somos profundamente felices, supongo que por eso un oficio como el mío es, ha sido y será rentable.

A los seres humanos nos gusta coger. Disfrutamos de la intimidad de una caricia, de la humedad de unos labios o del calor del sexo ajeno, es algo que nos hace mejores, nos estimula y fortalece. Quienes lo hacemos a menudo, lo damos por un hecho, como algo natural y ejercemos libremente el derecho a nuestra sexualidad. Sin embargo, muchas cosas respecto al sexo son todavía un tabú. Lo es aún más cuando se habla de la sexualidad orientada a las personas con alguna discapacidad y, ciertamente, casi no se habla al respecto.

Todos tenemos el derecho a disfrutar de una vida sexual plena, que puede ser muy placentera aun cuando el cuerpo tenga necesidades especiales. También se trata de besos, caricias, comunicación, experimentación, bienestar. El sexo es algo inherente al ser humano y no tiene por qué serlo menos cuando una persona vive con alguna discapacidad.

Contigo amiguito aprendí que hay que pelear por los derechos. Que tener una discapacidad no significa solamente enfrentar con coraje impedimentos físicos, sino demostrar día con día, que no porque alguien tenga dificultades visuales, auditivas, motrices, de aprendizaje o de cualquier otra naturaleza, está impedido para desarrollarse con las mismas libertades y aspiraciones que todos. Que con cualquier discapacidad se puede ejercer el derecho al trabajo, a la recreación, a la información, a la educación y, desde luego, al amor, al sexo y al erotismo.

Así que perdona la franqueza amigo, pero: Fue delicioso coger contigo.

 

Un beso

Lulú Petite

 

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